La provocacin de nadie | Zidaneando | Blogs | elmundo.es
Desde que apartara a Manuel Ruiz de Lopera del Betis, la juez Mercedes Alaya ha nombrado a tres administradores jefes: uno excelente, otro potable y un último penoso. El primero fue Juan Gómez Porrúa, un tipo culto, sensible, conocedor del Betis, de su historia y sus circunstancias, y entregado en una batalla frente a la vileza que le terminó costando la vida, reventando su corazón. El segundo fue José Antonio Bosch, un gestor adusto, singular y eficaz que, envenenado por el virus del fútbol, terminó derivando en amago de trincón. Le pillaron, no pasó de ahí y se fue a la calle. En su lugar llegó Francisco Estepa, ciudadano cordobés, colega del marido de Alaya, sin gran idea de fútbol y ninguna de Betis. Cualidades, precisamente, que la juez resaltó para su elección, en favor de otras opciones realmente interesantes como la esposa de Porrúa, jurista, o el economista Ruiz de Huidobro. Hoy, esa decisión de Alaya se desvela como un error colosal, de fatales consecuencias para el Betis.
Conviene mirar hacia arriba para ver el auténtico dilema del Betis. Julio Velázquez es, en este sentido, una pasajera distracción. El síntoma sólo de la enfermedad. Un entrenador de 32 años, con apenas uno meritorio en Segunda, a quien el Betis presentó como el nuevo Guardiola. Lo hizo el presidente Domínguez Platas, Maíto, apéndice exacto de Estepa, que amenaza con pasar a la historia bética como uno de los señores a quien más grande le quedó el cargo. El minimalismo de Platas hace, sin embargo, más curiosa la soberbia de sus escasas decisiones. La elección de Velázquez, ante la estupefacción general. Y su mantenimiento ahora, un gesto sólo interpretable desde la provocación.
Desde cualquier punto de vista, Velázquez debería estar incapacitado para seguir un solo minuto más en el Betis. A la vista están su juego y sus resultados, pero ni siquiera eso debería ser lo más importante. En un club de la nobleza del Betis, el hecho de que el entrenador colara, primero, a un amiguete que jamás había sido técnico de porteros para que, cuando se descubrió el percal, le pegara la puñalada de echarlo, debería resultar suficiente. Hay cosas, como la honestidad, que en una entidad seria deberían ser inviolables. El Betis, hoy, no lo es.
El mantenimiento de Velázquez redunda en el rasgo más ilustrativo de la actual directiva: la incompetencia. Otro es su invisibilidad. La sensación es que el Betis está dirigido por espectros. Es el gobierno de nadie. Pocos son capaces de ponerle cara a Platas y prácticamente nadie a Estepa. La falta de liderazgo en un momento que exige todo lo contrario resulta alarmante. En el caso del presidente, ciertos problemas de salud le disculpan. Lo del administrador jefe sólo es entendible desde la cobardía.
La soberbia espectral que conduce a prolongar el problema, mantener a un entrenador absurdo e incapaz, explica también la tozudez de negar la solución: Pepe Mel. Se puede discutir sobre la envergadura como entrenador de Mel (y no digamos sobre su envergadura como escritor), pero no existe ninguna duda de que, sea como sea, se ajusta al Betis como anillo al dedo, que es ahí donde encuentra su lugar en el mundo. En una situación volcánica, Mel parece la respuesta adecuada. Su beticismo, su pasado, su liderazgo, la ascendencia sobre jugadores como Rubén Castro y su discurso de fútbol traerían una paz social necesaria como agua de mayo. Se hace difícil entender que el Betis desprecie tal oxígeno. Con Mel sólo hace falta una llamada.
Y, sin embargo, su teléfono no suena. Nadie del Betis ha hablado con él desde su destitución, cursada precipitadamente aún ni hace un año, ante la indignación social. El motivo, esencialmente, fue un ataque de cuernos de Bosch, después de que el entrenador acusara a la directiva de dejarle solo a la hora de explicar el bajón del equipo frente a la hinchada. Fue la gota que colmó el vaso para unos gobernantes encrespados porque el técnico se llevara la gloria en los momentos altos y ellos los palos en los bajos. Platas era entonces el fiel escudero de Bosch.
Este verano, el director deportivo Alexis dijo manejar una lista de 50 entrenadores como candidatos a entrenar al Betis. Mel no estaba entre ellos. ¡Entre 50! Hoy, más que la fe en Velázquez, lo que mueve a renovarle la confianza es la obstinación en no traer a Mel. Para la directiva, no sería precisamente un trauma que, estos días, el técnico recibiera alguna de las propuestas que sugiere el mercado, especialmente la de la Real Sociedad. Allá cada cual. Su enrocamiento deja un clima irrespirable que amenaza con ahogarles a ellos y, más grave, a un Betis ya sólo distante en seis puntos del descenso a Segunda B.
Por descontado, de entre la ****** no han tardado en emerger los cuatro voceros que le quedan a Lopera para intentar arrimar el ascua a su sardina. Se trata de una cuestión residual, ya peregrina y absolutamente superada entre el beticismo. No hay debate entre contar con una directiva inepta u otra inepta y ladrona. Como tampoco lo hay en tener que resignarse ante ninguna de ellas.
de acuerdo en muchas cosas y en otras no profundiza, simplemente porque no le da la gana.
de la partida de ajedrez que es el betis no se puede descartar ni un solo peón.
Desde que apartara a Manuel Ruiz de Lopera del Betis, la juez Mercedes Alaya ha nombrado a tres administradores jefes: uno excelente, otro potable y un último penoso. El primero fue Juan Gómez Porrúa, un tipo culto, sensible, conocedor del Betis, de su historia y sus circunstancias, y entregado en una batalla frente a la vileza que le terminó costando la vida, reventando su corazón. El segundo fue José Antonio Bosch, un gestor adusto, singular y eficaz que, envenenado por el virus del fútbol, terminó derivando en amago de trincón. Le pillaron, no pasó de ahí y se fue a la calle. En su lugar llegó Francisco Estepa, ciudadano cordobés, colega del marido de Alaya, sin gran idea de fútbol y ninguna de Betis. Cualidades, precisamente, que la juez resaltó para su elección, en favor de otras opciones realmente interesantes como la esposa de Porrúa, jurista, o el economista Ruiz de Huidobro. Hoy, esa decisión de Alaya se desvela como un error colosal, de fatales consecuencias para el Betis.
Conviene mirar hacia arriba para ver el auténtico dilema del Betis. Julio Velázquez es, en este sentido, una pasajera distracción. El síntoma sólo de la enfermedad. Un entrenador de 32 años, con apenas uno meritorio en Segunda, a quien el Betis presentó como el nuevo Guardiola. Lo hizo el presidente Domínguez Platas, Maíto, apéndice exacto de Estepa, que amenaza con pasar a la historia bética como uno de los señores a quien más grande le quedó el cargo. El minimalismo de Platas hace, sin embargo, más curiosa la soberbia de sus escasas decisiones. La elección de Velázquez, ante la estupefacción general. Y su mantenimiento ahora, un gesto sólo interpretable desde la provocación.
Desde cualquier punto de vista, Velázquez debería estar incapacitado para seguir un solo minuto más en el Betis. A la vista están su juego y sus resultados, pero ni siquiera eso debería ser lo más importante. En un club de la nobleza del Betis, el hecho de que el entrenador colara, primero, a un amiguete que jamás había sido técnico de porteros para que, cuando se descubrió el percal, le pegara la puñalada de echarlo, debería resultar suficiente. Hay cosas, como la honestidad, que en una entidad seria deberían ser inviolables. El Betis, hoy, no lo es.
El mantenimiento de Velázquez redunda en el rasgo más ilustrativo de la actual directiva: la incompetencia. Otro es su invisibilidad. La sensación es que el Betis está dirigido por espectros. Es el gobierno de nadie. Pocos son capaces de ponerle cara a Platas y prácticamente nadie a Estepa. La falta de liderazgo en un momento que exige todo lo contrario resulta alarmante. En el caso del presidente, ciertos problemas de salud le disculpan. Lo del administrador jefe sólo es entendible desde la cobardía.
La soberbia espectral que conduce a prolongar el problema, mantener a un entrenador absurdo e incapaz, explica también la tozudez de negar la solución: Pepe Mel. Se puede discutir sobre la envergadura como entrenador de Mel (y no digamos sobre su envergadura como escritor), pero no existe ninguna duda de que, sea como sea, se ajusta al Betis como anillo al dedo, que es ahí donde encuentra su lugar en el mundo. En una situación volcánica, Mel parece la respuesta adecuada. Su beticismo, su pasado, su liderazgo, la ascendencia sobre jugadores como Rubén Castro y su discurso de fútbol traerían una paz social necesaria como agua de mayo. Se hace difícil entender que el Betis desprecie tal oxígeno. Con Mel sólo hace falta una llamada.
Y, sin embargo, su teléfono no suena. Nadie del Betis ha hablado con él desde su destitución, cursada precipitadamente aún ni hace un año, ante la indignación social. El motivo, esencialmente, fue un ataque de cuernos de Bosch, después de que el entrenador acusara a la directiva de dejarle solo a la hora de explicar el bajón del equipo frente a la hinchada. Fue la gota que colmó el vaso para unos gobernantes encrespados porque el técnico se llevara la gloria en los momentos altos y ellos los palos en los bajos. Platas era entonces el fiel escudero de Bosch.
Este verano, el director deportivo Alexis dijo manejar una lista de 50 entrenadores como candidatos a entrenar al Betis. Mel no estaba entre ellos. ¡Entre 50! Hoy, más que la fe en Velázquez, lo que mueve a renovarle la confianza es la obstinación en no traer a Mel. Para la directiva, no sería precisamente un trauma que, estos días, el técnico recibiera alguna de las propuestas que sugiere el mercado, especialmente la de la Real Sociedad. Allá cada cual. Su enrocamiento deja un clima irrespirable que amenaza con ahogarles a ellos y, más grave, a un Betis ya sólo distante en seis puntos del descenso a Segunda B.
Por descontado, de entre la ****** no han tardado en emerger los cuatro voceros que le quedan a Lopera para intentar arrimar el ascua a su sardina. Se trata de una cuestión residual, ya peregrina y absolutamente superada entre el beticismo. No hay debate entre contar con una directiva inepta u otra inepta y ladrona. Como tampoco lo hay en tener que resignarse ante ninguna de ellas.
de acuerdo en muchas cosas y en otras no profundiza, simplemente porque no le da la gana.
de la partida de ajedrez que es el betis no se puede descartar ni un solo peón.
Comentario