La gran herencia dilapidada
Un lustro después de la manifestación del 15-J, el Betis se halla de nuevo en Segunda, muy fracturado y, encima, sin patrimonio deportivo El silencio de la masa, la principal diferencia
Javier Mérida sevilla | Actualizado 15.06.2014 - 05:02
El 31 de mayo de 2009, a eso de las nueve menos cuarto de la noche, el Betis cosechaba uno de los descensos más ominosos de su historia. Cuatro años después de levantar su segunda Copa del Rey, el equipo era fiel a su sino y se daba un batacazo. Al desastre deportivo se le unió la fractura social y la aversión que provocaba en el beticismo militante el culpable de la debacle, Manuel Ruiz de Lopera.
Y la nobleza, al rebufo de las bases, erizadas ya desde los bochornosos episodios del año del centenario, movilizó a la gran masa. Así, entre reuniones tabernarias y la complicidad absoluta del mundo bético (periodistas incluidos), se gestó la gran manifestación. La ciudad no recordaba tanto futbolero en la calle desde el descenso administrativo del Sevilla en agosto de 1995. Pero ese 15 de junio de 2009, según sostiene el ilustre José Aulet Marcos, a la sazón jefe de la Policía Local, fueron casi 60.000 almas verdiblancas las que colapsaron el corazón de Sevilla.
Una riada de béticos bajo las catenarias de la Avenida en pos de un Betis libre y del adiós de Lopera para siempre que halló, un año después, el respaldo judicial gracias a los ecos de tan multitudinaria concentración y al trabajo silencioso de emergentes abogados y políticos con poso que supieron conquistar la voluntad de Mercedes Alaya, quien el 16 de julio de 2010 dictó su ya célebre auto de medidas cautelares por el que tres administradores judiciales, con Rafael Gordillo al frente, pasaban a controlar el club, desde días antes en manos de Luis Oliver.
Casi cuatro años después y un lustro ya de aquel 15-J, el beticismo ha dilapidado su herencia. Si aquellos dirigentes eran para aborrecerlos, los que han pasado, con mención especial para José Antonio Bosch, y algunos de los que siguen, como el actual presidente, Manuel Domínguez Platas, han sido y son nefandos. El primero hundió el club con un régimen tan autócrata como el de Lopera; el segundo es un muñeco en manos del juzgado y de aquéllos que se creen con sangre azul y no dejan de manosear el Betis en la sombra pese a los evidentes fracasos cosechados.
El Betis hoy es algo parecido a una entelequia que, para chinchar, han puesto en manos de uno de los grandes enemigos de Lopera, Lorenzo Serra, quien se quedó en Palma de Mallorca aquel 15-J ignorante de la repercusión de la movida pese a una llamada similar a la de hogaño para subirse y capitanear el barco. Y el bético, entonces irascible y valiente, vive hoy anestesiado y acobardado. No cree en nada y se agarra a lo que le venden. El club entero precisa una reforma que no llega porque en él y su entorno habitan medradores.
Y, en lo deportivo, el presupuesto del curso próximo será inferior a los 23,7 millones de euros del de la temporada 09-10. Y ya no están Edu, Oliveira, Emana, Sergio García, Mark González, Juanito ni Capi. Hoy, la estrella es Rubén Castro, que en doce días cumple 33 años, señal de un patrimonio futbolístico igualmente agotado.
El club, además, se ha ido hipotecando con gastos, sueldos y despidos millonarios, al rebufo de una deuda que se reduce por el propio concurso de acreedores en que se halla inmerso. Es el panorama real, el que tampoco el buen bético quiere ver ni creer, el que se solapa desde el fracaso de los juzgados, un remedio que resulta peor que la enfermedad por indetectable.
La gran herencia dilapidada
Un lustro después de la manifestación del 15-J, el Betis se halla de nuevo en Segunda, muy fracturado y, encima, sin patrimonio deportivo El silencio de la masa, la principal diferencia
Javier Mérida sevilla | Actualizado 15.06.2014 - 05:02
El 31 de mayo de 2009, a eso de las nueve menos cuarto de la noche, el Betis cosechaba uno de los descensos más ominosos de su historia. Cuatro años después de levantar su segunda Copa del Rey, el equipo era fiel a su sino y se daba un batacazo. Al desastre deportivo se le unió la fractura social y la aversión que provocaba en el beticismo militante el culpable de la debacle, Manuel Ruiz de Lopera.
Y la nobleza, al rebufo de las bases, erizadas ya desde los bochornosos episodios del año del centenario, movilizó a la gran masa. Así, entre reuniones tabernarias y la complicidad absoluta del mundo bético (periodistas incluidos), se gestó la gran manifestación. La ciudad no recordaba tanto futbolero en la calle desde el descenso administrativo del Sevilla en agosto de 1995. Pero ese 15 de junio de 2009, según sostiene el ilustre José Aulet Marcos, a la sazón jefe de la Policía Local, fueron casi 60.000 almas verdiblancas las que colapsaron el corazón de Sevilla.
Una riada de béticos bajo las catenarias de la Avenida en pos de un Betis libre y del adiós de Lopera para siempre que halló, un año después, el respaldo judicial gracias a los ecos de tan multitudinaria concentración y al trabajo silencioso de emergentes abogados y políticos con poso que supieron conquistar la voluntad de Mercedes Alaya, quien el 16 de julio de 2010 dictó su ya célebre auto de medidas cautelares por el que tres administradores judiciales, con Rafael Gordillo al frente, pasaban a controlar el club, desde días antes en manos de Luis Oliver.
Casi cuatro años después y un lustro ya de aquel 15-J, el beticismo ha dilapidado su herencia. Si aquellos dirigentes eran para aborrecerlos, los que han pasado, con mención especial para José Antonio Bosch, y algunos de los que siguen, como el actual presidente, Manuel Domínguez Platas, han sido y son nefandos. El primero hundió el club con un régimen tan autócrata como el de Lopera; el segundo es un muñeco en manos del juzgado y de aquéllos que se creen con sangre azul y no dejan de manosear el Betis en la sombra pese a los evidentes fracasos cosechados.
El Betis hoy es algo parecido a una entelequia que, para chinchar, han puesto en manos de uno de los grandes enemigos de Lopera, Lorenzo Serra, quien se quedó en Palma de Mallorca aquel 15-J ignorante de la repercusión de la movida pese a una llamada similar a la de hogaño para subirse y capitanear el barco. Y el bético, entonces irascible y valiente, vive hoy anestesiado y acobardado. No cree en nada y se agarra a lo que le venden. El club entero precisa una reforma que no llega porque en él y su entorno habitan medradores.
Y, en lo deportivo, el presupuesto del curso próximo será inferior a los 23,7 millones de euros del de la temporada 09-10. Y ya no están Edu, Oliveira, Emana, Sergio García, Mark González, Juanito ni Capi. Hoy, la estrella es Rubén Castro, que en doce días cumple 33 años, señal de un patrimonio futbolístico igualmente agotado.
El club, además, se ha ido hipotecando con gastos, sueldos y despidos millonarios, al rebufo de una deuda que se reduce por el propio concurso de acreedores en que se halla inmerso. Es el panorama real, el que tampoco el buen bético quiere ver ni creer, el que se solapa desde el fracaso de los juzgados, un remedio que resulta peor que la enfermedad por indetectable.
La gran herencia dilapidada
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