Navegando un poquito por la red, me encuentro este articulo del gran Antonio Burgos, editado el 17 de Abril 1998.
"Fagamos un campo del Betis tal..."
Una bandera verde y blanca sobre las fauces de un diplodocus metálico, y tres mil béticos entre aplausos y lágrimas. Comienza el derribo de Gol Norte del campo del Betis. Empiezan a ser ruinas, Itálica verdiblanca sin Rodrigo Caro que las cante, las que fueron gloriosas gradas del teatro romano donde el coro de la tragedia, sobreponiéndose a la derrota, cantaba aquella tarde segundona del Tenerife la más bella sinfonía colectiva que oyeron nunca las azoteas del Instituto de la Grasa y las buganvillas de la casa de los Maestre junto a las palmeras de La Palmera. "Beeetis, Beeetis, Beeetis..." Van cayendo los recuerdos de lo que fue el Stadium de la Exposición Iberoamericana, del campo que arrasaron las tanquetas de los italianos cuando fue garaje para una división de las CTV (Corpo di Troppe Voluntarie) en aquella guerra incivil que destrozó al Betis, espejo de España. Por un lado de aquella España quedaba el Betis glorioso de la Copa republicana, pero Unamuno, Areso y Aedo estaban en zona roja. Por este lado de aquella España, los béticos eran obligatoriamente reclutados por el Ejército de Franco y metían las tanquetas italianas de la toma de Málaga en los verdes campos del Edén que pocos meses antes había recorrido, glorioso, Peral.
Lloran los béticos, que se acuerdan de aquellas gradas donde vieron sus padres partidos con el Palamós y sus abuelos, con el Iliturgi y con la Balompédica Linense. Tocan las palmas los béticos, porque va cayendo el pasado que, como en un bolero, nunca más ha de volver, y se sienten canónigos que mandaran construir la Magna Hispalense del fútbol del siglo XXI: "Fagamos un campo del Betis tal, que los siglos venideros nos tomen por locos." El cura del Betis le reza al Gran Poder y Ruiz de Lopera tripula la máquina, simbólica, de este mastodonte imparable en que su presidencia convirtió al Betis. Ya nadie se acuerda del Palamós, el campo va a estar mucho más de dulce que cuando en el Mundial del 82 convocaba Antonio Bustos a la fiel infantería de las peñas y El Pali me daba bajo aquella tribuna una placa que era plata del común corazón bético de dos sevillanos del barrio del Postigo. Sigue sonando el diplodocus, que nos hace olvidarnos del Betis del Terciario del partido de Utrera, del Cuaternario del barco de Algeciras para ir a verlo a jugar partidos de Tercera en Tánger... Ahora vamos a tener tecnología de la NASA, un Betis de fibra óptica, un Ave en las botas blancas de Alfonso, una ONU en el compás moreno del sombrero de alancha de Finidi, y nadie se acuerda del Betis de aquellas otras siglas, de Real Betis OIT de cuando este estadio rompió la huelga de la construcción, que los albañiles eran antes béticos que sindicalistas, para ventura de Ventura Castelló, que como era bético, y socialista de honradez y gorra de Pablo Iglesias, comprendía mejor que nadie las contradicciones del sistema, el Betis es siempre una condición objetiva para cambiar la realidad y hacer que se parezca a los sueños.
Y como, entre aplausos y lágrimas, fagamos un campo tal que los siglos venideros nos tomen por locos, anda don Manuel preguntando que cómo le vamos a poner de nombre al estadio nuevo, pues le diré mi opinión de bético por razones estéticas y sentimentales, de bético del sector currista. Yo le diría cómo mi ahijado El Pali sacaría de pila al estadio nuevo. ¿Cómo se va a llamar, joé? El campo del Betis. En Sevilla, como las cosas se escriben de una forma y se pronuncian de otra, duales barrocos puros, se escribe estadio Benito Villamarín, pero se pronuncia campo del Betis. Deje usted en paz la gloriosa memoria de don Benito, don Manuel. Nadie mejor que usted puede comprender su entrega a las trece barras gloriosas. Si no llega a ser por Villamarín, quién sabe si aquel Betis del pozo de la Tercera no se hubiera extinguido como una lamparilla para un romance de Doña María de las Mercedes, la madre del Rey, que es bética, como San Fernando; quién sabe si quizá no podríamos sentirnos ahora canónigos de la Magna Bética Hispalense: "Fagamos un campo del Betis tal que los siglos venideros nos tomen por locos..."
"Fagamos un campo del Betis tal..."
Una bandera verde y blanca sobre las fauces de un diplodocus metálico, y tres mil béticos entre aplausos y lágrimas. Comienza el derribo de Gol Norte del campo del Betis. Empiezan a ser ruinas, Itálica verdiblanca sin Rodrigo Caro que las cante, las que fueron gloriosas gradas del teatro romano donde el coro de la tragedia, sobreponiéndose a la derrota, cantaba aquella tarde segundona del Tenerife la más bella sinfonía colectiva que oyeron nunca las azoteas del Instituto de la Grasa y las buganvillas de la casa de los Maestre junto a las palmeras de La Palmera. "Beeetis, Beeetis, Beeetis..." Van cayendo los recuerdos de lo que fue el Stadium de la Exposición Iberoamericana, del campo que arrasaron las tanquetas de los italianos cuando fue garaje para una división de las CTV (Corpo di Troppe Voluntarie) en aquella guerra incivil que destrozó al Betis, espejo de España. Por un lado de aquella España quedaba el Betis glorioso de la Copa republicana, pero Unamuno, Areso y Aedo estaban en zona roja. Por este lado de aquella España, los béticos eran obligatoriamente reclutados por el Ejército de Franco y metían las tanquetas italianas de la toma de Málaga en los verdes campos del Edén que pocos meses antes había recorrido, glorioso, Peral.
Lloran los béticos, que se acuerdan de aquellas gradas donde vieron sus padres partidos con el Palamós y sus abuelos, con el Iliturgi y con la Balompédica Linense. Tocan las palmas los béticos, porque va cayendo el pasado que, como en un bolero, nunca más ha de volver, y se sienten canónigos que mandaran construir la Magna Hispalense del fútbol del siglo XXI: "Fagamos un campo del Betis tal, que los siglos venideros nos tomen por locos." El cura del Betis le reza al Gran Poder y Ruiz de Lopera tripula la máquina, simbólica, de este mastodonte imparable en que su presidencia convirtió al Betis. Ya nadie se acuerda del Palamós, el campo va a estar mucho más de dulce que cuando en el Mundial del 82 convocaba Antonio Bustos a la fiel infantería de las peñas y El Pali me daba bajo aquella tribuna una placa que era plata del común corazón bético de dos sevillanos del barrio del Postigo. Sigue sonando el diplodocus, que nos hace olvidarnos del Betis del Terciario del partido de Utrera, del Cuaternario del barco de Algeciras para ir a verlo a jugar partidos de Tercera en Tánger... Ahora vamos a tener tecnología de la NASA, un Betis de fibra óptica, un Ave en las botas blancas de Alfonso, una ONU en el compás moreno del sombrero de alancha de Finidi, y nadie se acuerda del Betis de aquellas otras siglas, de Real Betis OIT de cuando este estadio rompió la huelga de la construcción, que los albañiles eran antes béticos que sindicalistas, para ventura de Ventura Castelló, que como era bético, y socialista de honradez y gorra de Pablo Iglesias, comprendía mejor que nadie las contradicciones del sistema, el Betis es siempre una condición objetiva para cambiar la realidad y hacer que se parezca a los sueños.
Y como, entre aplausos y lágrimas, fagamos un campo tal que los siglos venideros nos tomen por locos, anda don Manuel preguntando que cómo le vamos a poner de nombre al estadio nuevo, pues le diré mi opinión de bético por razones estéticas y sentimentales, de bético del sector currista. Yo le diría cómo mi ahijado El Pali sacaría de pila al estadio nuevo. ¿Cómo se va a llamar, joé? El campo del Betis. En Sevilla, como las cosas se escriben de una forma y se pronuncian de otra, duales barrocos puros, se escribe estadio Benito Villamarín, pero se pronuncia campo del Betis. Deje usted en paz la gloriosa memoria de don Benito, don Manuel. Nadie mejor que usted puede comprender su entrega a las trece barras gloriosas. Si no llega a ser por Villamarín, quién sabe si aquel Betis del pozo de la Tercera no se hubiera extinguido como una lamparilla para un romance de Doña María de las Mercedes, la madre del Rey, que es bética, como San Fernando; quién sabe si quizá no podríamos sentirnos ahora canónigos de la Magna Bética Hispalense: "Fagamos un campo del Betis tal que los siglos venideros nos tomen por locos..."
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