Re: ¿Cómo te hiciste del Betis?
Yo me hice bético un 2 de julio de 1989, con ocho años recién cumplidos. No soy sevillano, no tengo antecedentes béticos, ni nadie de mi entorno lo era por aquellos tiempos. Ese día el Betis recibía al Tenerife en la vuelta de la promoción que nos mandó a Segunda, famosa por el 'mal día' de Pumpido en el Heliodoro y mi padre me llevó al Villamarín por primera vez, igual que lo había hecho antes a otros estadios.
Era casi imposible remontar el 4-0 de la ida, pero 40.000 almas llenaban el antiguo Villamarín. Pasaban los minutos y no había nada que hacer, el Tenerife se defendía bien y no daba opciones. Quedaba un cuarto de hora para el final y las gradas empezaron a rugir. Cada bético se desgañitaba gritando un interminable "Beeeeeeeeeeeeetis, Beeeeeeeeeeeetis" que salía desde lo más profundo, desde el corazón. Una muestra de identidad, raza y orgullo que a mí me marcó. "Papá, yo quiero ser uno de ellos", le dije. Entonces Chano marcó el 1-0 y llegué a creer incluso en la remontada. Heliópolis retumbaba todavía con más fuerza. Ya era tarde para el milagro, pero no para que todo el que estuviese viendo ese partido se diese cuenta de que el bético está hecho de otra pasta.
Han pasado más de veinte años y es una de las decisiones de las que más orgulloso me siento. No hay que nacer en Triana, en Heliópolis o en Coria para ser del Betis, hay que vivirlo. Y el Betis tiene esa universalidad de la que carecen tantos otros que sólo pueden presumir de aspectos materiales.
Desde entonces el Betis marcó mi vida. Fue difícil vivirlo en mi infancia desde la lejanía y aguantar en el colegio las burlas de los niños del Barcelona o el Madrid aunque en el fondo pensaras "pobre *******, no sabe lo que se está perdiendo". Nunca tuve dudas.
Llegó la etapa de instituto y mi motivación para sacar los cursos adelante no era la de formarme en una capital y labrarme un futuro con una carrera universitaria, sino aprovechar esa coyuntura para vivir unos años en Sevilla y ver cada quince días al Betis en el Villamarín.
Desde entonces he vivido ascensos, descensos, he viajado por Europa, lo he visto levantar una Copa del Rey y lo he acompañado a casi todos los estadios de España. Y he conseguido que mi hermano, mis padres, mis primos y hasta mi abuela descubran y compartan este sentimiento, una religión que un 2 de julio del 89 se cruzó en mi camino.
Yo me hice bético un 2 de julio de 1989, con ocho años recién cumplidos. No soy sevillano, no tengo antecedentes béticos, ni nadie de mi entorno lo era por aquellos tiempos. Ese día el Betis recibía al Tenerife en la vuelta de la promoción que nos mandó a Segunda, famosa por el 'mal día' de Pumpido en el Heliodoro y mi padre me llevó al Villamarín por primera vez, igual que lo había hecho antes a otros estadios.
Era casi imposible remontar el 4-0 de la ida, pero 40.000 almas llenaban el antiguo Villamarín. Pasaban los minutos y no había nada que hacer, el Tenerife se defendía bien y no daba opciones. Quedaba un cuarto de hora para el final y las gradas empezaron a rugir. Cada bético se desgañitaba gritando un interminable "Beeeeeeeeeeeeetis, Beeeeeeeeeeeetis" que salía desde lo más profundo, desde el corazón. Una muestra de identidad, raza y orgullo que a mí me marcó. "Papá, yo quiero ser uno de ellos", le dije. Entonces Chano marcó el 1-0 y llegué a creer incluso en la remontada. Heliópolis retumbaba todavía con más fuerza. Ya era tarde para el milagro, pero no para que todo el que estuviese viendo ese partido se diese cuenta de que el bético está hecho de otra pasta.
Han pasado más de veinte años y es una de las decisiones de las que más orgulloso me siento. No hay que nacer en Triana, en Heliópolis o en Coria para ser del Betis, hay que vivirlo. Y el Betis tiene esa universalidad de la que carecen tantos otros que sólo pueden presumir de aspectos materiales.
Desde entonces el Betis marcó mi vida. Fue difícil vivirlo en mi infancia desde la lejanía y aguantar en el colegio las burlas de los niños del Barcelona o el Madrid aunque en el fondo pensaras "pobre *******, no sabe lo que se está perdiendo". Nunca tuve dudas.
Llegó la etapa de instituto y mi motivación para sacar los cursos adelante no era la de formarme en una capital y labrarme un futuro con una carrera universitaria, sino aprovechar esa coyuntura para vivir unos años en Sevilla y ver cada quince días al Betis en el Villamarín.
Desde entonces he vivido ascensos, descensos, he viajado por Europa, lo he visto levantar una Copa del Rey y lo he acompañado a casi todos los estadios de España. Y he conseguido que mi hermano, mis padres, mis primos y hasta mi abuela descubran y compartan este sentimiento, una religión que un 2 de julio del 89 se cruzó en mi camino.
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