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Trueno bético contra Lopera

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Vídeo: Atlas



«El Betis, tras la hecatombe, arremetía todas las tardes con más entusiasmo hacia la conquista de su gloria». Han pasado las décadas, y el molde con el que se ha ido escribiendo la historia del Betis perdura intacto. Aquel mismo espíritu al que se refería el poeta Joaquín Romero Murube sigue vivo. Aquel de las marchas verdes a Utrera con el equipo hundido en Tercera. Aquel del manquepierda. Y más vivo que nunca. En una encrucijada durísima y en soledad, aquellos béticos se enfrentaron a su destino y el Betis renació. Hoy se puede asegurar que el ciclo volverá pronto a completarse.
Aquel espíritu revivió ayer de forma colosal, maravillosa. La Giralda, desprevenida, se anegó de color verdiblanco, víctima de la pasión desbordada de 70.000 hinchas que tomaron la calle para pedirle a Lopera que liberara al Betis, que se marche de una vez. Nunca el fútbol vio una rebelión semejante del pueblo. Y tampoco al beticismo se le vio nunca tan orgulloso.
De repente, los afluentes del centro de Sevilla comenzaron a manar béticos. Incesantes, inagotables. Lo monumental de la afición sobrepasó todas las previsiones, incluidas las muy generosas de los organizadores. 70.000 béticos se manifestaron ayer por la libertad de su Betis, para acabar con el secuestro de quien se proclama su dueño y salvador. «Ya debería saber que nunca podría gobernar nuestro sentimiento. Pero desde hoy no le deberá quedar ninguna duda».
Habla Rafael Gordillo, uno de los pocos béticos ilustres a los que se les otorgó el honor de encabezar la manifestación . El otro fue Alfonso Jaramillo, el más antiguo socio vivo. A su lado, decenas de niños, «la fiel infantería», el rostro sonriente que imagina un Betis mejor. Hasta el último momento, se respetó el espíritu de la manifestación. Nadie se atrevió con la tentación de personalizar la lucha. La manifestación era del pueblo, así que todo el pueblo, en riada, fue quien la encabezó.
¿Y Lopera? Por supuesto, permaneció escondido. Unas horas antes, su leal jefe de prensa había alertado que se querellaría contra la «cabecera de la manifestación», la misma que luego ocupaban niños, si se producía algún disturbio. A la vez, emprendían un último intento desesperado por articular una contramanifestación. No tuvieron suerte.
Tal vez entonces Lopera todavía soñara con una protesta fallida de la hinchada, que inevitablemente él habría interpretado como el amor perpetuo que le proclama el pueblo bético. Sin embargo, una hora antes de la cita, a eso de las 19.30, desafiando a un calor asfixiante con sus bufandas y banderas verdiblancas, una auténtica riada de béticos empezó a manar de los afluentes del centro de la ciudad, semidesierto hasta entonces, incrédulo ante las previsiones.
Los recibían en las calles los músicos callejeros, que alteraron su partitura para tocar el himno del Betis, con desigual fortuna. Especialmente fino anduvo un indio con todo el plumaje incorporado. Todo el mundo colaboraba gustoso con la fiesta.
Porque eso fue lo de ayer, una auténtica fiesta del beticismo, la exaltación de un sentimiento con el que un señor se atrevió a comerciar. Por ello ayer le mostraron su repulsa. Que nadie se lleve a engaño sobre el motivo de la marcha verde. «Sólo un Betis sin Lopera es posible». «Dictador y bufones fuera», proclamaban dos de las incontables pancartas.
Poco a poco, la ciudad se fue quedando pequeña para la masa bética. La plaza Virgen de los Reyes, a los pies de La Giralda, quedó colapsada media hora antes de que comenzara la marcha. En las calles adyacentes empezó a dar la cara el mismo síntoma. La gente pronto comenzó a buscarse la vida, surcando vías alternativas. «Si no podíamos ver el principio, queríamos estar en el final». Sería en la Plaza Nueva, el habitual punto de celebración de los éxitos verdiblancos era donde anoche se celebraba, tal vez, el mayor de todos.
Igualmente, se colapsó anticipadamente la Plaza Nueva. Y la Avenida de la Constitución. En realidad, no hubo manifestación. La pretendida cabecera no fue más que una ola en mitad de un océano verde. Fue todo concentración. La increíble multiplicación de los béticos lo desbordó todo, las previsiones, las lágrimas de los mayores, las sonrisas de los niños.
Como se pudo, se intentó elaborar un plan alternativo. Pero no había ruta de escape. El centro de Sevilla estaba literalmente tomado por los béticos, entre los cuales desfiló abriéndose paso como pudo la cabecera de la manifestación. Un recorrido que se hace en diez minutos necesitó de más de hora y media. Entre medias, una incesante riada de proclamas que derivaban en una: «Lopera vete ya» y mucho «Betis, Betis, Betis».
El protagonista fue el pueblo, pero el pueblo agradeció la presencia de algunos de sus ídolos. Ahí estaba Rafael Gordillo, con una camiseta verdiblanca con el 3 a la espalda. Por delante, una inscripción: «Homenaje a Quico». Por supuesto, había una historia detrás. «Fue un chaval del Polígono San Pablo –la morada del Gordo– que llegó a debutar con el Betis y que falleció súbitamente. Lopera le prometió un partido homenaje a la familia, pero ni eso ni ninguna ayuda se le ha dado».
Gordillo renunció a leer el comunicado con el que concluyó la cita. También Luis del Sol, la otra gran leyenda viva del beticismo. Hasta última hora, Del Sol dudó sobre participar en el acto. «No veía algunas cosas claras, temía que algún grupo se quisiera apropiar del protagonismo. Pero al final me decidí. Y me alegró mucho de ello», comentaba con indisimulada ilusión. Ayer, el mito también se sumó discreto, humilde, al grito desesperado del beticismo. Como Del Sol, muchos más ex futbolistas: Roberto Ríos, Jaime Quesada, Vlada Stosic, Juan Ureña, Hipólito Rincón, Antolín Ortega, García Soriano, Sebastián Alabanda, Biosca, Joaquín Sierra Quino... «a todos esos a los que se le ha negado la puerta del club en todos estos años», se recordó el manifiesto final. Para otro que no estaba también hubo un grito: «Lorenzo Serra Ferrer». Y a la cabeza, Alfonso Jaramillo, 95 años, socio número 3 del club, «nuestro gran patriarca».
José Manuel Soto, en nombre de los 70.000 béticos unidos en la calle de todos los manifestantes, puso voz al clamor. «El objetivo común de recuperar un Betis de los béticos, el que el beticismo merece, el de la Champions, el de las rifas en Tercera, el de nuestra infancia, y exigir al responsable de la situación actual de que libere al Betis de una vez». Hoy, más que nunca, otro Betis es posible.