Después de 106 años de historia, decir algo nuevo sobre la afición del Betis es casi imposible, a pesar de que la sucesión de avatares, contratiempos y adversidades varias que el club se empeña en coleccionar año sí y año también la obliga a reinventarse quincenalmente. Que si Manuel Ruiz de Lopera, que si Luis Oliver, que si una intervención judicial, que si un concurso de acreedores, que si el último puesto en la Liga el año que vuelve a Europa… Los problemas van y vienen con mucha más frecuencia que las alegrías y los béticos continúan ahí, al pie del cañón aunque sus futbolistas los tengan al pie del abismo.
Lo ocurrido en la finalísima contra el Almería fue una prueba más. Después de que los futbolistas que representan sus colores, más mal que bien, hiciesen el ridículo en Anoeta y repitiesen espectáculo en la Copa, allí estaban los béticos, menos que otras veces, pero 26.000 seguidores en la grada y no para chillar como locos y acabar de poner histéricos a los suyos, no, sino para animarles, conscientes todos ellos de que el fin (la salvación) justifica los medios (reprimir la indignación mientras el balón está en juego). Excepto alguna pitada puntual, por ejemplo a Sara, ningún motivo tienen los profesionales para quejarse de la paciencia de su hinchada. En otros equipos, un partido así, con 0-1 desde el tercer minuto, habría sido un calvario. El beticismo, con motivos de sobra para martillear a quienes le hacen sufrir, los abroncó, sí, cuando Juan Carlos Garrido se plantó con sus hombres en el círculo central durante diez minutos, pero los despidió con aplausos tras entender el porqué de esa inusual medida. Es una afición que incluso en el peor momento sabe acudir al sentido del humor para criticar con profundidad. Lo hizo hace siete años con aquel famoso “Lopera, salta al campo y mete un gol” y lo recuperó ayer después de que Óscar Díaz, con toda la portería para él solito, enviase la pelota al palomar:“Stosic, fíchalo”, gritó la grada
En cuanto al equipo, en fin… Pierde, pierde y vuelve a perder y da lo mismo que juegue bien, mal o regular, que cree cero ocasiones o que cree diez, que sea otoño o invierno, que esté Pepe Mel o que esté Juan Carlos Garrido. Diez puntos con la Liga a punto de alcanzar el ecuador. No hay más preguntas…
LUIS LASTRA CORREO DE ANDALUCIA
Lo ocurrido en la finalísima contra el Almería fue una prueba más. Después de que los futbolistas que representan sus colores, más mal que bien, hiciesen el ridículo en Anoeta y repitiesen espectáculo en la Copa, allí estaban los béticos, menos que otras veces, pero 26.000 seguidores en la grada y no para chillar como locos y acabar de poner histéricos a los suyos, no, sino para animarles, conscientes todos ellos de que el fin (la salvación) justifica los medios (reprimir la indignación mientras el balón está en juego). Excepto alguna pitada puntual, por ejemplo a Sara, ningún motivo tienen los profesionales para quejarse de la paciencia de su hinchada. En otros equipos, un partido así, con 0-1 desde el tercer minuto, habría sido un calvario. El beticismo, con motivos de sobra para martillear a quienes le hacen sufrir, los abroncó, sí, cuando Juan Carlos Garrido se plantó con sus hombres en el círculo central durante diez minutos, pero los despidió con aplausos tras entender el porqué de esa inusual medida. Es una afición que incluso en el peor momento sabe acudir al sentido del humor para criticar con profundidad. Lo hizo hace siete años con aquel famoso “Lopera, salta al campo y mete un gol” y lo recuperó ayer después de que Óscar Díaz, con toda la portería para él solito, enviase la pelota al palomar:“Stosic, fíchalo”, gritó la grada
En cuanto al equipo, en fin… Pierde, pierde y vuelve a perder y da lo mismo que juegue bien, mal o regular, que cree cero ocasiones o que cree diez, que sea otoño o invierno, que esté Pepe Mel o que esté Juan Carlos Garrido. Diez puntos con la Liga a punto de alcanzar el ecuador. No hay más preguntas…
LUIS LASTRA CORREO DE ANDALUCIA
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