Derecho a la alegría (II)
Tras dos victorias consecutivas, quién lo diría, el Betis es engullido por un bucle familiar y desgraciado
Por Mateo González, 11 de marzo de 2016 10:53 h.
Por lo visto ganó el Betis. Al Granada, 2-0. Goles de Ndiaye y Rubén Castro. Muchos minutos con diez por la expulsión de Vargas. Décimo clasificado y a ocho puntos de los puestos de descenso ya se puede decir tanto que la mano de Juan Merino se ha notado como que la plantilla es competente para mantener la categoría con cierta tranquilidad. Fue la segunda victoria consecutiva, tras el 0-3 ante el Español. El triunfo más contundente fuera de casa y de toda la Liga. Ambos fueron ante rivales directos en la lucha por la permanencia. Y el equipo se mostró más sólido, con 180 minutos sin encajar un gol y sabiendo aprovechar sus armas ofensivas, sobre todo a balón parado. Dos victorias seguidas, algo que sólo logró una vez en este curso. Rubén Castro sigue goleando y ha alcanzado un promedio mejor al de su temporada más destacada en Primera. Musonda ya ha dejado atrás eso de ser un juvenil del Chelsea para convertirse en una joyita para cualquier equipo de nivel. Adán mantiene su línea de dar puntos al equipo. Y así, muchas cosas más.
Motivos para que los béticos sean felices, para que hubieran tenido una semana tranquila, para que hubieran disfrutado. En esta tribuna escribimos hace tiempo sobre el derecho a la alegría, sobre esa nube permanente encima de quienes sienten en verdiblanco, que amenaza tormenta cuando esbozan una sonrisa. Un bucle ya familiar. Ahora la felicidad fue doble por seis puntos de seis pero parece que eso tiene su contrapeso en las alimentadas ganas de estropear la satisfacción bética poniendo el foco en lo que sea menos en lo que resulta bien para la causa verde, blanca y verde. Ora que se convierta en protagonista a un insultador profesional feliz por travestirse de víctima, ora por un debate interno irresponsablemente sacado a la plaza pública. No hay manera. El pecado del bético es ser feliz. Está comprobado. Y no lo arreglan sus dirigentes, atribulados hoy por los que piden cabezas y jamás se saciarán de sangre y perplejos por la respuesta social que puede convertirles de héroes a villanos en un segundo por torpezas propias y ajenas. Ambas, injustificables. Parece una maldición pero tiene otros nombres. El Betis ganó, conviene no olvidarlo, y tiene opciones de dar la sorpresa en San Mamés para recuperar esa felicidad de los béticos, que saben que sería momentánea porque a la vuelta de la esquina aparecerá la polémica sobre si los cacahuetes del vuelo de vuelta de Bilbao estaban caducados o si los cordones de las botas de Petros no eran los reglamentarios.
Tras dos victorias consecutivas, quién lo diría, el Betis es engullido por un bucle familiar y desgraciado
Por Mateo González, 11 de marzo de 2016 10:53 h.
Por lo visto ganó el Betis. Al Granada, 2-0. Goles de Ndiaye y Rubén Castro. Muchos minutos con diez por la expulsión de Vargas. Décimo clasificado y a ocho puntos de los puestos de descenso ya se puede decir tanto que la mano de Juan Merino se ha notado como que la plantilla es competente para mantener la categoría con cierta tranquilidad. Fue la segunda victoria consecutiva, tras el 0-3 ante el Español. El triunfo más contundente fuera de casa y de toda la Liga. Ambos fueron ante rivales directos en la lucha por la permanencia. Y el equipo se mostró más sólido, con 180 minutos sin encajar un gol y sabiendo aprovechar sus armas ofensivas, sobre todo a balón parado. Dos victorias seguidas, algo que sólo logró una vez en este curso. Rubén Castro sigue goleando y ha alcanzado un promedio mejor al de su temporada más destacada en Primera. Musonda ya ha dejado atrás eso de ser un juvenil del Chelsea para convertirse en una joyita para cualquier equipo de nivel. Adán mantiene su línea de dar puntos al equipo. Y así, muchas cosas más.
Motivos para que los béticos sean felices, para que hubieran tenido una semana tranquila, para que hubieran disfrutado. En esta tribuna escribimos hace tiempo sobre el derecho a la alegría, sobre esa nube permanente encima de quienes sienten en verdiblanco, que amenaza tormenta cuando esbozan una sonrisa. Un bucle ya familiar. Ahora la felicidad fue doble por seis puntos de seis pero parece que eso tiene su contrapeso en las alimentadas ganas de estropear la satisfacción bética poniendo el foco en lo que sea menos en lo que resulta bien para la causa verde, blanca y verde. Ora que se convierta en protagonista a un insultador profesional feliz por travestirse de víctima, ora por un debate interno irresponsablemente sacado a la plaza pública. No hay manera. El pecado del bético es ser feliz. Está comprobado. Y no lo arreglan sus dirigentes, atribulados hoy por los que piden cabezas y jamás se saciarán de sangre y perplejos por la respuesta social que puede convertirles de héroes a villanos en un segundo por torpezas propias y ajenas. Ambas, injustificables. Parece una maldición pero tiene otros nombres. El Betis ganó, conviene no olvidarlo, y tiene opciones de dar la sorpresa en San Mamés para recuperar esa felicidad de los béticos, que saben que sería momentánea porque a la vuelta de la esquina aparecerá la polémica sobre si los cacahuetes del vuelo de vuelta de Bilbao estaban caducados o si los cordones de las botas de Petros no eran los reglamentarios.
Comentario