31 de mayo, la tarde de lágrimas. El campo del Betis, nombrado entonces de una manera que no citaré, pues no debe recordarse (ni tampoco olvidarse), lamentaba el descenso contra un Valladolid necesitado, tras empatar a 1. El Betis, así, consumaba años de penuria en primera, cayendo en una soleada tarde a segunda división.
Y en el comienzo de esa larga tarde, el Betis lloró. Lloraron hombres, mujeres y niños. Un ser querido, un amigo desde pequeño, había descendido a los infiernos. Y el beticismo se preguntó “¿Por qué?”.
¿Había sido, acaso, ese triste empate contra el equipo de Pucela? ¿Habían sido los extraños resultados cosechados en esa jornada? ¿Había sido un gol del más grande jugador que hayan tenido nuestros ancestrales enemigos, y, a la vez, hermanos? Pues no. Curiosamente, ante tanta duda, la respuesta se presentó como una luz clara que iluminó al beticismo por todo el mundo. NO. El enemigo era otro.
31 de mayo, la larga noche. Y el Betis empezó su andadura por el infierno, con ese enemigo ya conocido flotando como una sombra negra sobre los béticos de bien. Pero esa sombra, a pesar de sus ardides, aún en el infierno, no podía oscurecer la claridad con la que los béticos lo veían todo. Y, por supuesto, supieron qué hacer: El Betis, el REAL BETIS, se levantaba en armas.
Y qué armas, señoras y señores. Jamás se vio tropa igual. Por supuesto, el innombrable intentó subyugar a tan variopinto ejercito con el uso de sus habituales malas artes, pero ¿cómo podría, aún alguien como él, parar un océano? ¿cómo podría detener un sentimiento? Y ocurrió lo que tenía que ocurrir. Al final de esa larga noche, todo el beticismo se unió, muchos en presencia,muchos en espíritu y muchos guiándoles desde ese cuarto anillo.
Y el Betis venció. Contra todo pronóstico, el oscurísimo fue vencido por un Betis desmembrado, pero cuyo corazón latió tan fuerte que hizo zozobrar el mundo. Y el Betis, el REAL BETIS, celebró la victoria más importante de su historia… aún quedaba mucho camino por recorrer.
1 de junio, un amanecer brillante. Y el Betis, libre, comenzó su ascensión a los cielos. Guiado por las hordas verdiblancas que nunca se rindieron, y por la propia dama justicia que parece que, por momentos, como la esperanza, viste de verde, el Betis resucitó. Y resucitó con ganas, con muchas ganas. Tantas que el camino de salida del infierno fue una fiesta continua para un Betis libre, imponente, colosal. Una vez más, ¿quién podría detener algo como aquello, con el diablo vencido? El infierno se le quedó pequeño al Betis.
Y llegó a las puertas del cielo. Tras unos primeros pasos vacilantes (todavía dolían algunas heridas del pasado), el Betis consiguió acreditar su fuerza, que le permitiría intentar asaltar el paraíso.
1 de junio, esta tarde y las que vendrán. Y en éstas nos encontramos, con el Betis, que es lo que una vez fue, intentando entrar en los verdes, verdísimos, campos del Edén.
No sé si se conseguirá, pero felicidades, béticas y béticos, REAL BETIS, porque, pase lo que pase, somos libres para seguir intentándolo.
Y en el comienzo de esa larga tarde, el Betis lloró. Lloraron hombres, mujeres y niños. Un ser querido, un amigo desde pequeño, había descendido a los infiernos. Y el beticismo se preguntó “¿Por qué?”.
¿Había sido, acaso, ese triste empate contra el equipo de Pucela? ¿Habían sido los extraños resultados cosechados en esa jornada? ¿Había sido un gol del más grande jugador que hayan tenido nuestros ancestrales enemigos, y, a la vez, hermanos? Pues no. Curiosamente, ante tanta duda, la respuesta se presentó como una luz clara que iluminó al beticismo por todo el mundo. NO. El enemigo era otro.
31 de mayo, la larga noche. Y el Betis empezó su andadura por el infierno, con ese enemigo ya conocido flotando como una sombra negra sobre los béticos de bien. Pero esa sombra, a pesar de sus ardides, aún en el infierno, no podía oscurecer la claridad con la que los béticos lo veían todo. Y, por supuesto, supieron qué hacer: El Betis, el REAL BETIS, se levantaba en armas.
Y qué armas, señoras y señores. Jamás se vio tropa igual. Por supuesto, el innombrable intentó subyugar a tan variopinto ejercito con el uso de sus habituales malas artes, pero ¿cómo podría, aún alguien como él, parar un océano? ¿cómo podría detener un sentimiento? Y ocurrió lo que tenía que ocurrir. Al final de esa larga noche, todo el beticismo se unió, muchos en presencia,muchos en espíritu y muchos guiándoles desde ese cuarto anillo.
Y el Betis venció. Contra todo pronóstico, el oscurísimo fue vencido por un Betis desmembrado, pero cuyo corazón latió tan fuerte que hizo zozobrar el mundo. Y el Betis, el REAL BETIS, celebró la victoria más importante de su historia… aún quedaba mucho camino por recorrer.
1 de junio, un amanecer brillante. Y el Betis, libre, comenzó su ascensión a los cielos. Guiado por las hordas verdiblancas que nunca se rindieron, y por la propia dama justicia que parece que, por momentos, como la esperanza, viste de verde, el Betis resucitó. Y resucitó con ganas, con muchas ganas. Tantas que el camino de salida del infierno fue una fiesta continua para un Betis libre, imponente, colosal. Una vez más, ¿quién podría detener algo como aquello, con el diablo vencido? El infierno se le quedó pequeño al Betis.
Y llegó a las puertas del cielo. Tras unos primeros pasos vacilantes (todavía dolían algunas heridas del pasado), el Betis consiguió acreditar su fuerza, que le permitiría intentar asaltar el paraíso.
1 de junio, esta tarde y las que vendrán. Y en éstas nos encontramos, con el Betis, que es lo que una vez fue, intentando entrar en los verdes, verdísimos, campos del Edén.
No sé si se conseguirá, pero felicidades, béticas y béticos, REAL BETIS, porque, pase lo que pase, somos libres para seguir intentándolo.
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