Uno lleva como pequeños triunfos algunas pautas de comportamiento. Por ejemplo, no aceptar regalos de nadie y jamás en el trabajo. He de reconocer, sin embargo, que el pasado mayo me corrompí y recogí el libro que, imagino que como a tantos, me llegó de Pepe Mel. Era su segunda novela.
En su momento, movido por un débito profesional, me dirigí a comprar la primera. Pero tras hojearla durante un rato en la librería, desistí: era inmoral gastar dinero en semejante disparate. No sé de qué demonios iba la historia. Sólo que me veía incapaz de abordarla sin caer en un estado de cabreo monumental ante la infatigable compilación de delitos sintácticos del grosor de la coma entre el sujeto y el predicado. Entendiendo la pasión de Mel por escribir, entendí aún mejor que ciertas pasiones jamás deberían abandonar el maravilloso e infravalorado territorio de lo íntimo.
Por una mezcla de cortesía y demagogia, evité el tema con el entrenador del Betis en nuestros siguientes encuentros. Entonces me llegó su segunda novela, sobre cuyas virtudes he de resaltar que es notoriamente más corta que la otra. El inicio, incluso, resultó alentador, especialmente por la limpieza gramatical. Pero o el corrector se fue fatigando o, directamente, fue despedido. El final, jaleado con otra apoteosis de comas intratables, me deparó un mosqueo olímpico y deseé que Pepe Mel reflexionara sobre aquello que dijo Enrique Vila-Matas en Bartleby y compañía: "Mi mejor obra es el arrepentimiento de mi obra". Dudo que lo hiciera, así como de que Mel, cuyas novelas han gozado de un enorme éxito de ventas, haya escuchado muchas críticas como ésta. Pero así, expresando la verdad, o al menos mi zahiriente verdad, espero responder a la cálida propuesta que sugería en su dedicatoria.
Es difícil evitar la tentación de la amistad con Mel. En el engolado y fatuo mundo del fútbol, este entrenador es un elemento extraño: Educado, cercano, amable, aparentemente ajeno a las excentricidades y los venenos del ego. La sensación se extiende a su entorno. Tan accesible resulta, que algunos sospechan que se trate sólo de una interesada pose. Si así fuera, estaríamos ante un excelente actor. Es difícil no caer en la tentación del cariño respecto al entrenador del Betis, al que es habitual ver paseando por las calles del centro del brazo de su señora. Se entiende que la hinchada lo quiera. Pero todo esto, como periodista, a mí me importa un pimiento.
Me importó ya eso cuando la anterior gran crisis que sufrió, en el punto de 30 sumado en 2011. Tras aquello, en el autobús que les sacaba de Pamplona, un alto directivo tuvo la idea de testar el ambiente entre algunos periodistas de la ciudad. Fui uno de los ungidos. Dije lo que pensaba: que era injusto y dehonesto echar a un hombre tras una derrota como aquélla, con el equipo jugando bien, desperdiciando millones de ocasiones y recibiendo daño en un tiro desgraciado en el 93. A la semana siguiente, el Betis ganó tras un partido infame con dos goles en el descuento. Si me hubieran vuelto a preguntar, les hubiera dicho que si el equipo seguía jugando así sería lícito echar al técnico. No lo hicieron. El caso es que ahí comenzó la remontada con que Mel salvó el cuello.
El año pasado, tras la manita en el Sánchez Pizjuán, el entrenador pasó por otro momento delicado. Aquello, impensablemente, sirvió de revulsivo al equipo. Esta vez lo tendrá más complicado, especialmente porque tiene peor equipo. Paradójicamente, Mel puede ser víctima de su paz. Durante los primeros años, vivió en tensión con directivos y técnicos para que le hicieran plantillas de garantías. En éste, se convirtió en cómplice. Probablemente su salud lo agradeciera, pero está claro que el Betis no.
El Betis, que perdió este verano a dos pilares claves como el portero Adrián y el internacional Beñat, se reforzó con 12 fichajes en los que invirtió 3,5 millones de euros. Ni la mitad de lo que pagó el Sevilla por uno solo de sus refuerzos, Carlos Bacca, el delantero que les desmochó en el derbi. Con eso mandaron a Mel a competir en esta Liga, y con eso aceptó él. La penitencia la lleva a cuestas: colista y sin grandes motivos para creer en su resurrección, salvo que vuelva Rubén Castro y acierten en las correciones del mercado de invierno.
Si esto no sucede rápido, Mel es carne de cañón por la inexorable ley del fútbol. Si hay un club que ha resistido a ella, ése ha sido el Betis. Así ocurrió en 2011, pero el desgaste de la actual directiva hace difícil pensar que esta vez vayan a aguantar hasta semejante extremo. Desperdiciarían, así, la gran oportunidad de hacer todo lo contrario: respaldar a Mel y hasta ampliarle el contrato. Sería una señal concluyente para un vestuario intoxicado y con brotes de insurrección. Y sería un reconocimiento para un entrenador de una importancia capital en el renacimiento verdiblanco, que tan pronto parece olvidarse. Para este Betis, es difícil suponer a otro técnico que le encaje mejor que Mel, al que incluso hay que valorar por oposición. En la anterior crisis, los dos nombres que se manejaron para relevarle fueron los de Portugal y López Caro. Y con eso queda todo dicho.
Ahora que la cacería se ha desatado, conviene posicionarse. Yo lo voy a hacer, y así le ahorro a alguno la llamada: Con todos sus defectos, que en ocasiones resultan desquiciantes, Pepe Mel merece toda la confianza... mientras no se nos ponga literato, claro.
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En su momento, movido por un débito profesional, me dirigí a comprar la primera. Pero tras hojearla durante un rato en la librería, desistí: era inmoral gastar dinero en semejante disparate. No sé de qué demonios iba la historia. Sólo que me veía incapaz de abordarla sin caer en un estado de cabreo monumental ante la infatigable compilación de delitos sintácticos del grosor de la coma entre el sujeto y el predicado. Entendiendo la pasión de Mel por escribir, entendí aún mejor que ciertas pasiones jamás deberían abandonar el maravilloso e infravalorado territorio de lo íntimo.
Por una mezcla de cortesía y demagogia, evité el tema con el entrenador del Betis en nuestros siguientes encuentros. Entonces me llegó su segunda novela, sobre cuyas virtudes he de resaltar que es notoriamente más corta que la otra. El inicio, incluso, resultó alentador, especialmente por la limpieza gramatical. Pero o el corrector se fue fatigando o, directamente, fue despedido. El final, jaleado con otra apoteosis de comas intratables, me deparó un mosqueo olímpico y deseé que Pepe Mel reflexionara sobre aquello que dijo Enrique Vila-Matas en Bartleby y compañía: "Mi mejor obra es el arrepentimiento de mi obra". Dudo que lo hiciera, así como de que Mel, cuyas novelas han gozado de un enorme éxito de ventas, haya escuchado muchas críticas como ésta. Pero así, expresando la verdad, o al menos mi zahiriente verdad, espero responder a la cálida propuesta que sugería en su dedicatoria.
Es difícil evitar la tentación de la amistad con Mel. En el engolado y fatuo mundo del fútbol, este entrenador es un elemento extraño: Educado, cercano, amable, aparentemente ajeno a las excentricidades y los venenos del ego. La sensación se extiende a su entorno. Tan accesible resulta, que algunos sospechan que se trate sólo de una interesada pose. Si así fuera, estaríamos ante un excelente actor. Es difícil no caer en la tentación del cariño respecto al entrenador del Betis, al que es habitual ver paseando por las calles del centro del brazo de su señora. Se entiende que la hinchada lo quiera. Pero todo esto, como periodista, a mí me importa un pimiento.
Me importó ya eso cuando la anterior gran crisis que sufrió, en el punto de 30 sumado en 2011. Tras aquello, en el autobús que les sacaba de Pamplona, un alto directivo tuvo la idea de testar el ambiente entre algunos periodistas de la ciudad. Fui uno de los ungidos. Dije lo que pensaba: que era injusto y dehonesto echar a un hombre tras una derrota como aquélla, con el equipo jugando bien, desperdiciando millones de ocasiones y recibiendo daño en un tiro desgraciado en el 93. A la semana siguiente, el Betis ganó tras un partido infame con dos goles en el descuento. Si me hubieran vuelto a preguntar, les hubiera dicho que si el equipo seguía jugando así sería lícito echar al técnico. No lo hicieron. El caso es que ahí comenzó la remontada con que Mel salvó el cuello.
El año pasado, tras la manita en el Sánchez Pizjuán, el entrenador pasó por otro momento delicado. Aquello, impensablemente, sirvió de revulsivo al equipo. Esta vez lo tendrá más complicado, especialmente porque tiene peor equipo. Paradójicamente, Mel puede ser víctima de su paz. Durante los primeros años, vivió en tensión con directivos y técnicos para que le hicieran plantillas de garantías. En éste, se convirtió en cómplice. Probablemente su salud lo agradeciera, pero está claro que el Betis no.
El Betis, que perdió este verano a dos pilares claves como el portero Adrián y el internacional Beñat, se reforzó con 12 fichajes en los que invirtió 3,5 millones de euros. Ni la mitad de lo que pagó el Sevilla por uno solo de sus refuerzos, Carlos Bacca, el delantero que les desmochó en el derbi. Con eso mandaron a Mel a competir en esta Liga, y con eso aceptó él. La penitencia la lleva a cuestas: colista y sin grandes motivos para creer en su resurrección, salvo que vuelva Rubén Castro y acierten en las correciones del mercado de invierno.
Si esto no sucede rápido, Mel es carne de cañón por la inexorable ley del fútbol. Si hay un club que ha resistido a ella, ése ha sido el Betis. Así ocurrió en 2011, pero el desgaste de la actual directiva hace difícil pensar que esta vez vayan a aguantar hasta semejante extremo. Desperdiciarían, así, la gran oportunidad de hacer todo lo contrario: respaldar a Mel y hasta ampliarle el contrato. Sería una señal concluyente para un vestuario intoxicado y con brotes de insurrección. Y sería un reconocimiento para un entrenador de una importancia capital en el renacimiento verdiblanco, que tan pronto parece olvidarse. Para este Betis, es difícil suponer a otro técnico que le encaje mejor que Mel, al que incluso hay que valorar por oposición. En la anterior crisis, los dos nombres que se manejaron para relevarle fueron los de Portugal y López Caro. Y con eso queda todo dicho.
Ahora que la cacería se ha desatado, conviene posicionarse. Yo lo voy a hacer, y así le ahorro a alguno la llamada: Con todos sus defectos, que en ocasiones resultan desquiciantes, Pepe Mel merece toda la confianza... mientras no se nos ponga literato, claro.
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