Resulta fácil unirse a la revuelta cuando están lapidando, tiene la ventaja de que no te ven al margen del grupo y evitar así una suspicacia innecesaria y que además, mezclado con la multitud, uno se camufla y pasa desapercibido, sin necesidad de señalarse y ahorrándose el trago de evitar responder a su propia conciencia si se está libre de pecado para tirar piedras ya sea la primera o una de tantas.
Puede darse el caso que hasta incomode, no ya el estar o no libre de pecado, sino más bien planteárselo y con humildad reconocer que dicha multitud (que en teoría debería se soberana) es en sí el verdadero pecado.
Hubo un tiempo en que un cierto agradecimiento y unas ansias de devoción nos hicieron entregar el templo al que creímos el mismísimo Jehová, pero llegando la escasez de milagros, eran oportunas las lapidaciones o mejor aun, la condena de Pilatos, era la mejor ocasión para mirar a otro lado y lavarnos las manos agradeciendo el evitar involucrarnos y permitirnos otra ocasión para poder dilapidar y poder tirar nuestras piedras camuflados en la multitud.
La fe y la comodidad son características de este pueblo más propenso a la algarabía y a la conformidad de la doctrina que existe, que al esfuerzo en buscar profecías más acordes con la gran población y capacidad de un pueblo resignado, conforme y agarrado a viejas parábolas como forma de vida y como dogma de fe.
Lo que genera la venta de las piedras para lapidar se ha transformado durante un tiempo en motivo de mirar directamente a Pilatos y pedirle que nos haga el trabajo y ahora se ha convertido en una época de en invertir en panes y peces, aunque más de uno que se acercan al Gólgota a ver los crucificados prefieren olvidar las lapidaciones y el verdadero motivo de la crucifixión y con una ingenuidad que supera a la fe, admirar a una cruz atribuyéndole el milagro del pan y los peces y pensando en silencio que bien podíamos pasar al condenado de Gestas a Dimas, y quien sabe si en un par de milagros más, si volver a proclamarlo como el mismísimo Mesías.
Hay cosas que no convienen, silencios denunciados y maullidos que molestan… A ellos.
Puede darse el caso que hasta incomode, no ya el estar o no libre de pecado, sino más bien planteárselo y con humildad reconocer que dicha multitud (que en teoría debería se soberana) es en sí el verdadero pecado.
Hubo un tiempo en que un cierto agradecimiento y unas ansias de devoción nos hicieron entregar el templo al que creímos el mismísimo Jehová, pero llegando la escasez de milagros, eran oportunas las lapidaciones o mejor aun, la condena de Pilatos, era la mejor ocasión para mirar a otro lado y lavarnos las manos agradeciendo el evitar involucrarnos y permitirnos otra ocasión para poder dilapidar y poder tirar nuestras piedras camuflados en la multitud.
La fe y la comodidad son características de este pueblo más propenso a la algarabía y a la conformidad de la doctrina que existe, que al esfuerzo en buscar profecías más acordes con la gran población y capacidad de un pueblo resignado, conforme y agarrado a viejas parábolas como forma de vida y como dogma de fe.
Lo que genera la venta de las piedras para lapidar se ha transformado durante un tiempo en motivo de mirar directamente a Pilatos y pedirle que nos haga el trabajo y ahora se ha convertido en una época de en invertir en panes y peces, aunque más de uno que se acercan al Gólgota a ver los crucificados prefieren olvidar las lapidaciones y el verdadero motivo de la crucifixión y con una ingenuidad que supera a la fe, admirar a una cruz atribuyéndole el milagro del pan y los peces y pensando en silencio que bien podíamos pasar al condenado de Gestas a Dimas, y quien sabe si en un par de milagros más, si volver a proclamarlo como el mismísimo Mesías.
Hay cosas que no convienen, silencios denunciados y maullidos que molestan… A ellos.
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