Recuerdo que cuando era pequeño y salía a relucir el nombre de Luis Aragonés en conversaciones futboleras con mi padre siempre acababa contándome esta historia de este jugador bético, muy bueno según decía él y muy poco recordado.
Cuando murió el añorado Miki Roqué, se me vino a la cabeza esta historia que me contaba mi padre, pero evidentemente mi padre no era un profesional del periodismo deportivo y no me daba tantos datos y detalles.
Alfredo Relaño, director de AS en su blog "memorias en blanco y negro" dedicado a viejas y curiosas historias del deporte olvidadas con el paso del tiempo, lo recuerda así:
Martínez, ocho años en coma
Por: Alfredo Relaño | 04 de agosto de 2013
A primeros de 1964, Vicente Calderón accedió a la presidencia del Atlético, que estaba en horas bajas, y fue mano de santo. Desatascó las obras del futuro estadio del Manzanares y contrató varios refuerzos para la Copa, que por la época se desarrollaba una vez concluida la Liga. El Atlético llegaría a jugar la final de esa Copa, aunque la perdería ante el Zaragoza de Los Magníficos. Entre los refuerzos estaban el hondureño Cardona, procedente del Elche, y un interesante paquete de jugadores del Betis: Luis Aragonés, que haría leyenda en el club, el lateral Colo y el medio Martínez.
José Miguel Martínez Ferrer era un medio defensivo o defensa central nacido en Barcelona pero que tras iniciarse en Cataluña (Granollers, Sabadell y Condal) había triunfado en el Betis. La mili le llevó a San Fernando, donde jugó en el equipo local y conoció a la que sería su esposa. De ahí saltó al Betis, en Primera. Jugador alto, pelirrojo, tácticamente muy ordenado, seguro con el balón, atento, fuerte. Una buena adquisición. Llegó al Atlético y le tocó esperar, detrás de Glaría, pero se le veía como el hombre adecuado para sucederle.
El 7 de julio de 1964, el Atlético salió de gira por Sudamérica. Primero Buenos Aires, contra el Racing. Luego Montevideo, el 12 contra el Peñarol. Al día siguiente de este partido, varios jugadores están jugando a las cartas después de la cena en el hotel en que se hospedan, el Columbia Palace, todavía en Montevideo. Martínez les dice a sus compañeros de partida, Colo, San Román y Rivilla, que se encuentra mal, y sube a su habitación, la 818. Los demás no le dan mayor importancia y siguen jugando. La partida se levanta a las once, y cuando Colo sube a la habitación, que comparte con Martínez, se alarma al ver su estado. Avisa a San Román, que está en la habitación de enfrente, y este al médico, el doctor Garaizábal. Martínez está inconsciente. Se le traslada al Hospital Británico, donde se le diagnostica una mesoencefalitis. Está en coma.
La gira sigue, por Asunción, La Paz, Lima, Quito y Caracas. En La Paz se produce un hecho sorprendente. Con los jugadores formados sobre el campo, la megafonía da las alineaciones de ambos equipos. San Román, eterno suplente en la portería del Atlético, jugaba ese día. Cuando suena su nombre, el estadio estalla en un clamor. San Román presume con sus compañeros de que es popular en La Paz, pero luego todos descubren de qué se trataba: San Román era el apellido del más célebre bandolero de la historia del país, de ahí el clamor. San Román tiene que aguantar todo tipo de bromas.
Pero el grupo no está para muchas alegrías, porque Martínez ha quedado en el Hospital Británico de Montevideo y las noticias son inquietantes. Cada mañana, cuando bajan a desayunar, todos preguntan lo mismo: “¿Cómo está el panocha? ¿Qué se sabe?” Y la respuesta es monótonamente desoladora: “Nada nuevo. No consiguen sacarle del coma”. Finalmente, el 2 de agosto es trasladado a Madrid e ingresado en la Concepción. Siempre en coma.
El episodio adquiere caracteres de drama nacional. Se sabe entonces que su joven esposa, Pepita Márquez, está embarazada. Sus fotos a la cabecera de la cama en la Concepción aparecen en los periódicos, en las revistas. La imagen se ve en el No-Do. Se recuerda entonces que en su primer encuentro con el Betis, contra el Barcelona, había sufrido un golpe en la cabeza en la primera parte, tras lo que le sobrevino un desmayo en el descanso, y ya no salió en la segunda mitad. Eso había sido en septiembre de 1962. También que un año más tarde, ante el Pontevedra, había sufrido una conmoción. ¿Le habían quedado secuelas no detectadas de aquello?
Pasan las semanas y los meses y todo sigue igual. El fútbol continúa y el caso Martínez deja de ser noticia constante. Las referencias al asunto se van espaciando. Alguna nota aquí, algún reportaje allá…. Así un año, tras otro. En 1967 concluye el contrato del jugador y el Atlético, a fin de que no perdiera bruscamente todo ingreso, organiza un partido en su beneficio, que se juega el 13 de junio de ese año, entre el Atlético de Madrid y un combinado de jugadores al que cada uno de los restantes equipos de España aporta uno. El combinado formó así: Iríbar (Ñito); Benítez, Tonono, Reija; Llompart (Torrent), Violeta; Oliveros, Santos (Ramírez), Ansola (Vavá), Pellicer y Gento. RTVE ofrece el partido, aportando una cantidad, la asistencia es buena, pero además se ha puesto en práctica una idea novedosa: por toda España se venden entradas de Fila 0, una entrada sin derecho a entrar, una contribución altruista a la causa. Fue un éxito fulminante. La asistencia al campo dejó 1.200.000 pesetas, la Fila 0 dejó 3.100.000 recaudadas por toda España. En total, con televisión, cuatro millones y medio, una gran cantidad para la época. Al hijo de Martínez, que ya aparece junto a su madre en las fotos de la cabecera de la cama junto a un padre que nunca le conocerá, se le concede el carné de socio del Atlético con el número 50.000.
Luego, la situación entra otra vez en rutina. Tras unos meses en los que la esposa del jugador paga la hospitalización, se hace cargo de ésta la Delegación Nacional de Deportes, a decisión de Juan Antonio Samaranch, que el día del homenaje había concedido al jugador la Medalla de Oro al Mérito Deportivo. Así hasta el 28 de septiembre de 1972, cuando fallezca finalmente, sin haber salido del coma en ocho años largos.
Josefa Márquez litigó en 1976 para que la muerte de su marido fuera reconocida como accidente laboral, lo que le hubiera permitido acceder a una indemnización. Su abogado esgrimió su desmayo aquel lejano día de su debut con el Betis o la conmoción ante el Pontevedra, como causas antecedentes del fallecimiento, que por tanto se habría producido como consecuencia de la actividad profesional. Pero no lo consiguió. Se encontró con una frialdad sobrevenida con los años. Regresó a San Fernando, donde crió a su hijo, que llegaría a jugar en el equipo local, tantos años después de su padre, de lateral izquierdo.
El caso Martínez tocó muchas conciencias y extremó durante tiempo las precauciones de los médicos, dando lugar a la frustración de algunas carreras. Tal fue el caso de Manuel Lasheras, prometedor jugador de la cantera del Madrid, al que Bernabéu tenía por el sucesor de Di Stéfano. En abril de 1965, jugando para el Rayo, remató de cabeza un córner sacado por Felines, hizo gol y se quedó desmayado. No le dejaron jugar más. Llevaba esa temporada 33 goles, con cinco hat tricks. Ramón, extremo del Hércules que pretendió fichar el Atlético como futuro sucesor de Collar, fue echado para atrás por una anomalía cardíaca. Curiosamente, después de eso tuvo que hacer la mili. El corazón no le daba para el fútbol, pero sí para la mili. Barba, otro canterano del Madrid que pasó cesiones por el Racing (el año de los bigotes) y por el Betis, también fue echado para atrás por una pequeña anomalía cardíaca.
PD: Puede haber alguien que diga que esta historia no procede aquí pues se trataba de un jugador del Atlético de Madrid, pero no es menos cierto que los hechos sucedieron muy pocos meses después de que el Real Betis lo traspasase, habiendo este jugador triunfado fundamentalmente en nuestro club.
Cuando murió el añorado Miki Roqué, se me vino a la cabeza esta historia que me contaba mi padre, pero evidentemente mi padre no era un profesional del periodismo deportivo y no me daba tantos datos y detalles.
Alfredo Relaño, director de AS en su blog "memorias en blanco y negro" dedicado a viejas y curiosas historias del deporte olvidadas con el paso del tiempo, lo recuerda así:
Martínez, ocho años en coma
Por: Alfredo Relaño | 04 de agosto de 2013
A primeros de 1964, Vicente Calderón accedió a la presidencia del Atlético, que estaba en horas bajas, y fue mano de santo. Desatascó las obras del futuro estadio del Manzanares y contrató varios refuerzos para la Copa, que por la época se desarrollaba una vez concluida la Liga. El Atlético llegaría a jugar la final de esa Copa, aunque la perdería ante el Zaragoza de Los Magníficos. Entre los refuerzos estaban el hondureño Cardona, procedente del Elche, y un interesante paquete de jugadores del Betis: Luis Aragonés, que haría leyenda en el club, el lateral Colo y el medio Martínez.
José Miguel Martínez Ferrer era un medio defensivo o defensa central nacido en Barcelona pero que tras iniciarse en Cataluña (Granollers, Sabadell y Condal) había triunfado en el Betis. La mili le llevó a San Fernando, donde jugó en el equipo local y conoció a la que sería su esposa. De ahí saltó al Betis, en Primera. Jugador alto, pelirrojo, tácticamente muy ordenado, seguro con el balón, atento, fuerte. Una buena adquisición. Llegó al Atlético y le tocó esperar, detrás de Glaría, pero se le veía como el hombre adecuado para sucederle.
El 7 de julio de 1964, el Atlético salió de gira por Sudamérica. Primero Buenos Aires, contra el Racing. Luego Montevideo, el 12 contra el Peñarol. Al día siguiente de este partido, varios jugadores están jugando a las cartas después de la cena en el hotel en que se hospedan, el Columbia Palace, todavía en Montevideo. Martínez les dice a sus compañeros de partida, Colo, San Román y Rivilla, que se encuentra mal, y sube a su habitación, la 818. Los demás no le dan mayor importancia y siguen jugando. La partida se levanta a las once, y cuando Colo sube a la habitación, que comparte con Martínez, se alarma al ver su estado. Avisa a San Román, que está en la habitación de enfrente, y este al médico, el doctor Garaizábal. Martínez está inconsciente. Se le traslada al Hospital Británico, donde se le diagnostica una mesoencefalitis. Está en coma.
La gira sigue, por Asunción, La Paz, Lima, Quito y Caracas. En La Paz se produce un hecho sorprendente. Con los jugadores formados sobre el campo, la megafonía da las alineaciones de ambos equipos. San Román, eterno suplente en la portería del Atlético, jugaba ese día. Cuando suena su nombre, el estadio estalla en un clamor. San Román presume con sus compañeros de que es popular en La Paz, pero luego todos descubren de qué se trataba: San Román era el apellido del más célebre bandolero de la historia del país, de ahí el clamor. San Román tiene que aguantar todo tipo de bromas.
Pero el grupo no está para muchas alegrías, porque Martínez ha quedado en el Hospital Británico de Montevideo y las noticias son inquietantes. Cada mañana, cuando bajan a desayunar, todos preguntan lo mismo: “¿Cómo está el panocha? ¿Qué se sabe?” Y la respuesta es monótonamente desoladora: “Nada nuevo. No consiguen sacarle del coma”. Finalmente, el 2 de agosto es trasladado a Madrid e ingresado en la Concepción. Siempre en coma.
El episodio adquiere caracteres de drama nacional. Se sabe entonces que su joven esposa, Pepita Márquez, está embarazada. Sus fotos a la cabecera de la cama en la Concepción aparecen en los periódicos, en las revistas. La imagen se ve en el No-Do. Se recuerda entonces que en su primer encuentro con el Betis, contra el Barcelona, había sufrido un golpe en la cabeza en la primera parte, tras lo que le sobrevino un desmayo en el descanso, y ya no salió en la segunda mitad. Eso había sido en septiembre de 1962. También que un año más tarde, ante el Pontevedra, había sufrido una conmoción. ¿Le habían quedado secuelas no detectadas de aquello?
Pasan las semanas y los meses y todo sigue igual. El fútbol continúa y el caso Martínez deja de ser noticia constante. Las referencias al asunto se van espaciando. Alguna nota aquí, algún reportaje allá…. Así un año, tras otro. En 1967 concluye el contrato del jugador y el Atlético, a fin de que no perdiera bruscamente todo ingreso, organiza un partido en su beneficio, que se juega el 13 de junio de ese año, entre el Atlético de Madrid y un combinado de jugadores al que cada uno de los restantes equipos de España aporta uno. El combinado formó así: Iríbar (Ñito); Benítez, Tonono, Reija; Llompart (Torrent), Violeta; Oliveros, Santos (Ramírez), Ansola (Vavá), Pellicer y Gento. RTVE ofrece el partido, aportando una cantidad, la asistencia es buena, pero además se ha puesto en práctica una idea novedosa: por toda España se venden entradas de Fila 0, una entrada sin derecho a entrar, una contribución altruista a la causa. Fue un éxito fulminante. La asistencia al campo dejó 1.200.000 pesetas, la Fila 0 dejó 3.100.000 recaudadas por toda España. En total, con televisión, cuatro millones y medio, una gran cantidad para la época. Al hijo de Martínez, que ya aparece junto a su madre en las fotos de la cabecera de la cama junto a un padre que nunca le conocerá, se le concede el carné de socio del Atlético con el número 50.000.
Luego, la situación entra otra vez en rutina. Tras unos meses en los que la esposa del jugador paga la hospitalización, se hace cargo de ésta la Delegación Nacional de Deportes, a decisión de Juan Antonio Samaranch, que el día del homenaje había concedido al jugador la Medalla de Oro al Mérito Deportivo. Así hasta el 28 de septiembre de 1972, cuando fallezca finalmente, sin haber salido del coma en ocho años largos.
Josefa Márquez litigó en 1976 para que la muerte de su marido fuera reconocida como accidente laboral, lo que le hubiera permitido acceder a una indemnización. Su abogado esgrimió su desmayo aquel lejano día de su debut con el Betis o la conmoción ante el Pontevedra, como causas antecedentes del fallecimiento, que por tanto se habría producido como consecuencia de la actividad profesional. Pero no lo consiguió. Se encontró con una frialdad sobrevenida con los años. Regresó a San Fernando, donde crió a su hijo, que llegaría a jugar en el equipo local, tantos años después de su padre, de lateral izquierdo.
El caso Martínez tocó muchas conciencias y extremó durante tiempo las precauciones de los médicos, dando lugar a la frustración de algunas carreras. Tal fue el caso de Manuel Lasheras, prometedor jugador de la cantera del Madrid, al que Bernabéu tenía por el sucesor de Di Stéfano. En abril de 1965, jugando para el Rayo, remató de cabeza un córner sacado por Felines, hizo gol y se quedó desmayado. No le dejaron jugar más. Llevaba esa temporada 33 goles, con cinco hat tricks. Ramón, extremo del Hércules que pretendió fichar el Atlético como futuro sucesor de Collar, fue echado para atrás por una anomalía cardíaca. Curiosamente, después de eso tuvo que hacer la mili. El corazón no le daba para el fútbol, pero sí para la mili. Barba, otro canterano del Madrid que pasó cesiones por el Racing (el año de los bigotes) y por el Betis, también fue echado para atrás por una pequeña anomalía cardíaca.
PD: Puede haber alguien que diga que esta historia no procede aquí pues se trataba de un jugador del Atlético de Madrid, pero no es menos cierto que los hechos sucedieron muy pocos meses después de que el Real Betis lo traspasase, habiendo este jugador triunfado fundamentalmente en nuestro club.
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