Ciego de sí mismo
19 de Noviembre de 2009 a las 14:36
Sólo resta por saber qué conclusiones extraerá tras reunirse con su equipo de perros. Lopera se ha convertido en un apestado del beticismo. Nadie lo quiere, salvo esos cuatro o cinco adláteres de siempre y los tres o cuatro asalariados no mileuristas que le profesan una fe nacida en lo crematístico pero que ha ido creciendo dentro de ellos hasta la confusión. Los loperistas caben en un autobús, pero su brazo armado no conoce hace migas con la honestidad y jamás se rendirá. Además está ciego de sí mismo.
No es un asunto nuevo, pero a Lopera lo tienen que echar del Betis o le tienen que quitar las acciones para que se vaya. La Sevilla verdiblanca es un clamor contra él, está en permanente pie de guerra. Ya no hay marcha atrás. Y él lo sabe mas no quiere verlo. Sigue aferrado a unos papeles que para él lo legitiman como dueño del Betis. Más dura será su caída y, lo peor, el beticismo la festejará como el mayor de los títulos.
En su huida hacia adelante ha logrado la unidad del mundo bético. Todos contra él, quien ha adquirido una faz de dictador imposible ya de borrar. El Betis es, ante todo, un club de fútbol. Pero él ha conseguido que sus fieles se olviden del fútbol. Salvo una veintena de descerebrados que equivoca el sitio donde encender esas bengalas de la impotencia, el resto sabe que el culpable único del estado de las cosas en verde y blanco vive al otro lado de la ciudad. Y por ello le da prácticamente igual que el equipo ascienda o no; sólo quiere que él se vaya. Y no le importa cuál sea el motivo del fin de la pesadilla, quizá alguno hasta prefiera ya verlo entre rejas si, como sostiene algún fiscal, ha delinquido a costa del Betis.
Es lo que va generando Lopera a su alrededor: la aversión más extrema. La pena es que sólo escucha a sus once perros, capitaneados por el gran Hugo. Y éstos obedecen y sonríen por un mendrugo de pan. Y quieren a quien se lo ofrece día a día. Son incapaces de distinguir qué clase de ser humano está a su lado. Si los perros fuesen inteligentes le dirían a su amo que dejase el Betis en paz. Hoy sólo le queda una salida medio airosa: irse. No es que el beticismo, que se lo pide hasta por favor, le vaya a aplaudir el gesto, aunque al menos no incluirá como festivo en sus calendarios el adiós de tan nefasto y nefando gestor. Pero él no lo hará. Me lo dijo hace años, cuando comenzó su declive. Casi me lo juró. Ya había comenzado su ceguera, su huida hacia adelante.
Javier Mérida
19 de Noviembre de 2009 a las 14:36
Sólo resta por saber qué conclusiones extraerá tras reunirse con su equipo de perros. Lopera se ha convertido en un apestado del beticismo. Nadie lo quiere, salvo esos cuatro o cinco adláteres de siempre y los tres o cuatro asalariados no mileuristas que le profesan una fe nacida en lo crematístico pero que ha ido creciendo dentro de ellos hasta la confusión. Los loperistas caben en un autobús, pero su brazo armado no conoce hace migas con la honestidad y jamás se rendirá. Además está ciego de sí mismo.
No es un asunto nuevo, pero a Lopera lo tienen que echar del Betis o le tienen que quitar las acciones para que se vaya. La Sevilla verdiblanca es un clamor contra él, está en permanente pie de guerra. Ya no hay marcha atrás. Y él lo sabe mas no quiere verlo. Sigue aferrado a unos papeles que para él lo legitiman como dueño del Betis. Más dura será su caída y, lo peor, el beticismo la festejará como el mayor de los títulos.
En su huida hacia adelante ha logrado la unidad del mundo bético. Todos contra él, quien ha adquirido una faz de dictador imposible ya de borrar. El Betis es, ante todo, un club de fútbol. Pero él ha conseguido que sus fieles se olviden del fútbol. Salvo una veintena de descerebrados que equivoca el sitio donde encender esas bengalas de la impotencia, el resto sabe que el culpable único del estado de las cosas en verde y blanco vive al otro lado de la ciudad. Y por ello le da prácticamente igual que el equipo ascienda o no; sólo quiere que él se vaya. Y no le importa cuál sea el motivo del fin de la pesadilla, quizá alguno hasta prefiera ya verlo entre rejas si, como sostiene algún fiscal, ha delinquido a costa del Betis.
Es lo que va generando Lopera a su alrededor: la aversión más extrema. La pena es que sólo escucha a sus once perros, capitaneados por el gran Hugo. Y éstos obedecen y sonríen por un mendrugo de pan. Y quieren a quien se lo ofrece día a día. Son incapaces de distinguir qué clase de ser humano está a su lado. Si los perros fuesen inteligentes le dirían a su amo que dejase el Betis en paz. Hoy sólo le queda una salida medio airosa: irse. No es que el beticismo, que se lo pide hasta por favor, le vaya a aplaudir el gesto, aunque al menos no incluirá como festivo en sus calendarios el adiós de tan nefasto y nefando gestor. Pero él no lo hará. Me lo dijo hace años, cuando comenzó su declive. Casi me lo juró. Ya había comenzado su ceguera, su huida hacia adelante.
Javier Mérida
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