Blog Zidaneando de El Mundo.
En 1976, un cadáver apareció flotando en el río Guadalquivir. La Policía etiquetó al principal sospechoso: «un gángster». Todo en la vida necesita entrenamiento. Desde luego, se necesita para ser un malvado y se necesita para luchar contra los malvados. Juan Gómez Porrúa, un académico, no tenía ese entrenamiento. Lo que sí tenía era una concepción altísima del ser ciudadano, que le obligaba a levantarse y actuar. Incluso, 34 años después, contra aquel gángster.
Hace 10 años un inspector de Hacienda se deshacía en lágrimas tras ver cómo su vida se había convertido en un infierno. Su delito: escribir una carta a un periódico. Fue acusado de conspirar para derribar a un presidente. En realidad, quien había conspirado -si se le puede llamar así a descubrir un fraude en una inspección- era un compañero suyo, que con el tiempo llegaría a la dirección general de la Caja San Fernando. Pero decidió callar. Su colega aún tiembla cuando suena el teléfono.
Hace ocho años un periodista fue acusado. En el juicio presentó como testigo a un colega, hoy fraternalmente acomodado en Canal Sur. Solamente tenía que decir la verdad. Prefirió decir que no se acordaba.
Hace cinco años un presidente fue condenado. Pero todas las situaciones son susceptibles de aprovechamiento. Fichó a los fiscales que casi le llevan a la cárcel para que le defendieran en adelante. Uno de ellos lo explicó así: «No he cambiado de chaqueta, sólo que antes la colgaba en una percha y ahora lo hago en otra».
En estas situaciones, ramas de un mismo tronco, es fácil advertir a los buenos y a los malos. No tan sencillo es apreciar a otra figura que se repite en todas, tal vez porque es su abono: siempre hay alguien que mira hacia otro lado. Estos días se ha dicho mucho que Juan Gómez Porrúa ha muerto luchando por el Betis. Yo creo que en realidad luchaba por algo más importante.
Gmez Porra | Zidaneando | Blogs | elmundo.es deportes
En 1976, un cadáver apareció flotando en el río Guadalquivir. La Policía etiquetó al principal sospechoso: «un gángster». Todo en la vida necesita entrenamiento. Desde luego, se necesita para ser un malvado y se necesita para luchar contra los malvados. Juan Gómez Porrúa, un académico, no tenía ese entrenamiento. Lo que sí tenía era una concepción altísima del ser ciudadano, que le obligaba a levantarse y actuar. Incluso, 34 años después, contra aquel gángster.
Hace 10 años un inspector de Hacienda se deshacía en lágrimas tras ver cómo su vida se había convertido en un infierno. Su delito: escribir una carta a un periódico. Fue acusado de conspirar para derribar a un presidente. En realidad, quien había conspirado -si se le puede llamar así a descubrir un fraude en una inspección- era un compañero suyo, que con el tiempo llegaría a la dirección general de la Caja San Fernando. Pero decidió callar. Su colega aún tiembla cuando suena el teléfono.
Hace ocho años un periodista fue acusado. En el juicio presentó como testigo a un colega, hoy fraternalmente acomodado en Canal Sur. Solamente tenía que decir la verdad. Prefirió decir que no se acordaba.
Hace cinco años un presidente fue condenado. Pero todas las situaciones son susceptibles de aprovechamiento. Fichó a los fiscales que casi le llevan a la cárcel para que le defendieran en adelante. Uno de ellos lo explicó así: «No he cambiado de chaqueta, sólo que antes la colgaba en una percha y ahora lo hago en otra».
En estas situaciones, ramas de un mismo tronco, es fácil advertir a los buenos y a los malos. No tan sencillo es apreciar a otra figura que se repite en todas, tal vez porque es su abono: siempre hay alguien que mira hacia otro lado. Estos días se ha dicho mucho que Juan Gómez Porrúa ha muerto luchando por el Betis. Yo creo que en realidad luchaba por algo más importante.
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