Mosaico en verde y blanco
El Betis es el transistor que le servía a Romero Murube para escuchar los partidos en los jardines del Alcázar mientras podaba los rosales y se acordaba, a las cinco de la tarde, del poeta de Granada al que le dedicó uno de sus siete romances: el mismo Lorca que a su vez le escribió la elegía más sublime a Ignacio Sánchez Mejías, aquel presidente bético que servía para enjaretar una novela o para clavar un par de banderillas de tiniebla. El Betis, ya puestos a compararlo con un mosaico, es el Azulejo’s Palace donde se recluye el ditero del Fontanal que le dijo a Moeckel una frase sublime: «Tegasa significa Técnicas Ganaderas porque se dedica… a ganar dinero».
El Betis es la zurda de caoba de Rogelio y las manos negras que se han llevado todo lo que han podido y más. El Betis es el escudo que luce en la capilla de la Virgen de los Reyes, donde está enterrado un bético que no pudo ver ningún partido en Heliópolis porque aún no se había fundado el club. Lo canta Silvio, que era sevillista. Cuando San Fernando llegó a Sevilla, lo primero que preguntó fue «¿dónde está mi Betis?» Como Garmendia, que interrumpió un pregón de Semana Santa que estaba pronunciando en el patio de los Naranjos para interrogar al auditorio: «¿Alguien sabe cómo va el Betis?»
El Betis es una forma de entender la existencia. El Betis es un equipo compuesto por Unamuno y Schopenhauer, por Ortega y Gasset en el doble y premiado pivote junto a Javier López y Cardeñosa, por Sartre y Camus corriendo las respectivas bandas con permiso de Rafael Gordillo y de Finidi, de García Soriano y de Benítez. El Betis es el estoicismo de las trece barras y el silencio maestrante cuando Calderón lanzaba una falta como si estuviera jugándose la Puerta del Príncipe. Con el Betis no hay quien pueda, que por algo es el equipo del Gran Poder y de la Esperanza que tiñe de verde las camisetas y el corazón.
El Betis es Antonio Burgos y es Triana, que así se llamaba el filial.
La otra orilla de la razón y del triunfo. La guasa de Carlos Herrera y la gracia del speaker Manolo Melado. Baco es un bético de taberna y transistor que no sabe lo que es un fuera de juego porque su Betis no es de este mundo. Béticos han sido todos los héroes de la historia, los eternos perdedores que le vencen al destino degustando la derrota con el sabor de la victoria inútil ante el Barcelona o ante el Chelsea. El campo del Betis está abonado a las tragedias griegas: Heliópolis. Allí no se va a ganar, sino a sufrir.
El Betis, ejemplo de lo imposible hecho realidad, es un mosaico barroco donde cabe alguien que no es bético pero que sabe de lo que escribe. Su padre era currista y sus hijos son dos béticos que recordarán, mientras vivan, la noche mágica en la que las trece barras destrozaron el mal fario de su número. La gloria bética es efímera, hijos míos. Como la vida misma.
Francisco Robles.
Mosaico en verde y blanco - abcdesevilla.es
El Betis es el transistor que le servía a Romero Murube para escuchar los partidos en los jardines del Alcázar mientras podaba los rosales y se acordaba, a las cinco de la tarde, del poeta de Granada al que le dedicó uno de sus siete romances: el mismo Lorca que a su vez le escribió la elegía más sublime a Ignacio Sánchez Mejías, aquel presidente bético que servía para enjaretar una novela o para clavar un par de banderillas de tiniebla. El Betis, ya puestos a compararlo con un mosaico, es el Azulejo’s Palace donde se recluye el ditero del Fontanal que le dijo a Moeckel una frase sublime: «Tegasa significa Técnicas Ganaderas porque se dedica… a ganar dinero».
El Betis es la zurda de caoba de Rogelio y las manos negras que se han llevado todo lo que han podido y más. El Betis es el escudo que luce en la capilla de la Virgen de los Reyes, donde está enterrado un bético que no pudo ver ningún partido en Heliópolis porque aún no se había fundado el club. Lo canta Silvio, que era sevillista. Cuando San Fernando llegó a Sevilla, lo primero que preguntó fue «¿dónde está mi Betis?» Como Garmendia, que interrumpió un pregón de Semana Santa que estaba pronunciando en el patio de los Naranjos para interrogar al auditorio: «¿Alguien sabe cómo va el Betis?»
El Betis es una forma de entender la existencia. El Betis es un equipo compuesto por Unamuno y Schopenhauer, por Ortega y Gasset en el doble y premiado pivote junto a Javier López y Cardeñosa, por Sartre y Camus corriendo las respectivas bandas con permiso de Rafael Gordillo y de Finidi, de García Soriano y de Benítez. El Betis es el estoicismo de las trece barras y el silencio maestrante cuando Calderón lanzaba una falta como si estuviera jugándose la Puerta del Príncipe. Con el Betis no hay quien pueda, que por algo es el equipo del Gran Poder y de la Esperanza que tiñe de verde las camisetas y el corazón.
El Betis es Antonio Burgos y es Triana, que así se llamaba el filial.
La otra orilla de la razón y del triunfo. La guasa de Carlos Herrera y la gracia del speaker Manolo Melado. Baco es un bético de taberna y transistor que no sabe lo que es un fuera de juego porque su Betis no es de este mundo. Béticos han sido todos los héroes de la historia, los eternos perdedores que le vencen al destino degustando la derrota con el sabor de la victoria inútil ante el Barcelona o ante el Chelsea. El campo del Betis está abonado a las tragedias griegas: Heliópolis. Allí no se va a ganar, sino a sufrir.
El Betis, ejemplo de lo imposible hecho realidad, es un mosaico barroco donde cabe alguien que no es bético pero que sabe de lo que escribe. Su padre era currista y sus hijos son dos béticos que recordarán, mientras vivan, la noche mágica en la que las trece barras destrozaron el mal fario de su número. La gloria bética es efímera, hijos míos. Como la vida misma.
Francisco Robles.
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