El Betis, en busca del milagro de la Palmera
Cuando hay un sentimiento de por medio, la racionalidad desaparece por completo. Es la única explicación posible que se puede encontrar para una afición y para un equipo que han llegado a ver la salvación a once puntos de distancia y que, increíblemente, siguen creyendo en el milagro. Porque si el Betis finalmente lograra el utópico objetivo de quedarse una temporada más en Primera, después de esta fatídica campaña, se podrá catalogar de obra divina.
Pepe Mel, Juan Carlos Garrido y Gabriel Humberto Calderón. Fe, rechazo e ilusión, respectivamente. El primero, pese a no haber sido acompañado por los resultados, era el beticismo personificado, la garra, el coraje, el aficionado llevado al banquillo. De ahí que jamás se aceptara a su sustituto, un Garrido que no conoció la victoria en Liga en el mes y medio que estuvo al frente del equipo. Con el fichaje de Calderón, se enterró el pasado y la afición comenzó de cero animando a los suyos como si cada partido fuese el último.
Esa es la filosofía del nuevo Betis. Cada domingo los verdiblancos tienen una final de la que deben salir victoriosos si desean seguir en esa frenética pelea por evadir el descenso al abismo de la Segunda División. A los andaluces solo les vale sumar de tres en tres si quieren que en el Mediterráneo, en Pucela, en Vallecas o en La Rosaleda los aficionados sigan teniendo en cuenta al equipo de la Avenida de la Palmera, esa calle amplia, luminosa y tan característica donde se encuentra el vetusto, encantador e inacabado Benito Villamarín.
De hecho, las últimas actuaciones béticas son precisamente las que invitan a soñar. El empate cosechado en El Madrigal ante uno de los mejores equipos de nuestro país se puede catalogar de injusto, y es que los de Calderón fueron superiores a los de Marcelino durante la mayor parte del partido. Esta mejora se corroboró eliminando al Rubin Kazan en la Europa League y ganándole a un desahuciado Getafe en Heliópolis. En el saco se podría meter también el partido frente a un siempre aguerrido Athletic de Bilbao en el que los verdiblancos no desentonaron. La lástima fue que el colegiado Gil Manzano sí lo hizo.Afición
Rubén Castro y Leo Baptistao son motivo suficiente para hacer que la afición bética acuda a su estadio con la esperanza de seguir dando guerra. El canario ha marcado con Calderón seis de los siete goles que lleva esta temporada, y el hispano-brasileño cada vez se parece más a ese talentosísimo jugador que en el año pasado deslumbraba a toda España con el Rayo Vallecano. Y si con ellos no basta, siempre estarán un omnipresente N’Diaye, tan central como mediapunta, o un Adán que desde sus tiempos en el Castilla no tenía semejante confianza bajo palos.
Gabriel Humberto Calderón es como ese padre de un amigo que siempre está con la sonrisa en la boca, al que nunca se le ve echando una mala mirada y que transmite plena confianza a todo aquel con el que dialoga. El argentino ha devuelto las buenas vibraciones a un vestuario alicaído y, sobre todo, ha actuado sobre el campo tapando problemas que parecían irresolubles. Si la defensa está mal, se refuerza colocando a un tercer central. Parece tan simple que cuesta creer cómo nadie hizo eso antes en el Benito Villamarín. Además, el nuevo entrenador verdiblanco ha recuperado a jugadores como Salva Sevilla o Cedrick, al igual que le ha entregado todos los galones del centro del campo a un Nono que cada vez va a más.
Todo esto habiendo conseguido tan solo 7 puntos de 21 posibles con el técnico argentino al mando. Pero eso no importa para una afición que sigue desgañitándose la garganta en cada uno de los noventa minutos que dura cada batalla. ¿El motivo? Habría que regresar al primer párrafo de este texto y volver a leerlo desde el inicio. Seguiríamos sin entenderlo, seguro, y entonces comprenderíamos que cuando hay un sentimiento de por medio, la racionalidad desaparece por completo. En el Benito Villamarín todavía se cree en el milagro. Y como se consiga, miles de amantes del fútbol deberían hacer esta ruta como si de peregrinos se trataran. La ruta de la Avenida de la Palmera, donde soñar nunca es una locura.
Cuando hay un sentimiento de por medio, la racionalidad desaparece por completo. Es la única explicación posible que se puede encontrar para una afición y para un equipo que han llegado a ver la salvación a once puntos de distancia y que, increíblemente, siguen creyendo en el milagro. Porque si el Betis finalmente lograra el utópico objetivo de quedarse una temporada más en Primera, después de esta fatídica campaña, se podrá catalogar de obra divina.
Pepe Mel, Juan Carlos Garrido y Gabriel Humberto Calderón. Fe, rechazo e ilusión, respectivamente. El primero, pese a no haber sido acompañado por los resultados, era el beticismo personificado, la garra, el coraje, el aficionado llevado al banquillo. De ahí que jamás se aceptara a su sustituto, un Garrido que no conoció la victoria en Liga en el mes y medio que estuvo al frente del equipo. Con el fichaje de Calderón, se enterró el pasado y la afición comenzó de cero animando a los suyos como si cada partido fuese el último.
Esa es la filosofía del nuevo Betis. Cada domingo los verdiblancos tienen una final de la que deben salir victoriosos si desean seguir en esa frenética pelea por evadir el descenso al abismo de la Segunda División. A los andaluces solo les vale sumar de tres en tres si quieren que en el Mediterráneo, en Pucela, en Vallecas o en La Rosaleda los aficionados sigan teniendo en cuenta al equipo de la Avenida de la Palmera, esa calle amplia, luminosa y tan característica donde se encuentra el vetusto, encantador e inacabado Benito Villamarín.
De hecho, las últimas actuaciones béticas son precisamente las que invitan a soñar. El empate cosechado en El Madrigal ante uno de los mejores equipos de nuestro país se puede catalogar de injusto, y es que los de Calderón fueron superiores a los de Marcelino durante la mayor parte del partido. Esta mejora se corroboró eliminando al Rubin Kazan en la Europa League y ganándole a un desahuciado Getafe en Heliópolis. En el saco se podría meter también el partido frente a un siempre aguerrido Athletic de Bilbao en el que los verdiblancos no desentonaron. La lástima fue que el colegiado Gil Manzano sí lo hizo.Afición
Rubén Castro y Leo Baptistao son motivo suficiente para hacer que la afición bética acuda a su estadio con la esperanza de seguir dando guerra. El canario ha marcado con Calderón seis de los siete goles que lleva esta temporada, y el hispano-brasileño cada vez se parece más a ese talentosísimo jugador que en el año pasado deslumbraba a toda España con el Rayo Vallecano. Y si con ellos no basta, siempre estarán un omnipresente N’Diaye, tan central como mediapunta, o un Adán que desde sus tiempos en el Castilla no tenía semejante confianza bajo palos.
Gabriel Humberto Calderón es como ese padre de un amigo que siempre está con la sonrisa en la boca, al que nunca se le ve echando una mala mirada y que transmite plena confianza a todo aquel con el que dialoga. El argentino ha devuelto las buenas vibraciones a un vestuario alicaído y, sobre todo, ha actuado sobre el campo tapando problemas que parecían irresolubles. Si la defensa está mal, se refuerza colocando a un tercer central. Parece tan simple que cuesta creer cómo nadie hizo eso antes en el Benito Villamarín. Además, el nuevo entrenador verdiblanco ha recuperado a jugadores como Salva Sevilla o Cedrick, al igual que le ha entregado todos los galones del centro del campo a un Nono que cada vez va a más.
Todo esto habiendo conseguido tan solo 7 puntos de 21 posibles con el técnico argentino al mando. Pero eso no importa para una afición que sigue desgañitándose la garganta en cada uno de los noventa minutos que dura cada batalla. ¿El motivo? Habría que regresar al primer párrafo de este texto y volver a leerlo desde el inicio. Seguiríamos sin entenderlo, seguro, y entonces comprenderíamos que cuando hay un sentimiento de por medio, la racionalidad desaparece por completo. En el Benito Villamarín todavía se cree en el milagro. Y como se consiga, miles de amantes del fútbol deberían hacer esta ruta como si de peregrinos se trataran. La ruta de la Avenida de la Palmera, donde soñar nunca es una locura.
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