Re: ¿Llevará razón Delmás? Debatamos.
El artículo de Delmás trata, de una forma claramente interesada, del pasado, presente y futuro del Betis.
Sin intentar emular al genial Caudetreba ya que no tengo ni una ínfima parte de su arte y talento y, además, soy más de prosa que de lírica, haré uso de una figura retórica como es la metáfora para dar mi particular punto de vista sobre esta cuestión.
Esto es el Betis.
El caudal es el sentimiento bético que emana desde lo más profundo del alma de todos nosotros.
Al principio sólo eran unas gotas, esparcidas por el suelo del bosque. Poco a poco estas gotas se fueron uniendo creando lo que podría ser considerado como un insignificante riachuelo. Cuando otras gotas veían en los ojos de ese nimio riachuelo el brillo de la ilusión y de la esperanza conectaban inmediatamente con ellos y sabían desde ese momento, en realidad siempre lo habían sabido, su existencia estaba ligada a aquellos que sentían lo mismo y se unían en un camino, que si bien no estaba claro, les llenaba de ilusión.
Eso nexo de unión sigue y seguirá vivo entre nosotros siempre. Entre los que se fueron, los que estamos y los que estarán. Es un sentimiento que nos embarga y que nos hace que se nos ponga la piel de gallina cuando, en cualquier confín del mundo, nos encontramos a otro ser con ese mismo sentimiento. Sabemos que en el alma de ese ser hay un nexo muy fuerte que nos une a él.
Ese caudal del principio decidió, estaba destinado a ello, que ese torrente de sentimiento no podía vagar eternamente por el bosque. Decidió crear una fuente donde toda esa ilusión, esos sueños, pudiesen tener cabida. El sentimiento obró el milagro de crear lo tangible de lo intangible. Creó la institución.
Tan fuerte era el sentimiento que aquellas gotas que acababan por evaporarse no abandonaban la fuente. Seguían dando su apoyo desde una nube en el cielo que el resto de gotas llamaban el cuarto anillo.
Al principio la fuente era tan sólo un recipiente hecho de barro, pero era su fuente, y en ella podían dar rienda suelta a todas esa emociones. Llantos y alegrías. Esperanza y desilusión. Sin embargo, nada podía acabar con ese torrente de sentimiento. Estuviese en el estado que estuviese la fuente el sentimiento seguía siendo igual de fuerte.
Pasaron los años y el torrente siguió creciendo y creciendo. Quizá la fuente no fuese merecedora de ese torrente pero en el fondo no importaba. El mero hecho de que todas esas gotas de agua estuviesen unidas ya era suficiente.
Un día, una de esa gotas, aprovechando que la fuente necesitaba algunas reparaciones urgentes, decidió convertirse en ganadero y, con la promesa de convertir la fuente en las más bellas de las existentes en todo el reino, se apropió de la fuente. El caudal, por desidia, confianza, esperanza creyó al ganadero.
En vez de cumplir su promesa, decidió utilizar la fuente como abrevadero de su ganado y para regar sus pastos. Tanta agua utilizó que la fuente se quedó vacía. Se llenó de malas hierbas y cieno y por la falta de los más mínimos cuidados las paredes de la fuente empezaron a resquebrajarse.
Un pequeño grupo de gotas de ese torrente, poco más de lo que abarca la cuenca de las manos, se dieron cuenta del engaño y abrieron los ojos al resto del caudal. Cuanto ese caudal protestó e intentó recuperar para sí la fuente, el ganadero lleno de vanidad y de furia encargó el trabajo a un albañil especialista en demoliciones la destrucción de la fuente. O la fuente era suya o de nadie.
Algunas gotas acudieron al rey pidiendo justicia. El rey, por suerte, detuvo la demolición hasta estudiar si la fuente pertenecía al ganadero o al caudal.
Algunas gotas del caudal siguen creyendo en las promesas del ganadero pero la inmensa mayoría lucharán hasta la extenuación para impedir que el ganadero vuelva a hacerse cargo de la fuente porque saben que significaría la destrucción de la misma.
Estamos esperando la decisión del rey.
Si el rey decide que la fuente pertenece al caudal, habrá que hacer mucho esfuerzo para intentar recomponer los estragos a los que ha sido sometida la fuente. Nada importará. La fuerza del caudal es tan grande que conseguirá, tarde o temprano, que la fuente sea aquella que las primeras gotas soñaron. Deberá tener cuidado el caudal con un grupo notable de gotas que está pensando en convertirse en ganaderos. Sería muy triste que el caudal no aprendiera de su propio pasado.
Por contra, si el rey decidiese que la fuente pertenece al ganadero y no hubiese instancia superior al que seguir pidiendo justicia, al caudal sólo le quedarían 3 opciones:
1.- Resignarse a permanecer en una fuente inmunda en la que el ganadero, y toda su prole de herederos y similares, hará y deshará lo que le venga en gana con la fuente.
2.- Secarse y morir.
3.- Obrar el mismo milagro que hicieron las primeras gotas y crear otra fuente. Asegurándose, esta vez sí, de que nunca ningún ganadero podrá adueñarse de la fuente.
Sea cual sea el resultado, cuando nos evaporemos, sólo espero que las gotas del cuarto anillo nos dejen crear un quinto anillo(no nos merecemos estar con ellos en el cuarto) por haber permitido que la fuente haya llegado a este estado.
El artículo de Delmás trata, de una forma claramente interesada, del pasado, presente y futuro del Betis.
Sin intentar emular al genial Caudetreba ya que no tengo ni una ínfima parte de su arte y talento y, además, soy más de prosa que de lírica, haré uso de una figura retórica como es la metáfora para dar mi particular punto de vista sobre esta cuestión.
Esto es el Betis.
El caudal es el sentimiento bético que emana desde lo más profundo del alma de todos nosotros.
Al principio sólo eran unas gotas, esparcidas por el suelo del bosque. Poco a poco estas gotas se fueron uniendo creando lo que podría ser considerado como un insignificante riachuelo. Cuando otras gotas veían en los ojos de ese nimio riachuelo el brillo de la ilusión y de la esperanza conectaban inmediatamente con ellos y sabían desde ese momento, en realidad siempre lo habían sabido, su existencia estaba ligada a aquellos que sentían lo mismo y se unían en un camino, que si bien no estaba claro, les llenaba de ilusión.
Eso nexo de unión sigue y seguirá vivo entre nosotros siempre. Entre los que se fueron, los que estamos y los que estarán. Es un sentimiento que nos embarga y que nos hace que se nos ponga la piel de gallina cuando, en cualquier confín del mundo, nos encontramos a otro ser con ese mismo sentimiento. Sabemos que en el alma de ese ser hay un nexo muy fuerte que nos une a él.
Ese caudal del principio decidió, estaba destinado a ello, que ese torrente de sentimiento no podía vagar eternamente por el bosque. Decidió crear una fuente donde toda esa ilusión, esos sueños, pudiesen tener cabida. El sentimiento obró el milagro de crear lo tangible de lo intangible. Creó la institución.
Tan fuerte era el sentimiento que aquellas gotas que acababan por evaporarse no abandonaban la fuente. Seguían dando su apoyo desde una nube en el cielo que el resto de gotas llamaban el cuarto anillo.
Al principio la fuente era tan sólo un recipiente hecho de barro, pero era su fuente, y en ella podían dar rienda suelta a todas esa emociones. Llantos y alegrías. Esperanza y desilusión. Sin embargo, nada podía acabar con ese torrente de sentimiento. Estuviese en el estado que estuviese la fuente el sentimiento seguía siendo igual de fuerte.
Pasaron los años y el torrente siguió creciendo y creciendo. Quizá la fuente no fuese merecedora de ese torrente pero en el fondo no importaba. El mero hecho de que todas esas gotas de agua estuviesen unidas ya era suficiente.
Un día, una de esa gotas, aprovechando que la fuente necesitaba algunas reparaciones urgentes, decidió convertirse en ganadero y, con la promesa de convertir la fuente en las más bellas de las existentes en todo el reino, se apropió de la fuente. El caudal, por desidia, confianza, esperanza creyó al ganadero.
En vez de cumplir su promesa, decidió utilizar la fuente como abrevadero de su ganado y para regar sus pastos. Tanta agua utilizó que la fuente se quedó vacía. Se llenó de malas hierbas y cieno y por la falta de los más mínimos cuidados las paredes de la fuente empezaron a resquebrajarse.
Un pequeño grupo de gotas de ese torrente, poco más de lo que abarca la cuenca de las manos, se dieron cuenta del engaño y abrieron los ojos al resto del caudal. Cuanto ese caudal protestó e intentó recuperar para sí la fuente, el ganadero lleno de vanidad y de furia encargó el trabajo a un albañil especialista en demoliciones la destrucción de la fuente. O la fuente era suya o de nadie.
Algunas gotas acudieron al rey pidiendo justicia. El rey, por suerte, detuvo la demolición hasta estudiar si la fuente pertenecía al ganadero o al caudal.
Algunas gotas del caudal siguen creyendo en las promesas del ganadero pero la inmensa mayoría lucharán hasta la extenuación para impedir que el ganadero vuelva a hacerse cargo de la fuente porque saben que significaría la destrucción de la misma.
Estamos esperando la decisión del rey.
Si el rey decide que la fuente pertenece al caudal, habrá que hacer mucho esfuerzo para intentar recomponer los estragos a los que ha sido sometida la fuente. Nada importará. La fuerza del caudal es tan grande que conseguirá, tarde o temprano, que la fuente sea aquella que las primeras gotas soñaron. Deberá tener cuidado el caudal con un grupo notable de gotas que está pensando en convertirse en ganaderos. Sería muy triste que el caudal no aprendiera de su propio pasado.
Por contra, si el rey decidiese que la fuente pertenece al ganadero y no hubiese instancia superior al que seguir pidiendo justicia, al caudal sólo le quedarían 3 opciones:
1.- Resignarse a permanecer en una fuente inmunda en la que el ganadero, y toda su prole de herederos y similares, hará y deshará lo que le venga en gana con la fuente.
2.- Secarse y morir.
3.- Obrar el mismo milagro que hicieron las primeras gotas y crear otra fuente. Asegurándose, esta vez sí, de que nunca ningún ganadero podrá adueñarse de la fuente.
Sea cual sea el resultado, cuando nos evaporemos, sólo espero que las gotas del cuarto anillo nos dejen crear un quinto anillo(no nos merecemos estar con ellos en el cuarto) por haber permitido que la fuente haya llegado a este estado.
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