Del entrenador del Athletic Club lo primero y más importante que hay que decir es que lo siguiente que le queda es llegar a un grande para ganar títulos. De hecho, soy de los que piensa que el preparador extremeño dirigirá algún día al FC Barcelona. Le pega. Muchísimo. Antes de eso, bien que se anda labrando su papel de buen técnico.

Equipos como el Valencia CF, el Olympiacos FC o el RCD Espanyol han degustado ya sus buenas maneras. Y el Athletic anteriormente. Con los catalanes ha jugado incluso una final de la extinta UEFA, perdiéndola en los penaltis. En Grecia, ahí sí, conquistó títulos y ganó una credibilidad que le hace ser el mejor hombre que puedan tener por San Mamés en estos momentos para la dirección de su equipo.

Los 169 centímetros de Valverde, que fue el típico buen delantero que estaba por detrás de los que se llevaban la fama, contienen todas las vivencias de un muchacho de pueblo que marcha pronto al País Vasco a hacerse un hombre. El fútbol, de jugador, dio mucho a Valverde. O al menos lo justo, pues cierto es que con la selección española tan solamente fue una vez, en 1990. El mismísimo Cruyff lo reclutó para el Barça cuando más de uno pensaba que era demasiado club para él. Por aquel entonces, Ernesto Valverde hacía lo que ahora, trabajar sin hacer demasiado ruido ni dentro ni fuera del césped. Y hacerlo bien. Lo mejor posible.

Como saben, ‘txingurri’ es hormiga en vasco. Este técnico de fútbol hace honor a su apodo totalmente. Vuelvo a insistir, no tiene la fachada para copar portadas ni dice cosas que vendan en sus comparecencias ante los medios, pero de esto sabe un rato largo. Poco a poco, como quieran, ha llegado de nuevo a Bilbao, donde la grada, al menos en temas futbolísticos, nada tiene que ver con la de Mestalla, escenario donde incluso los mejores tienen que soportar las lindezas de una hinchada diferente. Por ejemplo. O su paso por el Villarreal CF, que le hizo entrenador también. Ahí sufrió el despido, algo que, a mi juicio, es necesario para alcanzar la plenitud o gloria más tarde o temprano.

Su futbol gusta en el nuevo San Mamés porque es atrevido y dominante. Quiere mandar y tratar bien el cuero. Le gusta jugar siempre y anda encontrando las mejores versiones de jugadores que pueden hacer aún mejor su papel en el banquillo rojiblanco. Entiende de tener el balón mientras más tiempo mejor y por eso echa a sus equipos arriba en la presión. Su Valencia (2012-2013) mejoró tácticamente de un día para otro, así literalmente.

Es fácil hablar de las excelencias de aquella plantilla para no valorar tanto el trabajo de Valverde, pero no me resulta justo pues la transformación de aquellos futbolistas es de lo más extraordinario que recuerdo en cuanto a cambios de entrenador en plena temporada se refiere. Lo dejó quinto en tres meses y no fue cuarto por un partido en el que el colegiado Clos Gómez no tiene su mejor día, por decirlo de algún modo.

Sí los tuvo su equipo el pasado verano para cargarse al FC Barcelona en la Supercopa de España y volver a llevar un título a Vizcaya. No se le notaba mucho en la cara ni en la ida cuando goleó a los azulgrana ni en la vuelta cuando pitó el final el árbitro, pero Ernesto Valverde estaba pletórico. Seguramente habría cumplido de una vez lo que anhelaba, ganar en España lo que en Grecia él mismo hizo rutina (5 títulos).

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