Rafael Benítez Maudes (Madrid. 1960) ha llegado este verano al banquillo del Real Madrid procedente del Nápoles. Su llegada, como tantas otras a la entidad que preside Florentino Pérez, se ha ido gestando poco a poco sin importar mucho qué o quiénes cayeran por el camino. El típico fichaje que termina por culminarse porque sí, y punto. Benítez lloró en su presentación en el estadio Santiago Bernabéu porque verdaderamente volvía a su casa.
El entrenador del Real Madrid iba para pelotero de los buenos pero una lesión frustró sus planes. Disfrutó, así lo dice él, “menos de lo que hubiera querido jugando al fútbol”. Y es por eso por lo que comenzó a pensar en entrenar. Benítez ha vivido de todo y ha llegado a la élite por méritos propios. Pasó por las categorías inferiores del club blanco hasta que se encontró con el actual seleccionador español, Vicente del Bosque, a su lado en el banquillo del primer equipo madridista. Aquello supuso un sueño hecho realidad para Rafa Benítez puesto que considera importantísimo poder vivir del fútbol sin haber sido futbolista profesional.
Del primer equipo merengue se fue a Real Valladolid y Osasuna, clubes que decidieron en uno u otro momento prescindir de sus servicios. Fueron los primeros contratiempos para un técnico que también hoy es quien es por todo esto. Y precisamente el entender que ser paciente y trabajar en silencio forma parte de la mejor Universidad de un entrenador, hizo que los éxitos comenzaran a llegar. Ascendió a Extremadura y Tenerife a Primera división y luego apareció el Valencia CF. Dos Ligas y una Copa de la UEFA en tres años. Ese es el bagaje de Benítez en la capital del Turia. Armó un equipo que enamoraba por su juego vistoso en ocasiones y efectivo en otras.
Saldó cuentas pendientes a nivel personal e hizo futbolistas a jugadores con demasiados problemas. Rafa se sobrepuso al tazón del éxito con trabajo y más trabajo. Sus dotes de estratega le llevaron a Inglaterra, al histórico Liverpool. Allí, cuatro títulos en seis años. Entre ellos, una Champions League. Su curriculum recoge mando en plaza en el Inter de Milan, el Chelsea y el Nápoles. En todos ellos consiguió títulos. Al conjunto de Abramovich llegaba en 2012 después de un periplo de dos años sin dirigir equipo alguno, hecho este que hizo que escribiera sobre el entrenador madrileño en su día (La vuelta de Benítez al fútbol)
Hablamos de un técnico que trabaja muchísimo el plano defensivo en sus equipos. No le importa si feo, pero práctico, cosa que hace que tenga muchísimos detractores por sus maneras y su forma de plasmar el fútbol en el tapete. Benítez es ganador, le gusta ganar en todo. Es bastante obsesivo y estratega. Su constancia le ha hecho licenciado en Ciencias de la Actividad Física y el Deporte. Cuentan de él que ya era así de metódico y trabajador cuando dirigía salas de gimnasio en sus primeros años universitarios. Dota a sus equipos de una gran capacidad de sacrificio y amor por el bien común del bloque. Antes, de hecho, no pasaba ni una. Era más dictatorial. Con los años se ha vuelto más “cercano”. Sus plantillas eran antaño un grupo de trabajadores a los que él dirigía para sacarles un rendimiento lo mayor posible. No había más relación que esa. Ahora es mucho más fácil verle dialogar con ayudantes y jugadores y hasta reír.
“El sistema lo hacen ellos, los futbolistas”, defiende Benítez. Tanto es así que en Gijón usó hasta tres sistemas diferentes para intentar ganar al Sporting. Lo tiene claro, el jugador ha de adaptarse a las demandas que el partido va pidiendo. Ha tenido encontronazos con futbolistas por ello, pero ha salido adelante siempre. Y es que Rafa Benítez, a pesar de haber entrenado a grandes conjuntos desde que recalara en el Valencia CF, sigue defendiendo a capa y espada la necesidad imperiosa que tiene como técnico de estudiar, analizar y desmembrar al rival, sea quien sea éste. Los míos -pensará- los mejor y más entrenados, y además los que mejor conozcan al enemigo.
Él, desde su puesto, se encarga de intentar meterse cuanto antes en la mente del mister contrario. Es ahí donde pretende siempre ganar la batalla. No cambió, Rafa Benítez es así desde que se hiciera cargo de los juveniles del Real Madrid allá por el año 1986. Un grande de nuestros banquillos con unos números impresionantes que llega a su casa para ocupar el sitio del mister que le dio la ‘Décima’ al club de Concha Espina. Casi nada.
El entrenador del Real Madrid iba para pelotero de los buenos pero una lesión frustró sus planes. Disfrutó, así lo dice él, “menos de lo que hubiera querido jugando al fútbol”. Y es por eso por lo que comenzó a pensar en entrenar. Benítez ha vivido de todo y ha llegado a la élite por méritos propios. Pasó por las categorías inferiores del club blanco hasta que se encontró con el actual seleccionador español, Vicente del Bosque, a su lado en el banquillo del primer equipo madridista. Aquello supuso un sueño hecho realidad para Rafa Benítez puesto que considera importantísimo poder vivir del fútbol sin haber sido futbolista profesional.
Del primer equipo merengue se fue a Real Valladolid y Osasuna, clubes que decidieron en uno u otro momento prescindir de sus servicios. Fueron los primeros contratiempos para un técnico que también hoy es quien es por todo esto. Y precisamente el entender que ser paciente y trabajar en silencio forma parte de la mejor Universidad de un entrenador, hizo que los éxitos comenzaran a llegar. Ascendió a Extremadura y Tenerife a Primera división y luego apareció el Valencia CF. Dos Ligas y una Copa de la UEFA en tres años. Ese es el bagaje de Benítez en la capital del Turia. Armó un equipo que enamoraba por su juego vistoso en ocasiones y efectivo en otras.
Saldó cuentas pendientes a nivel personal e hizo futbolistas a jugadores con demasiados problemas. Rafa se sobrepuso al tazón del éxito con trabajo y más trabajo. Sus dotes de estratega le llevaron a Inglaterra, al histórico Liverpool. Allí, cuatro títulos en seis años. Entre ellos, una Champions League. Su curriculum recoge mando en plaza en el Inter de Milan, el Chelsea y el Nápoles. En todos ellos consiguió títulos. Al conjunto de Abramovich llegaba en 2012 después de un periplo de dos años sin dirigir equipo alguno, hecho este que hizo que escribiera sobre el entrenador madrileño en su día (La vuelta de Benítez al fútbol)
Hablamos de un técnico que trabaja muchísimo el plano defensivo en sus equipos. No le importa si feo, pero práctico, cosa que hace que tenga muchísimos detractores por sus maneras y su forma de plasmar el fútbol en el tapete. Benítez es ganador, le gusta ganar en todo. Es bastante obsesivo y estratega. Su constancia le ha hecho licenciado en Ciencias de la Actividad Física y el Deporte. Cuentan de él que ya era así de metódico y trabajador cuando dirigía salas de gimnasio en sus primeros años universitarios. Dota a sus equipos de una gran capacidad de sacrificio y amor por el bien común del bloque. Antes, de hecho, no pasaba ni una. Era más dictatorial. Con los años se ha vuelto más “cercano”. Sus plantillas eran antaño un grupo de trabajadores a los que él dirigía para sacarles un rendimiento lo mayor posible. No había más relación que esa. Ahora es mucho más fácil verle dialogar con ayudantes y jugadores y hasta reír.
“El sistema lo hacen ellos, los futbolistas”, defiende Benítez. Tanto es así que en Gijón usó hasta tres sistemas diferentes para intentar ganar al Sporting. Lo tiene claro, el jugador ha de adaptarse a las demandas que el partido va pidiendo. Ha tenido encontronazos con futbolistas por ello, pero ha salido adelante siempre. Y es que Rafa Benítez, a pesar de haber entrenado a grandes conjuntos desde que recalara en el Valencia CF, sigue defendiendo a capa y espada la necesidad imperiosa que tiene como técnico de estudiar, analizar y desmembrar al rival, sea quien sea éste. Los míos -pensará- los mejor y más entrenados, y además los que mejor conozcan al enemigo.
Él, desde su puesto, se encarga de intentar meterse cuanto antes en la mente del mister contrario. Es ahí donde pretende siempre ganar la batalla. No cambió, Rafa Benítez es así desde que se hiciera cargo de los juveniles del Real Madrid allá por el año 1986. Un grande de nuestros banquillos con unos números impresionantes que llega a su casa para ocupar el sitio del mister que le dio la ‘Décima’ al club de Concha Espina. Casi nada.