Tendrá que llegar el día de la normalización, cómo no, y entonces el verdadero Betis empezará a pedir perdón. Serán mil perdones por la cuentas pendientes que le colgarán de esta larguísima etapa que parece que nunca se va a acabar, pero que terminará, eso es seguro, antes o después y por una u otra razón. Sucederá y a alguien, efectivamente, le tocará rescatar el buen nombre del club de esa pestilente fosa común en la que se están enterrando todos los cadáveres de tantas guerras absurdas, chusqueras y tabernarias como se han librado gratuitamente en los últimos diecisiete años, que ya vamos por ahí y se dice pronto. Habrá que empezar a pedir perdón, sí, y ya se verá cuándo termina de hacerlo quien tenga que asumir esa responsabilidad insoslayable por el compromiso leal y sincero con la esencia romántica e histórica del Real Betis. Porque será necesario, absolutamente necesario, restaurar la grandeza moral que en su modestia siempre acompañó a la entidad verdiblanca como incorruptible y popular seña de identidad. Y se hará.
No es que el Real Betis Balompié haya dejado de ser escuela de vida, sensación y acierto en una pasión descontrolada que a veces lleva al paroxismo y que en su día, alzada por la hipérbole más conmovedora, se convirtió en la expresión extrema de la filosofía olímpica que en su momento trató de difundir el barón de Coubertin, para el que lo importante era participar del mismo modo que para el bético acabó siendo motivo de celebración la existencia misma del club de sus amores... «manque» perdiera el equipo. Sigue siendo el Betis lo que fue durante tantos años, lo que rememoran los más viejos y lo que anhelan los más jóvenes por la necesidad vital que acusan de sentir como sus mayores les cuentan. Sigue siéndolo en el fondo del corazón de cada uno de los fieles seguidores del escudo y de los colores, de la leyenda y de la historia escrita, y más aún de la contada boca a boca de generación en generación. Y por eso en muchos sitios, como en Jerez de la Frontera, saben distinguir entre el Real Betis y una sociedad anónima deportiva sin alma y con una enervante, triste y vergonzante falta de categoría y señorío que quiere apoderarse de un intangible que le viene enorme porque no está hecha la miel para la boca del asno, simplemente. Con todo, y por la recuperación del sentido de la decencia, algún día, cuando toque reparar tanto daño, alguien tendrá que pedir perdón en nombre del Betis y toda su buena gente por las tropelías perpetradas por quienes durante un tiempo se aprovecharon de un símbolo, y a nadie le va a doler porque habrá que hacerlo por higiene, para que no queden rastros de la estulticia, el egoísmo, la racanería, la ridiculez y el cinismo del clan de los patanes en el blanco que tiene que lucir inmaculado entre el verde que te quiero verde de la imagen futura, limpia y digna, del Real Betis Balompié.
No es el beticismo
Que nadie, por lo tanto, se confunda y entienda que el Betis de 1907 habla por la boca de quienes callaron días y semanas después del segundazo de mayo. Que nadie crea que la fiel infantería está detrás de la zafia maniobra, llanto de Boabdil, que ayer fue despachada con desdén por la LFP y que inmediatamente fue a parar al CSD sin que aún se haya tenido la más mínima consideración pública hacia una ciudad hermana, Jerez, y un club, el Xerez, que tendría que ser amigo y compañero.
Al Betis le toca jugar en Segunda porque el año pasado no se ganó el derecho a estar con los mejores. Y hay que tener la hombría de asumirlo. Si el Xerez no debe subir que lo denuncie el Hércules, que tendría que ser el tercer equipo para el ascenso, pero bajar ya es suficiente desgracia para el beticismo como para que ahora se le humille mendigando en su nombre una hipotética justicia administrativa que ni colando por la escotilla restablecería el honor perdido, sino que más bien arrebataría incluso la honra.
A alguien le tocará pedir muchos perdones cuando llegue el día por tantas fechorías que en nombre del Betis están cometiendo unos cuatreros que no son el Betis. Que lo sepan también en Jerez.
Fuente: ABC de Sevilla. Por Gerardo Torres.
No es que el Real Betis Balompié haya dejado de ser escuela de vida, sensación y acierto en una pasión descontrolada que a veces lleva al paroxismo y que en su día, alzada por la hipérbole más conmovedora, se convirtió en la expresión extrema de la filosofía olímpica que en su momento trató de difundir el barón de Coubertin, para el que lo importante era participar del mismo modo que para el bético acabó siendo motivo de celebración la existencia misma del club de sus amores... «manque» perdiera el equipo. Sigue siendo el Betis lo que fue durante tantos años, lo que rememoran los más viejos y lo que anhelan los más jóvenes por la necesidad vital que acusan de sentir como sus mayores les cuentan. Sigue siéndolo en el fondo del corazón de cada uno de los fieles seguidores del escudo y de los colores, de la leyenda y de la historia escrita, y más aún de la contada boca a boca de generación en generación. Y por eso en muchos sitios, como en Jerez de la Frontera, saben distinguir entre el Real Betis y una sociedad anónima deportiva sin alma y con una enervante, triste y vergonzante falta de categoría y señorío que quiere apoderarse de un intangible que le viene enorme porque no está hecha la miel para la boca del asno, simplemente. Con todo, y por la recuperación del sentido de la decencia, algún día, cuando toque reparar tanto daño, alguien tendrá que pedir perdón en nombre del Betis y toda su buena gente por las tropelías perpetradas por quienes durante un tiempo se aprovecharon de un símbolo, y a nadie le va a doler porque habrá que hacerlo por higiene, para que no queden rastros de la estulticia, el egoísmo, la racanería, la ridiculez y el cinismo del clan de los patanes en el blanco que tiene que lucir inmaculado entre el verde que te quiero verde de la imagen futura, limpia y digna, del Real Betis Balompié.
No es el beticismo
Que nadie, por lo tanto, se confunda y entienda que el Betis de 1907 habla por la boca de quienes callaron días y semanas después del segundazo de mayo. Que nadie crea que la fiel infantería está detrás de la zafia maniobra, llanto de Boabdil, que ayer fue despachada con desdén por la LFP y que inmediatamente fue a parar al CSD sin que aún se haya tenido la más mínima consideración pública hacia una ciudad hermana, Jerez, y un club, el Xerez, que tendría que ser amigo y compañero.
Al Betis le toca jugar en Segunda porque el año pasado no se ganó el derecho a estar con los mejores. Y hay que tener la hombría de asumirlo. Si el Xerez no debe subir que lo denuncie el Hércules, que tendría que ser el tercer equipo para el ascenso, pero bajar ya es suficiente desgracia para el beticismo como para que ahora se le humille mendigando en su nombre una hipotética justicia administrativa que ni colando por la escotilla restablecería el honor perdido, sino que más bien arrebataría incluso la honra.
A alguien le tocará pedir muchos perdones cuando llegue el día por tantas fechorías que en nombre del Betis están cometiendo unos cuatreros que no son el Betis. Que lo sepan también en Jerez.
Fuente: ABC de Sevilla. Por Gerardo Torres.
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