En desagravio a Adolfo Cuéllar
Luis Carlos Peris
diariodesevilla.es
El hecho de mancillar a un caballero bético debe ser punto de inflexión en el que todavía es Real Betis Balompié.
CONVENDRÍA no echar más leña al fuego a fin de que el Betis, aún Real Betis Balompié, no se vea consumido en él, pero hay hechos inaceptables en la conducta del que todavía maneja la barca. La publicación irrefutable del vídeo de la Junta General de Accionistas debería ser prueba incontestable para que las cosas dejen de ser como son de una puñetera vez. No se pueden mancillar símbolos, personas y cosas que tanto significan o han significado en la historia del sevillanísimo club barrado, conque hay que ir a un basta ya a tanta zafiedad, barriobajerismo y alevosía en los ataques a lo más sagrado del club, su gente.
Aunque la capacidad de sorpresa debería haberse agotado, lo que desvela ese vídeo tan oportuno demuestra claramente que dicha capacidad no tiene límite en el ser humano. Sacar a relucir la figura de un caballero como fue en vida Adolfo Cuéllar es una bajeza más propia de una pelea de patio de vecindad que de junta de una sociedad anónima. Para hablar de don Adolfo Cuéllar Contreras hay que lavarse la boca, sobre todo en una asamblea de béticos, o, en este caso, de presuntos béticos no libres, por cierto, de sospecha. Desconocía tal hecho y ahora que se me descubre, me duele en el alma porque se trata del agravio a un venerado amigo.
Podría tratarse de un hecho aislado, de una sola golondrina, y una golondrina no hace verano, pero son tantos los hechos que mancillan al Real Betis Balompié que los béticos han de poner pies en pared. Ahora que el equipo va estupendamente es también el momento de pedir en serio responsabilidades al responsable del recital de afrentas. Y que no se diga que denunciar los agravios de los despachos desestabiliza la andadura en la hierba. Tampoco se deben esgrimir los derechos de toda sociedad anónima cuando se conculcan a diario los deberes. Qué barbaridad eso de despreciar la figura de un bético egregio que, además, ya no se encuentra entre nosotros.
Luis Carlos Peris
diariodesevilla.es
El hecho de mancillar a un caballero bético debe ser punto de inflexión en el que todavía es Real Betis Balompié.
CONVENDRÍA no echar más leña al fuego a fin de que el Betis, aún Real Betis Balompié, no se vea consumido en él, pero hay hechos inaceptables en la conducta del que todavía maneja la barca. La publicación irrefutable del vídeo de la Junta General de Accionistas debería ser prueba incontestable para que las cosas dejen de ser como son de una puñetera vez. No se pueden mancillar símbolos, personas y cosas que tanto significan o han significado en la historia del sevillanísimo club barrado, conque hay que ir a un basta ya a tanta zafiedad, barriobajerismo y alevosía en los ataques a lo más sagrado del club, su gente.
Aunque la capacidad de sorpresa debería haberse agotado, lo que desvela ese vídeo tan oportuno demuestra claramente que dicha capacidad no tiene límite en el ser humano. Sacar a relucir la figura de un caballero como fue en vida Adolfo Cuéllar es una bajeza más propia de una pelea de patio de vecindad que de junta de una sociedad anónima. Para hablar de don Adolfo Cuéllar Contreras hay que lavarse la boca, sobre todo en una asamblea de béticos, o, en este caso, de presuntos béticos no libres, por cierto, de sospecha. Desconocía tal hecho y ahora que se me descubre, me duele en el alma porque se trata del agravio a un venerado amigo.
Podría tratarse de un hecho aislado, de una sola golondrina, y una golondrina no hace verano, pero son tantos los hechos que mancillan al Real Betis Balompié que los béticos han de poner pies en pared. Ahora que el equipo va estupendamente es también el momento de pedir en serio responsabilidades al responsable del recital de afrentas. Y que no se diga que denunciar los agravios de los despachos desestabiliza la andadura en la hierba. Tampoco se deben esgrimir los derechos de toda sociedad anónima cuando se conculcan a diario los deberes. Qué barbaridad eso de despreciar la figura de un bético egregio que, además, ya no se encuentra entre nosotros.
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