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Gordillo, aquel niño del Polígono

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  • Gordillo, aquel niño del Polígono

    Escrito por Daguerre
    Lunes 20 de Febrero de 2012 13:22

    Betis: 4 de febrero de 1979. Gordillo, planta desgarbada, zurda de oro, 21 años, era ya figura grande

    4 de febrero de 1979. Gordillo, planta desgarbada, zurda de oro, 21 años, era ya figura grande
    Al fondo de esta foto en blanco y negro que hoy se extrae del álbum de las remembranzas —imágenes que los años terminan por tintar en el sepia de las añoranzas—, se adivina la expectación en la vieja grada de preferencia de un añejo Heliópolis, repleta de admiración por las incansables carreras por la banda de un enjuto chaval que juega al fútbol como el que lo inventó y tiene una zurda certera. En primer término, y en tarde de enlutados brazaletes, quedan plasmadas las ganas y las ilusiones de un chaval que Pedro Buenaventura —inquebrantable fidelidad a unos colores— había llevado desde el Polígono de San Pablo al Betis para que se formara en su cantera y que —proyección imparable— había debutado dos años antes, a los 19, con el primer equipo verdiblanco —Rafael Iriondo en el banquillo— en un partido frente al Burgos. Su nombre —un mito ya para el beticismo—, Rafael Gordillo.



    Si a Clarín «lo nacieron» en Zamora para él hacerse de su vetusta Oviedo, a Gordillo el destino lo llevó a ver la luz —Gorri, su padre, fue jornalero del fútbol— en Almendralejo para asentarse después por San Pablo, moderna Sevilla de barriadas de los años 60 que crecía en polígonos para dar techo digno a humildes familias que hubieron de dejar sus antiguos barrios con decrépitos caseríos. En los potreros de su Políngano de San Pablo, donde siempre quedarán sus raíces y cuya ausencia no pudo soportar cuando recién casado se mudó a un barrio cercano al campo del Betis obligándole la añoranza a retornar a su ambiente, comenzó a forjarse su leyenda, cincelada sobre el oro viejo de unas portentosas cualidades técnicas y físicas pulidas con el esfuerzo y el trabajo diario en los entrenamientos.

    Condensar entre las lindes de la columna una trayectoria como la de Gordillo —55 años el próximo viernes— resultaría tan difícil como impedir que su amigo Gregorio Conejo —¡ánimo, Gregorio...!— no se hallara en el lugar adecuado en el momento oportuno para salir en la foto o en la tele. Por eso, hay que dar un regate enunciativo y pergeñar un perfil de urgencia: el Betis, de ida y vuelta pero siempre su club, dispuesto a servirlo en cruciales momentos como presidente de la entidad y ahora de la fundación; la selección nacional, 75 partidos, con mundiales y campeonatos de Europa; el Real Madrid —¿cuánto le costaría hoy?—, la gloria de los títulos, y el Écija, su retiro. Son los vértices del polígono deportivo de un vórtice futbolero, cuya calidad humana es aún superior a la categoría de un mito que —propietario de una parcela en los predios de la leyenda— galopará para siempre por la banda en los corazones blanquiverdes.

    Gordillo, aquel niño del Polígono

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