Vivir en las nubes no es malo, lo malo es bajar. Así piensan quienes se entregan a los brazos de una pasión, sin ser del todo conscientes de que ésta es como los vientos: necesarios para poner en movimiento muchas cosas en la vida pero peligrosos porque con frecuencia originan huracanes. El viento. Es su latigazo en el rostro el que enciende la llama en el corazón de quienes aman las dos ruedas por encima de todas las cosas. Escuché en cierta ocasión decir a uno de estos jinetes del asfalto que solo los moteros entienden por qué los perros sacan la cabeza por la ventanilla del coche y es ahí donde lo supe: es el viento a quien aman.
El serpenteo de una carretera sinuosa, la curva cerrada con la que casi se acuesta uno, la sensación de que un motor potente es un animal salvaje al que doma la inteligencia del hombre, la libertad de tener en tus manos el destino que te aguarda tras cada curva, la camaradería que destila entre los hombres y mujeres de est universo... Todas éstas -y un buen puñado más que no encuentran acomodo en este espacio...- son razones esgrimidas por quienes entiende que la moto es el pequeño dios del día a día y la gasolina el incienso de la civilización. En su contra, otras voces anteponen que el cuerpo del piloto ejerce de carrocería en caso de accidente; que muchos motoristas son temerarios a la hora de adelantar, que aparecen de la nada, como jinetes fantasma, que organizan carreras clandestinas o que siembran el terror cuando cabalgan como los Hermanos Dalton o como el Séptimo de Caballería, en formación de ataque. Hay lecturas para todos los gustos. Y, sin embargo, la fiebre por la moto no baja. Pone calientes, dicho sea sin segundas, a quienes ven en el tubo de escape una vía de escape al día a día gris. Lo volveremos a ver ahora cuando llegue el verano y la climatología permita rodar, rodar y rodar, el destino que enseña una piedra en el camino, como bien canta el corrido mexicano.
El mundo de las motos, tanto el amateur como el oficial, está repleto de anécdotas. Me quedo con la de Ángel Nieto, en una retransmisión. Nakano pasó a Melandri. Enfocaron la grada donde estaban los fans de Kawasaki agitando banderas verdes y Nieto gritó: ¡Gol del betis!
Es el viento a quien aman . Deia. Noticias de Bizkaia
El serpenteo de una carretera sinuosa, la curva cerrada con la que casi se acuesta uno, la sensación de que un motor potente es un animal salvaje al que doma la inteligencia del hombre, la libertad de tener en tus manos el destino que te aguarda tras cada curva, la camaradería que destila entre los hombres y mujeres de est universo... Todas éstas -y un buen puñado más que no encuentran acomodo en este espacio...- son razones esgrimidas por quienes entiende que la moto es el pequeño dios del día a día y la gasolina el incienso de la civilización. En su contra, otras voces anteponen que el cuerpo del piloto ejerce de carrocería en caso de accidente; que muchos motoristas son temerarios a la hora de adelantar, que aparecen de la nada, como jinetes fantasma, que organizan carreras clandestinas o que siembran el terror cuando cabalgan como los Hermanos Dalton o como el Séptimo de Caballería, en formación de ataque. Hay lecturas para todos los gustos. Y, sin embargo, la fiebre por la moto no baja. Pone calientes, dicho sea sin segundas, a quienes ven en el tubo de escape una vía de escape al día a día gris. Lo volveremos a ver ahora cuando llegue el verano y la climatología permita rodar, rodar y rodar, el destino que enseña una piedra en el camino, como bien canta el corrido mexicano.
El mundo de las motos, tanto el amateur como el oficial, está repleto de anécdotas. Me quedo con la de Ángel Nieto, en una retransmisión. Nakano pasó a Melandri. Enfocaron la grada donde estaban los fans de Kawasaki agitando banderas verdes y Nieto gritó: ¡Gol del betis!
Es el viento a quien aman . Deia. Noticias de Bizkaia
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