EL MÉTODO DEMOCRÁTICO
Es de todos sabido que, como afirmara ya Montesquieu al formular su genial visión de la división de poderes, todo poder tiende al abuso. Toda organización requiere para su funcionamiento una fuente centralizada de poder, pero no menos necesarios son unos mecanismos de control de ese poder; la Historia nos enseña que sin ellos la degeneración hacia los intereses particulares de quien mande campa inevitablemente a sus anchas.
Nuestra sociedad ha desarrollado un mecanismo para solucionar este dilema: la representación democrática. Es innegable que no es perfecto, los colectivos, como los individuos, a veces se equivocan; pero los colectivos, como los individuos, pueden rectificar. Y esa es la gran virtud de los mandatos por elecciones, cuando el mandatario no ha gustado, se le hecha. Hasta los analistas más críticos con este sistema, que subrayan las posibilidades de manipulación de las masas, reconocen que es insuperable en ese aspecto: permite a los mandantes deshacerse del encargado de forma incruenta, evitando situaciones de revuelta o caos institucional.
Ese sistema de control, tan operativo, es el que hemos adoptado para nuestras instituciones de gobierno, pero no sólo ahí. Así se rigen desde nuestras comunidades de propietarios y asociaciones de padres de alumnos, hasta los grandes clubes recreativos o cofradías de Semana Santa, en algunos casos con muchos miles de miembros y enormes patrimonios, y funciona. Así se gestionaban los clubes de fútbol hasta 1992.
EL SITEMA DE MERCADO
Se puede alegar que hay organizaciones exitosas en las que nadie controla democráticamente al que manda: las empresas. Pero ahí funciona otro mecanismo implacable, el mercado, que aunque se ha ido desarrollando de forma más o menos espontánea fue también detectado por los clásicos: es lo que Adam Smith llamó la mano invisible. Daría la impresión de que el dueño de un negocio puede hacer lo que quiera, pero lo cierto es que si hace las cosas mal sus clientes le abandonan y, si no rectifica, le acaban cerrando el negocio. Esta interacción con la clientela en términos de gradación éxito/fracaso comercial va controlando la gestión de la empresa hasta el punto de que la que se descarría es, sencillamente, aniquilada por el mercado y sustituida por otras. Este modelo es innegablemente muy funcional en su terreno, pero también tiene sus limitaciones. Cuando el producto en cuestión es de consumo obligatorio y no cabe la competencia, no opera; por eso nadie se plantea darle forma de sociedad mercantil, por poner un ejemplo, a los Ayuntamientos, puesto que no tienen clientes que los puedan abandonar por otro, sino ciudadanos vinculados obligatoriamente que, por tanto, no los podrían controlar sino fuera mediante votaciones periódicas.
En resumen, uno de los dos sistemas de control es necesario, y cada uno tiene su propio terreno.
LAS SOCIEDADES ANÓNIMAS DEPORTIVAS
No obstante –el mundo de la política, siempre tan pendular– hay momentos en los que el método “mercado” se pone especialmente de moda y todos quieren usarlo para todo. Así en 1990 a unos legisladores inspirados, ante los problemas de endeudamiento de los clubes, en vez de reglamentar bien la materia (regular bien los presupuestos de estas entidades, imponer controles y responsabilidades personales a las directivas, etc.) no se les ocurrió otra cosa que confiscar los clubes a sus titulares y revendérselos, a ellos mismos o a quien se terciara, por el importe de su deuda, pero transformados en sociedades mercantiles. ¿Tiene sentido esa forma jurídica para una comunidad sentimental, a la que estamos vinculados por herencia y convicción? ¿Es nuestra relación con nuestro equipo del tipo cliente-proveedor que posibilita que sus gestores se sientan controlados por el mercado? ¿Alguien se ha planteado cambiar de equipo por el segundazo, o por el pésimo espectáculo de los últimos años? En ciertos aspectos estamos unidos a él de forma más ineludible que a la instituciones políticas: yo en estos momentos no vivo en Sevilla sino en Bruselas y me he tenido que amoldar a su pésimo servicio de recogida de ******* y demás asuntos municipales, pero ni se me ocurre renunciar a mi condición de bético y apuntarme al Anderlecht.
En definitiva, la “clientela” no es tal, es una comunidad de fieles, los gestores nunca van a ser controlados por el sistema de la oferta y demanda. Las SAD, a día de hoy es indiscutible, han demostrado ser un mecanismo peor para la gestión de los clubes de fútbol de lo que fueron las asociaciones democráticas.
LO NUESTRO
Lo nuestro no tiene nombre. A la desastrosa maniobra legislativa, que nos cogió en el peor de los momentos pensables, se unió el castigo de un avispado personaje que se las ingenió para que quedaran unidas en un solo bloque más de la mitad de las acciones. Tras tantos años de autogestión del beticismo, pasábamos a estar a merced de un solo individuo, ya nada dependería de nosotros. El problema además se volvía estructural, en cuanto que la propiedad es una institución permanente en el tiempo y transferible a voluntad de su titular. Si bien es cierto que no parece posible que nadie en un futuro llegue en la gestión de la entidad al grado de ignominia que hemos alcanzado en estos tiempos, resulta evidente que quedamos indefinidamente a expensas de sufrir las decisiones de un tercero, como meros observadores. El que se hiciera con el dominio de nuestro Betis alguien de apariencia más benévola no garantiza su comportamiento futuro y, aun menos, el de quien a su vez le pudiera suceder.
Dado que para nuestras almas verdiblancas el Betis es alimento necesario, procedería aquí citar otro clásico, ahora popular: Desgraciaíto de aquel que come de mano ajena, siempre mirando a la cara si la pone mala o buena.
NUESTRA ESENCIA
En su clásico “Miedo a la Libertad”, Erich Fromm, refiriéndose a los elementos que posibilitaron el triunfo del fascismo cita una característica psicológica de ciertas clases: “el amor al poderoso y el odio al débil”. La expresión parecería concebida como una proclama de lo que no somos ni hemos querido nunca ser los béticos, de las antípodas del beticismo. Y sin embargo esa bastarda idea, que tanta fuerza cobra del desánimo, está siendo interesadamente inoculada como un virus en nuestro propio torrente sanguíneo: “Esos no, que no son nadie, que venga un tío con pasta y se quede con el Betis”. ¿Es esa nuestra línea? ¿Cabe noción más alejada de ese manquepierda nuestro que no se resignó al destino de tercera, sino que acompañando al Betis a Utrera, lo mantuvo vivísimo durante años hasta que pudo volverlo a aupar? ¿No vamos a estar a la altura de las circunstancias que nos han tocado en suerte, como aquellos béticos lo estuvieron?
¿Realmente estamos tan resignados que podemos contemplar a un Osasuna siendo aún club, autosuficiente y democrático, y no sentirnos capaces de mantener a todo un Real Betis Balompié sin entregarnos a un señorito?
Yo no me resigno.
LA SALIDA
Los béticos tenemos que tener algo bien claro: o quebramos el malhadado “paquete” de control, o seguiremos siendo por siempre un cero a la izquierda. Hay que evitar los errores del pasado: nuestros últimos años, tan distintos a toda la historia previa del nuestro Betis, vienen determinados por las urgencias y las irreflexiones. En sólo unas horas de aquel maldito 30 de junio se instituyó una estructura “sine die” que nos está costando sangre y lágrimas revertir, y eso no puede volver a ocurrirnos.
La distribución entre el beticismo, a mi modesto saber y entender, tiene que ser lo mayor posible; y estoy convencido de que el escarmiento sufrido en los últimos tiempos nos ha escaldado a tal grado –el 15-J no parece apelable– que a poco que se plantee una fórmula operativa y creíble la respuesta de la afición puede ser abrumadora.
Tenemos que pensar en un futuro distinto, que nos libre para siempre de esta amenaza. En estos momentos se revisa en el Congreso la legislación de las SAD, y todo apunta a que ello jugará a nuestro favor. Pero es a día de hoy hay posibilidades: la legislación obliga, con las más que conocidas excepciones, a que los participantes directos en las ligas profesionales sean SAD, pero nada impide que la mayoría, o incluso la totalidad, de las acciones de esa SAD pertenezcan a una entidad de otro tipo organizada conforme a principios no mercantiles. Para mí, esa es la vía definitiva.
NUESTRA DECISIÓN
La tentación de entregarse a un caudillo late en cierta medida en todo colectivo humano, y en los momentos de desesperación redobla sus fuerzas, pero nuestra ocasión es única. Ya hemos caído en la trampa y bien que lo hemos pagado. Hemos degustado lo peor de su amarga hiel. Hemos sentido su traicionero acero acercarse a nuestro corazón verde hasta el punto de saltar todos como si fuéramos uno, en una demostración de dignidad equiparable a aquella firmeza de nuestros mayores que no se rindieron ante la catástrofe. ¿No vamos a canalizar esa inmensa potencia mediante una fórmula de futuro?
Ni que decir tiene que hay riesgos en el empeño, como no. Pero no estamos hablando de reparar un pequeño desaguisado doméstico, sino de recuperar la dignidad de nuestro Betis ¿Ni en esa empresa nos consideramos capaces de invertir romanticismo e ilusión?
Todas las generaciones de béticos han dejado imágenes en nuestra memoria colectiva, de triunfos sonados o de modestos pero cruciales esfuerzos, que permanecen por siempre grabadas en tonos sepia. Los béticos de hoy estamos todavía a tiempo de no pasar a la historia representados por la ominosa imagen de un palco presidido por un busto de bronce como en la versión zarzuelera del Imperio Romano, pero para ello tenemos que dar un verdadero paso al frente.
Demos ese paso, con valor e ilusión, y seamos recordados como los béticos que consiguieron que nuestra afición, puntera una vez más, fuera la primera en rescatar su club para sí.
Es nuestra decisión, y el premio es un Betis digno y libre.
Es de todos sabido que, como afirmara ya Montesquieu al formular su genial visión de la división de poderes, todo poder tiende al abuso. Toda organización requiere para su funcionamiento una fuente centralizada de poder, pero no menos necesarios son unos mecanismos de control de ese poder; la Historia nos enseña que sin ellos la degeneración hacia los intereses particulares de quien mande campa inevitablemente a sus anchas.
Nuestra sociedad ha desarrollado un mecanismo para solucionar este dilema: la representación democrática. Es innegable que no es perfecto, los colectivos, como los individuos, a veces se equivocan; pero los colectivos, como los individuos, pueden rectificar. Y esa es la gran virtud de los mandatos por elecciones, cuando el mandatario no ha gustado, se le hecha. Hasta los analistas más críticos con este sistema, que subrayan las posibilidades de manipulación de las masas, reconocen que es insuperable en ese aspecto: permite a los mandantes deshacerse del encargado de forma incruenta, evitando situaciones de revuelta o caos institucional.
Ese sistema de control, tan operativo, es el que hemos adoptado para nuestras instituciones de gobierno, pero no sólo ahí. Así se rigen desde nuestras comunidades de propietarios y asociaciones de padres de alumnos, hasta los grandes clubes recreativos o cofradías de Semana Santa, en algunos casos con muchos miles de miembros y enormes patrimonios, y funciona. Así se gestionaban los clubes de fútbol hasta 1992.
EL SITEMA DE MERCADO
Se puede alegar que hay organizaciones exitosas en las que nadie controla democráticamente al que manda: las empresas. Pero ahí funciona otro mecanismo implacable, el mercado, que aunque se ha ido desarrollando de forma más o menos espontánea fue también detectado por los clásicos: es lo que Adam Smith llamó la mano invisible. Daría la impresión de que el dueño de un negocio puede hacer lo que quiera, pero lo cierto es que si hace las cosas mal sus clientes le abandonan y, si no rectifica, le acaban cerrando el negocio. Esta interacción con la clientela en términos de gradación éxito/fracaso comercial va controlando la gestión de la empresa hasta el punto de que la que se descarría es, sencillamente, aniquilada por el mercado y sustituida por otras. Este modelo es innegablemente muy funcional en su terreno, pero también tiene sus limitaciones. Cuando el producto en cuestión es de consumo obligatorio y no cabe la competencia, no opera; por eso nadie se plantea darle forma de sociedad mercantil, por poner un ejemplo, a los Ayuntamientos, puesto que no tienen clientes que los puedan abandonar por otro, sino ciudadanos vinculados obligatoriamente que, por tanto, no los podrían controlar sino fuera mediante votaciones periódicas.
En resumen, uno de los dos sistemas de control es necesario, y cada uno tiene su propio terreno.
LAS SOCIEDADES ANÓNIMAS DEPORTIVAS
No obstante –el mundo de la política, siempre tan pendular– hay momentos en los que el método “mercado” se pone especialmente de moda y todos quieren usarlo para todo. Así en 1990 a unos legisladores inspirados, ante los problemas de endeudamiento de los clubes, en vez de reglamentar bien la materia (regular bien los presupuestos de estas entidades, imponer controles y responsabilidades personales a las directivas, etc.) no se les ocurrió otra cosa que confiscar los clubes a sus titulares y revendérselos, a ellos mismos o a quien se terciara, por el importe de su deuda, pero transformados en sociedades mercantiles. ¿Tiene sentido esa forma jurídica para una comunidad sentimental, a la que estamos vinculados por herencia y convicción? ¿Es nuestra relación con nuestro equipo del tipo cliente-proveedor que posibilita que sus gestores se sientan controlados por el mercado? ¿Alguien se ha planteado cambiar de equipo por el segundazo, o por el pésimo espectáculo de los últimos años? En ciertos aspectos estamos unidos a él de forma más ineludible que a la instituciones políticas: yo en estos momentos no vivo en Sevilla sino en Bruselas y me he tenido que amoldar a su pésimo servicio de recogida de ******* y demás asuntos municipales, pero ni se me ocurre renunciar a mi condición de bético y apuntarme al Anderlecht.
En definitiva, la “clientela” no es tal, es una comunidad de fieles, los gestores nunca van a ser controlados por el sistema de la oferta y demanda. Las SAD, a día de hoy es indiscutible, han demostrado ser un mecanismo peor para la gestión de los clubes de fútbol de lo que fueron las asociaciones democráticas.
LO NUESTRO
Lo nuestro no tiene nombre. A la desastrosa maniobra legislativa, que nos cogió en el peor de los momentos pensables, se unió el castigo de un avispado personaje que se las ingenió para que quedaran unidas en un solo bloque más de la mitad de las acciones. Tras tantos años de autogestión del beticismo, pasábamos a estar a merced de un solo individuo, ya nada dependería de nosotros. El problema además se volvía estructural, en cuanto que la propiedad es una institución permanente en el tiempo y transferible a voluntad de su titular. Si bien es cierto que no parece posible que nadie en un futuro llegue en la gestión de la entidad al grado de ignominia que hemos alcanzado en estos tiempos, resulta evidente que quedamos indefinidamente a expensas de sufrir las decisiones de un tercero, como meros observadores. El que se hiciera con el dominio de nuestro Betis alguien de apariencia más benévola no garantiza su comportamiento futuro y, aun menos, el de quien a su vez le pudiera suceder.
Dado que para nuestras almas verdiblancas el Betis es alimento necesario, procedería aquí citar otro clásico, ahora popular: Desgraciaíto de aquel que come de mano ajena, siempre mirando a la cara si la pone mala o buena.
NUESTRA ESENCIA
En su clásico “Miedo a la Libertad”, Erich Fromm, refiriéndose a los elementos que posibilitaron el triunfo del fascismo cita una característica psicológica de ciertas clases: “el amor al poderoso y el odio al débil”. La expresión parecería concebida como una proclama de lo que no somos ni hemos querido nunca ser los béticos, de las antípodas del beticismo. Y sin embargo esa bastarda idea, que tanta fuerza cobra del desánimo, está siendo interesadamente inoculada como un virus en nuestro propio torrente sanguíneo: “Esos no, que no son nadie, que venga un tío con pasta y se quede con el Betis”. ¿Es esa nuestra línea? ¿Cabe noción más alejada de ese manquepierda nuestro que no se resignó al destino de tercera, sino que acompañando al Betis a Utrera, lo mantuvo vivísimo durante años hasta que pudo volverlo a aupar? ¿No vamos a estar a la altura de las circunstancias que nos han tocado en suerte, como aquellos béticos lo estuvieron?
¿Realmente estamos tan resignados que podemos contemplar a un Osasuna siendo aún club, autosuficiente y democrático, y no sentirnos capaces de mantener a todo un Real Betis Balompié sin entregarnos a un señorito?
Yo no me resigno.
LA SALIDA
Los béticos tenemos que tener algo bien claro: o quebramos el malhadado “paquete” de control, o seguiremos siendo por siempre un cero a la izquierda. Hay que evitar los errores del pasado: nuestros últimos años, tan distintos a toda la historia previa del nuestro Betis, vienen determinados por las urgencias y las irreflexiones. En sólo unas horas de aquel maldito 30 de junio se instituyó una estructura “sine die” que nos está costando sangre y lágrimas revertir, y eso no puede volver a ocurrirnos.
La distribución entre el beticismo, a mi modesto saber y entender, tiene que ser lo mayor posible; y estoy convencido de que el escarmiento sufrido en los últimos tiempos nos ha escaldado a tal grado –el 15-J no parece apelable– que a poco que se plantee una fórmula operativa y creíble la respuesta de la afición puede ser abrumadora.
Tenemos que pensar en un futuro distinto, que nos libre para siempre de esta amenaza. En estos momentos se revisa en el Congreso la legislación de las SAD, y todo apunta a que ello jugará a nuestro favor. Pero es a día de hoy hay posibilidades: la legislación obliga, con las más que conocidas excepciones, a que los participantes directos en las ligas profesionales sean SAD, pero nada impide que la mayoría, o incluso la totalidad, de las acciones de esa SAD pertenezcan a una entidad de otro tipo organizada conforme a principios no mercantiles. Para mí, esa es la vía definitiva.
NUESTRA DECISIÓN
La tentación de entregarse a un caudillo late en cierta medida en todo colectivo humano, y en los momentos de desesperación redobla sus fuerzas, pero nuestra ocasión es única. Ya hemos caído en la trampa y bien que lo hemos pagado. Hemos degustado lo peor de su amarga hiel. Hemos sentido su traicionero acero acercarse a nuestro corazón verde hasta el punto de saltar todos como si fuéramos uno, en una demostración de dignidad equiparable a aquella firmeza de nuestros mayores que no se rindieron ante la catástrofe. ¿No vamos a canalizar esa inmensa potencia mediante una fórmula de futuro?
Ni que decir tiene que hay riesgos en el empeño, como no. Pero no estamos hablando de reparar un pequeño desaguisado doméstico, sino de recuperar la dignidad de nuestro Betis ¿Ni en esa empresa nos consideramos capaces de invertir romanticismo e ilusión?
Todas las generaciones de béticos han dejado imágenes en nuestra memoria colectiva, de triunfos sonados o de modestos pero cruciales esfuerzos, que permanecen por siempre grabadas en tonos sepia. Los béticos de hoy estamos todavía a tiempo de no pasar a la historia representados por la ominosa imagen de un palco presidido por un busto de bronce como en la versión zarzuelera del Imperio Romano, pero para ello tenemos que dar un verdadero paso al frente.
Demos ese paso, con valor e ilusión, y seamos recordados como los béticos que consiguieron que nuestra afición, puntera una vez más, fuera la primera en rescatar su club para sí.
Es nuestra decisión, y el premio es un Betis digno y libre.
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