Son muchos años de beticismo ya a las espaldas, casi cincuenta, que ahí es nada. Parece que fue ayer, cuando iba uno a Gol Norte con la entrada reducida especial para infantiles y “militares sin graduación de uniforme”, a ver a aquél equipo en el que acababa su carrera deportiva la Zurda de Caoba, y empezaban a descollar chavales que, algunos años después, traerían a Sevilla la primera Copa del Rey.
Pero no. No fue ayer. Ha pasado mucho tiempo. Aunque uno nunca sabe cuándo le llegará su hora, han pasado casi dos tercios de lo que sería una vida normal. Y durante todo este tiempo vi ─vimos─ de todo: alegrías ─desgraciadamente las menos─ y penas ─también desgraciadamente, las más─… Pero todo lo que me disgustó lo perdoné. Lo perdoné por el amor a unos colores. Por el amor a una camiseta maravillosa. Por el amor a una filosofía, el manquepierda, que enseña lo dura que es la vida. Por el amor a un sentimiento. Por el amor a una pasión.
Por eso perdoné muchas cosas.
Perdoné que este club en el que ahora militáis vosotros, en épocas puntuales más o menos largas, estuviera dirigido por personajes de la más baja estofa que sólo buscaban afán de notoriedad, hacerse conocidos y viajar por España a su costa, cuando no sacarle el dinero a manos llenas.
Perdoné que antiguos y no tan antiguos colegas vuestros de profesión vinieran a nuestra ciudad y a nuestro club a llevarse descaradamente el dinero ofreciendo poco, muy poco, poquísimo, por no decir nada, a cambio.
Perdoné y perdono que, pese a las penurias económicas por las que atravesamos, tengáis sueldos privilegiados, ganando en muchos casos en tan sólo un par de años más de lo que miles y miles de trabajadores ganarán en toda su vida trabajando muchas, pero que muchas más horas al día que vosotros. Perdoné escucharos decir a veces al llegar el domingo que “acusabais el cansancio”, después de entrenar tres horas al día, de viajar siempre en los mejores medios y de dormir en hoteles de lujo.
Perdoné hasta las faltas de actitud ─las faltas de aptitud acompañadas de entrega al máximo nunca hubo que perdonarlas─, la desgana, la ausencia de sacrificio, de esfuerzo, los partidos en los que salíais como ausentes, sin garra, sin ganas de luchar, sin ganas de sudar la camiseta. Y en estos cuarenta y tantos años hubo muchos de estos partidos, os lo aseguro, pero todos los perdoné. Hasta el de ayer, y eso que hubo pocos en los que la desidia y la apatía fuera tanta como la de ayer, pues hasta el de ayer, repito, si me apuráis ya está perdonado. Porque el Real Betis Balompié está por encima de todo. O mejor dicho de casi todo.
Porque, pese a que me esfuerzo por intentar explicarles que este equipo es así, que así ha sido siempre y así seguirá siendo, las lágrimas que derramaban ayer mis hijos por la derrota ésas no os las perdonaré. Iba a decir nunca jamás, mientras viva, pero no. Tenéis una oportunidad: sólo os las perdonaré el día que logréis cambiarlas por lágrimas de alegría.
Pero no. No fue ayer. Ha pasado mucho tiempo. Aunque uno nunca sabe cuándo le llegará su hora, han pasado casi dos tercios de lo que sería una vida normal. Y durante todo este tiempo vi ─vimos─ de todo: alegrías ─desgraciadamente las menos─ y penas ─también desgraciadamente, las más─… Pero todo lo que me disgustó lo perdoné. Lo perdoné por el amor a unos colores. Por el amor a una camiseta maravillosa. Por el amor a una filosofía, el manquepierda, que enseña lo dura que es la vida. Por el amor a un sentimiento. Por el amor a una pasión.
Por eso perdoné muchas cosas.
Perdoné que este club en el que ahora militáis vosotros, en épocas puntuales más o menos largas, estuviera dirigido por personajes de la más baja estofa que sólo buscaban afán de notoriedad, hacerse conocidos y viajar por España a su costa, cuando no sacarle el dinero a manos llenas.
Perdoné que antiguos y no tan antiguos colegas vuestros de profesión vinieran a nuestra ciudad y a nuestro club a llevarse descaradamente el dinero ofreciendo poco, muy poco, poquísimo, por no decir nada, a cambio.
Perdoné y perdono que, pese a las penurias económicas por las que atravesamos, tengáis sueldos privilegiados, ganando en muchos casos en tan sólo un par de años más de lo que miles y miles de trabajadores ganarán en toda su vida trabajando muchas, pero que muchas más horas al día que vosotros. Perdoné escucharos decir a veces al llegar el domingo que “acusabais el cansancio”, después de entrenar tres horas al día, de viajar siempre en los mejores medios y de dormir en hoteles de lujo.
Perdoné hasta las faltas de actitud ─las faltas de aptitud acompañadas de entrega al máximo nunca hubo que perdonarlas─, la desgana, la ausencia de sacrificio, de esfuerzo, los partidos en los que salíais como ausentes, sin garra, sin ganas de luchar, sin ganas de sudar la camiseta. Y en estos cuarenta y tantos años hubo muchos de estos partidos, os lo aseguro, pero todos los perdoné. Hasta el de ayer, y eso que hubo pocos en los que la desidia y la apatía fuera tanta como la de ayer, pues hasta el de ayer, repito, si me apuráis ya está perdonado. Porque el Real Betis Balompié está por encima de todo. O mejor dicho de casi todo.
Porque, pese a que me esfuerzo por intentar explicarles que este equipo es así, que así ha sido siempre y así seguirá siendo, las lágrimas que derramaban ayer mis hijos por la derrota ésas no os las perdonaré. Iba a decir nunca jamás, mientras viva, pero no. Tenéis una oportunidad: sólo os las perdonaré el día que logréis cambiarlas por lágrimas de alegría.
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