¡Mariano muévete!
Cayetano García de la Borbolla | 25 de junio de 2013 a las 11:08
Resulta raro que un periódico de información general como es El País abriera ayer su sección de opinión con un editorial sobre la llamada “burbuja del fútbol”, una metáfora que en los últimos meses se ha vuelto recurrente para describir el estado actual de nuestra liga profesional de balompié. A qué punto está llegando la dimensión del problema futbolístico que ya, hasta los diarios serios, reclaman una acción política decidida que afronte una reestructuración de un sector en el que, como se dice en el artículo, diecinueve equipos de los cuarenta y dos que componen la LFP han pasado por el instrumento legal del concurso de acreedores.
La cuestión es que, como casi siempre, estos análisis de los profanos llegan tarde –no digamos la actuación de los políticos, que todavía ni siquiera han empezado a informarse sobre el problema- Para los que conocemos el mundo futbolístico y hablábamos de burbuja hace un par de años, la metáfora más adecuada ahora sería la de una nube tóxica que sucede al estallido de la burbuja, y que amenaza con contaminar y destruir en el sistema.
Pero ¿cómo se ha llegado a esto después de que el Estado planteara el Plan de Saneamiento del año 1992? Pues básicamente haciendo omisión de los deberes de control que correspondían al Consejo Superior de Deporte, desde el primer momento de la constitución de las Sociedades Anónimas Deportivas, acto que fue una verdadera merienda de negros, salvo honrosas excepciones, y que propició la entrada de directivos cuyo único fin de enriquecerse a costa de los aficionados al deporte.
La norma de estos apandadores fue no pagar a las Instituciones Públicas por sistema, además de establecer complicados entramados societarios para desviar las comisiones y exacciones ilegales que obtenían de un mercado inflado artificialmente para poder robar más y mejor. Todos salían ganando a costa del estado y de los aficionados: los jugadores cobraban más aunque una parte de su salario fuera para pagar la mordida a los dirigentes, los comisionistas a lo suyo, y los directivos trincando por aquí y por allá.
Un pacto de silencio ha rodeado al fútbol desde 1992, directivos que cobran parte de las fichas sobredimensionadas de la plantilla, mediante sociedades residenciadas en paraísos fiscales, comisiones de traspasos elevadísimas, inflación de representantes innecesarios, todo a costa del sufrido aficionado, y del gobierno, que renunciaba a exigir coactivamente los tributos, dejando tras veinte años de mirar para otro lado, un panorama aterrador.
En efecto, la deuda de los clubes con Hacienda y la Seguridad Social ha devenido en un problema nacional dado su montante, lo que parece que por fin ha conseguido que se platee exigir a las SAD una cierta diligencia en el cumplimiento de sus obligaciones (como cada hijo de vecino, vaya). Hasta parece que a la AEAT no le tiembla el pulso a la hora de perseguir a megaestrellas mundiales, y desde luego hay que constatar que su posición en los concursos de acreedores está siendo más firme, pero evidentemente esto no es suficiente, en un estado próximo al colapso financiero.
Mientras, los dos colosos de nuestro fútbol, Madrid y Barça siguen acrecentando su posición de privilegio, lo que hace que desde la capital (políticos y medios) no se aprecie la podredumbre del modelo: con los equipos medianos, asfixiados por la deuda y dejando escapar a su mejores jugadores con destino a ligas extranjeras, y los modestos directamente desapareciendo o en trance de hacerlo. No es la primera vez ni será la última que desde aquí se demanda, urge que el gobierno tome la iniciativa y proceda a reformar el deporte profesional en España, elaborando de una vez por todas una Ley de Sociedades Anónimas Deportivas, reglamentando el reparto de derechos televisivos y estableciendo su serio y riguroso sistema de control sobre las finazas de los equipos. O eso, o en poco tiempo nos quedamos sin fútbol. ¡¡¡Mariano, muévete!!!
Merienda de negros
Cayetano García de la Borbolla | 25 de junio de 2013 a las 11:08
Resulta raro que un periódico de información general como es El País abriera ayer su sección de opinión con un editorial sobre la llamada “burbuja del fútbol”, una metáfora que en los últimos meses se ha vuelto recurrente para describir el estado actual de nuestra liga profesional de balompié. A qué punto está llegando la dimensión del problema futbolístico que ya, hasta los diarios serios, reclaman una acción política decidida que afronte una reestructuración de un sector en el que, como se dice en el artículo, diecinueve equipos de los cuarenta y dos que componen la LFP han pasado por el instrumento legal del concurso de acreedores.
La cuestión es que, como casi siempre, estos análisis de los profanos llegan tarde –no digamos la actuación de los políticos, que todavía ni siquiera han empezado a informarse sobre el problema- Para los que conocemos el mundo futbolístico y hablábamos de burbuja hace un par de años, la metáfora más adecuada ahora sería la de una nube tóxica que sucede al estallido de la burbuja, y que amenaza con contaminar y destruir en el sistema.
Pero ¿cómo se ha llegado a esto después de que el Estado planteara el Plan de Saneamiento del año 1992? Pues básicamente haciendo omisión de los deberes de control que correspondían al Consejo Superior de Deporte, desde el primer momento de la constitución de las Sociedades Anónimas Deportivas, acto que fue una verdadera merienda de negros, salvo honrosas excepciones, y que propició la entrada de directivos cuyo único fin de enriquecerse a costa de los aficionados al deporte.
La norma de estos apandadores fue no pagar a las Instituciones Públicas por sistema, además de establecer complicados entramados societarios para desviar las comisiones y exacciones ilegales que obtenían de un mercado inflado artificialmente para poder robar más y mejor. Todos salían ganando a costa del estado y de los aficionados: los jugadores cobraban más aunque una parte de su salario fuera para pagar la mordida a los dirigentes, los comisionistas a lo suyo, y los directivos trincando por aquí y por allá.
Un pacto de silencio ha rodeado al fútbol desde 1992, directivos que cobran parte de las fichas sobredimensionadas de la plantilla, mediante sociedades residenciadas en paraísos fiscales, comisiones de traspasos elevadísimas, inflación de representantes innecesarios, todo a costa del sufrido aficionado, y del gobierno, que renunciaba a exigir coactivamente los tributos, dejando tras veinte años de mirar para otro lado, un panorama aterrador.
En efecto, la deuda de los clubes con Hacienda y la Seguridad Social ha devenido en un problema nacional dado su montante, lo que parece que por fin ha conseguido que se platee exigir a las SAD una cierta diligencia en el cumplimiento de sus obligaciones (como cada hijo de vecino, vaya). Hasta parece que a la AEAT no le tiembla el pulso a la hora de perseguir a megaestrellas mundiales, y desde luego hay que constatar que su posición en los concursos de acreedores está siendo más firme, pero evidentemente esto no es suficiente, en un estado próximo al colapso financiero.
Mientras, los dos colosos de nuestro fútbol, Madrid y Barça siguen acrecentando su posición de privilegio, lo que hace que desde la capital (políticos y medios) no se aprecie la podredumbre del modelo: con los equipos medianos, asfixiados por la deuda y dejando escapar a su mejores jugadores con destino a ligas extranjeras, y los modestos directamente desapareciendo o en trance de hacerlo. No es la primera vez ni será la última que desde aquí se demanda, urge que el gobierno tome la iniciativa y proceda a reformar el deporte profesional en España, elaborando de una vez por todas una Ley de Sociedades Anónimas Deportivas, reglamentando el reparto de derechos televisivos y estableciendo su serio y riguroso sistema de control sobre las finazas de los equipos. O eso, o en poco tiempo nos quedamos sin fútbol. ¡¡¡Mariano, muévete!!!
Merienda de negros
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