Delicioso, emotivo y literario este artículo que Alberto García Reyes firma en Al final de la Palmera sobre la celebración de Dani Ceballos en el gol de Ruben que da la victoria en Lugo.
"Cuando Márquez metió el primero del Plantío en aquella proeza que tanto recuerda José de la Tomasa mientras enseña la muela de oro en la que tiene tallado el escudo, el Betis no sólo salió del hoyo de los campitos llovidos. Dejó de alimentarse de los viejos líquenes de su historia para empezar a comer otra vez con sus manos. La pelota de Aquino que besó la barrera limpió las telillas de araña de tantos pesares. Había sobre el verde desmayo de Burgos un manojo de chavales que corrían con los intestinos en la mano. Que se desvivieron mordiendo en los campos perdidos de Palamós, Castellón, Badajoz o Leganés. Que echaron pus por la boca porque no jugaban más que para aliviar su dolor. Para reconstruir los vestigios que se encontraron, el yacimiento bético al que tantas fatigas debían desde su niñez. Yo recuerdo que aquel año fui a Cazalla a ver la concentración con Kresic. A que los nuevos fichajes le firmaran autógrafos al chiquillo que tanto había llorado la noche del Deportivo de la Coruña. Y allí entendí que me equivocaba. No me impresionó Tab Ramos, ni Chirri, ni Mágico Díaz, ni aquellos Kobelev y Kasumov, ni luego los que llegaron: Ekstrom y Balan González. A mí me conmovieron Cañas y Merino, Márquez y Cuéllar, Roberto Ríos y Ureña. Los niños los despreciábamos porque eran demasiado nuestros. Como si el Betis hubiera sido alguna vez algo sin ellos. Sin Rogelio, sin Del Sol, sin Quino, sin Gordillo, sin Joaquín.
Cuando Márquez metió aquel gol que devolvía al Betis a su exacta medida, yo chillé sin consuelo acordándome de todos esos canteranos que habían conseguido coserle el escudo en las carnes a Alexis o al Toro, a Olías y a aquel Julio Soler hoy olvidado que tanta verdad puso en sus botas para rescatarnos. Ése era el camino del Betis de toda la vida de Dios. Una simiente de canteranos plantada en el talento de Cardeñosa y Esnaola, de Eusebio Ríos y de Rincón. De cuantos grandes nombres llegaron a Heliópolis a correr por nosotros. Y esa es la misma semilla que enterró en Lugo la otra tarde Ceballos con sus manos. De ahí, de esos puñetazos al suelo de un muchacho que corre sin horizonte, ha de brotar la idiosincrasia del beticismo grande. De esas ansias por dejarse las vísceras en el campo, que es lo que Merino hacía para conseguir otra vez y otra vez y otra vez más la pelota y dejársela a Alexis para que él la jugara, tiene que surgir otra vez el Betis.
Yo soy bético porque creo en esos valores. Quiero que mi equipo gane, claro. Incluso quiero que gane como sea. Pero me aleja de él la derrota sin amor, la victoria sin arte, la vida sin sacrificio. Soy bético porque busco una cultura que heredé del sufrimiento de mis ancestros: cuando tienes hambre, la verdadera felicidad no se alcanza al comer lo que te dan, sino cuando consigues la comida por tus medios. Ceballos, dejándose las palmas de las manos en Lugo para celebrar el gol a solas, ha mostrado su hambre y su dignidad. Las dos cosas. Por eso los puñetazos del Betis, maldita sea, nos acaban siempre tallando el escudo en las muelas".
"Cuando Márquez metió el primero del Plantío en aquella proeza que tanto recuerda José de la Tomasa mientras enseña la muela de oro en la que tiene tallado el escudo, el Betis no sólo salió del hoyo de los campitos llovidos. Dejó de alimentarse de los viejos líquenes de su historia para empezar a comer otra vez con sus manos. La pelota de Aquino que besó la barrera limpió las telillas de araña de tantos pesares. Había sobre el verde desmayo de Burgos un manojo de chavales que corrían con los intestinos en la mano. Que se desvivieron mordiendo en los campos perdidos de Palamós, Castellón, Badajoz o Leganés. Que echaron pus por la boca porque no jugaban más que para aliviar su dolor. Para reconstruir los vestigios que se encontraron, el yacimiento bético al que tantas fatigas debían desde su niñez. Yo recuerdo que aquel año fui a Cazalla a ver la concentración con Kresic. A que los nuevos fichajes le firmaran autógrafos al chiquillo que tanto había llorado la noche del Deportivo de la Coruña. Y allí entendí que me equivocaba. No me impresionó Tab Ramos, ni Chirri, ni Mágico Díaz, ni aquellos Kobelev y Kasumov, ni luego los que llegaron: Ekstrom y Balan González. A mí me conmovieron Cañas y Merino, Márquez y Cuéllar, Roberto Ríos y Ureña. Los niños los despreciábamos porque eran demasiado nuestros. Como si el Betis hubiera sido alguna vez algo sin ellos. Sin Rogelio, sin Del Sol, sin Quino, sin Gordillo, sin Joaquín.
Cuando Márquez metió aquel gol que devolvía al Betis a su exacta medida, yo chillé sin consuelo acordándome de todos esos canteranos que habían conseguido coserle el escudo en las carnes a Alexis o al Toro, a Olías y a aquel Julio Soler hoy olvidado que tanta verdad puso en sus botas para rescatarnos. Ése era el camino del Betis de toda la vida de Dios. Una simiente de canteranos plantada en el talento de Cardeñosa y Esnaola, de Eusebio Ríos y de Rincón. De cuantos grandes nombres llegaron a Heliópolis a correr por nosotros. Y esa es la misma semilla que enterró en Lugo la otra tarde Ceballos con sus manos. De ahí, de esos puñetazos al suelo de un muchacho que corre sin horizonte, ha de brotar la idiosincrasia del beticismo grande. De esas ansias por dejarse las vísceras en el campo, que es lo que Merino hacía para conseguir otra vez y otra vez y otra vez más la pelota y dejársela a Alexis para que él la jugara, tiene que surgir otra vez el Betis.
Yo soy bético porque creo en esos valores. Quiero que mi equipo gane, claro. Incluso quiero que gane como sea. Pero me aleja de él la derrota sin amor, la victoria sin arte, la vida sin sacrificio. Soy bético porque busco una cultura que heredé del sufrimiento de mis ancestros: cuando tienes hambre, la verdadera felicidad no se alcanza al comer lo que te dan, sino cuando consigues la comida por tus medios. Ceballos, dejándose las palmas de las manos en Lugo para celebrar el gol a solas, ha mostrado su hambre y su dignidad. Las dos cosas. Por eso los puñetazos del Betis, maldita sea, nos acaban siempre tallando el escudo en las muelas".
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