En mi ciudad cuando los niños nacen las madres se apresuran a llamarlos por el nombre que siempre soñaron ponerle mientras los padres deciden a cuál de los dos estadios irá la criatura los domingos. Mi padre me dio el Betis. Él me hizo de su Majestad, como le llaman en casa de mi abuelo paterno. Yo que soy republicano, siempre fui fiel súbdito de su Majestad, socio cada vez que pude, en segunda, en primera, en la champions e incluso rechazando trabajos que me robaban los domingos a los que me apuntó mi padre. No fue la equipación de portero que mi tío Nico me regaló antes de abrir los ojos. No fueron las historias de mi abuelo Luis de aquel Betis de bocadillo y autobús por los campos de tercera. No fueron las celebraciones de las victorias puntuales ante los grandes que tanto emocionaban a mi tío Antonio. No fueron las tardes de transistor en casa de mi abuelo José. No fueron los amigos que siempre eran del Betis. No fueron las novias que hasta hace bien poco siempre fueron del Betis. No fueron las continuas contestaciones a la teoría de mi bética madre encaminada a hacerme ver la torpeza de elegir a un equipo que nunca gana nada. Fue mi padre, su beticismo de herencia. La hermosa herencia que mi padre me legó y por la que yo quiero ser también padre. Porque, no nos engañemos, la mayor alegría de un bético es tener un hijo bético.
Mi padre me dio el Betis. Me enseñó a quererlo. Y por su Majestad juro que a día de hoy es el amor de mi vida. Nunca me abandonó el Betis. Nunca le dejé yo tampoco. Me hizo llorar de alegría y de tristeza, me llevó de viaje, me regaló besos en la red de gol sur, en el lateral de fondo, en la red de gol norte. Me dio ídolos para decorar mi habitación. Mi padre me dio el Betis. Mi padre es mi Betis y seré yo el Betis de mis hijos. Por eso cuando Lopera pretende venderme el Betis, sólo me cabe contestarle que no se le puede vender a un corazón la sangre que sin él no late.
José Ibañez.
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