Ahí lo dejo...
Hay clubes en la liga española con una marcada tendencia al canibalismo. Entidades con una pulsión autodestructiva que solo se apacigua relativamente en las épocas de vacas gordas, cuando entran los goles y cae algún título, pero su naturaleza suicida acaba prevaleciendo y enseguida recupera la dinámica fatalista. En la actual primera división hay dos clubes que se ajustan claramente a este perfil. Uno es el Valencia. El otro, claro, el Betis.
El Valencia tiene probablemente la afición más pejiguera de España, siempre molesta ir algo relacionado con el club. La grada no pasa una y se diría que disfruta con el escarnio de sus jugadores. Enrolarse en Mestalla es hacer la mili en Chafarinas: un entorno inhóspito, desangelado, propenso a la depresión y la melancolía, donde todo el mundo sabe que no hay perdón para los errores. Quizás el problema del Valencia sea de falta de humildad, porque siempre quiso estar entre los más grandes y casi nunca lo ha conseguido.
El caso del Betis es diferente. Tiene una afición fiel que no desmaya en su apoyo al equipo y solo saca las uñas cuando la sangre llega al río. Para el bético, ahormado en la resignación del manquepierdismo, la victoria no es lo más importante, porque el triunfo solo es vital para el que no tiene otra cosa. El beticismo es algo mucho más rico y complejo. Pero un club tan poco resultadista está sin embargo sumido en un fatalismo irredento. No hay más que verlo estos días: en lugar de recibir los últimos fichajes como una inyección de ilusión, la mayoría de los comentarios son despectivos. El despojo del Chelsea, el brasileño acabado, el lateral fracasado. El presidente acorralado, los accionistas inexpertos, el director deportivo sospechoso. Todo es malo. Ya está bien, hombre. Ya está bien de tanto cenizo enteradillo y de tanta crítica canibal. Ya está bien de conspiranóicos y portavoces de rencores y mala baba. De pegarle una patada a cada andamiaje que se coloca. Váyanse ustedes a paseo con su mal bajío. O mejor, vayan al Villamarín a aplaudir, que es lo que necesita el Betis.
Canibalismo bético - Al final de la Palmera
Hay clubes en la liga española con una marcada tendencia al canibalismo. Entidades con una pulsión autodestructiva que solo se apacigua relativamente en las épocas de vacas gordas, cuando entran los goles y cae algún título, pero su naturaleza suicida acaba prevaleciendo y enseguida recupera la dinámica fatalista. En la actual primera división hay dos clubes que se ajustan claramente a este perfil. Uno es el Valencia. El otro, claro, el Betis.
El Valencia tiene probablemente la afición más pejiguera de España, siempre molesta ir algo relacionado con el club. La grada no pasa una y se diría que disfruta con el escarnio de sus jugadores. Enrolarse en Mestalla es hacer la mili en Chafarinas: un entorno inhóspito, desangelado, propenso a la depresión y la melancolía, donde todo el mundo sabe que no hay perdón para los errores. Quizás el problema del Valencia sea de falta de humildad, porque siempre quiso estar entre los más grandes y casi nunca lo ha conseguido.
El caso del Betis es diferente. Tiene una afición fiel que no desmaya en su apoyo al equipo y solo saca las uñas cuando la sangre llega al río. Para el bético, ahormado en la resignación del manquepierdismo, la victoria no es lo más importante, porque el triunfo solo es vital para el que no tiene otra cosa. El beticismo es algo mucho más rico y complejo. Pero un club tan poco resultadista está sin embargo sumido en un fatalismo irredento. No hay más que verlo estos días: en lugar de recibir los últimos fichajes como una inyección de ilusión, la mayoría de los comentarios son despectivos. El despojo del Chelsea, el brasileño acabado, el lateral fracasado. El presidente acorralado, los accionistas inexpertos, el director deportivo sospechoso. Todo es malo. Ya está bien, hombre. Ya está bien de tanto cenizo enteradillo y de tanta crítica canibal. Ya está bien de conspiranóicos y portavoces de rencores y mala baba. De pegarle una patada a cada andamiaje que se coloca. Váyanse ustedes a paseo con su mal bajío. O mejor, vayan al Villamarín a aplaudir, que es lo que necesita el Betis.
Canibalismo bético - Al final de la Palmera
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