Desde que la manija del reloj de Alexis paró los tiempos del fútbol en Heliópolis, no había pasado por el viejo Villamarín un sultán como Aurelio, heredero de los reinos del Jogo Bonito y el Infierno Turco. Zambucado entre la broza se coló un soldado suizo con hechuras de gran rector de tropas, pero acabó jugando demasiado al cupón, que sale todas las noches. Y salvando la conjunción mágica de Joaquín, Oliveira y Edu, que no necesitaron un mediocentro de alta jaez para beberse la Copa del Rey y probar el veneno de la Champions, el Betis ha deambulado durante años por el fango por no tener un mandamás de caché alto en los medios. Porque no hay terremoto sin epicentro. Ni huracán sin eje. Por eso es vital la llegada de Mehmet Aurelio a Sevilla. Porque ha venido a enseñarnos que el empeño de poner a un africano fibroso por delante de la defensa para equilibrar a un equipo es una patraña. Los africanos fibrosos no son buenos por antonomasia. Ni todos los gitanos cantan bien por bulerías. Y quien decida tomarse este comentario como racista, que se mire la viga en su propio ojo.
El caso es que Mehmet I El Magnífico, sultán del Betis, ha superado al gran Solimán de Turquía. Ha demostrado que un solo hombre, sin necesidad de correr como pollo sin cabeza, es capaz de rebañar todos los balones que caigan por la médula bética. Es el sol que alumbra todo el juego verdiblanco porque ha vuelto a traer a esta casa los esplendores del primer toque. Y es el imán que mantiene vivas las fuerzas magnéticas del equipo porque tiene el poder de estar allí donde tiene que estar como por arte de birlibirloque. Mehmet es esa clase de pelotero con la que ha soñado el beticismo durante la travesía del desierto loperiano. Es sólo un oasis. Pero este equipo estaba ya tan sediento que a punto ha estado de deshidratarse. Y Aurelio es el Aguador de Sevilla. Un profesional que ha venido a jugar a la pelota intentando pasar desapercibido. Pero aquí no lo conseguirá. Aquí su fútbol era tan necesitado que recordaremos durante un tiempo su conquista del Reyno de Navarra. O su asalto al castillo mallorquín con ayuda de Damiá. O su estadística de recuperación de balones. O lo que pudo haber hecho el Betis si le hubieran puesto al sultán, además de la imprevisibilidad de Emana o el abroche en la derecha de Nelson, un tío que las meta dentro a la primera.
Ay, Betis. Ahora hay un líder, Magnífico, que sabe coordinar a los soldados. Pero falta uno que dispare al blanco para aspirar a ganar una guerra. De momento, con los tiros que pega esta tropa, que al menos ha afinado la puntería a las órdenes del sultán, sólo se puede soñar con seguir ganando batallitas. Las justas para no perder sus tierras.
Por Alberto García Reyes
www.alfinaldelapalmera.com
El caso es que Mehmet I El Magnífico, sultán del Betis, ha superado al gran Solimán de Turquía. Ha demostrado que un solo hombre, sin necesidad de correr como pollo sin cabeza, es capaz de rebañar todos los balones que caigan por la médula bética. Es el sol que alumbra todo el juego verdiblanco porque ha vuelto a traer a esta casa los esplendores del primer toque. Y es el imán que mantiene vivas las fuerzas magnéticas del equipo porque tiene el poder de estar allí donde tiene que estar como por arte de birlibirloque. Mehmet es esa clase de pelotero con la que ha soñado el beticismo durante la travesía del desierto loperiano. Es sólo un oasis. Pero este equipo estaba ya tan sediento que a punto ha estado de deshidratarse. Y Aurelio es el Aguador de Sevilla. Un profesional que ha venido a jugar a la pelota intentando pasar desapercibido. Pero aquí no lo conseguirá. Aquí su fútbol era tan necesitado que recordaremos durante un tiempo su conquista del Reyno de Navarra. O su asalto al castillo mallorquín con ayuda de Damiá. O su estadística de recuperación de balones. O lo que pudo haber hecho el Betis si le hubieran puesto al sultán, además de la imprevisibilidad de Emana o el abroche en la derecha de Nelson, un tío que las meta dentro a la primera.
Ay, Betis. Ahora hay un líder, Magnífico, que sabe coordinar a los soldados. Pero falta uno que dispare al blanco para aspirar a ganar una guerra. De momento, con los tiros que pega esta tropa, que al menos ha afinado la puntería a las órdenes del sultán, sólo se puede soñar con seguir ganando batallitas. Las justas para no perder sus tierras.
Por Alberto García Reyes
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