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Una leyenda oculta: Miguel González Díaz

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  • Una leyenda oculta: Miguel González Díaz

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    Una leyenda oculta: MIGUEL GONZÁLEZ DÍAZ

    PARTE I



    Hay historias que se escuchan en cada rincón del planeta, porque por méritos propios así lo han merecido. Hay otras que son escuchadas más de lo que realmente se debería, a pesar de que no haya logro alguno en el mensaje que transmiten. Historias que hacen amar la vida, otras que hacen ver la crueldad e injusticia de ella, algunas que hacen luchar por lo que uno cree, muchas otras que despiertan un sentimiento especial en la persona…

    En este momento, escribiré una historia que debería de ser conocida por muchas personas y que, sin embargo, tan sólo pocas tienen el honor de conocerla.

    Por suerte, yo soy una de esas personas.

    Retrocediendo a una difícil época tal y como era la vivida en España alrededor de 1951, cuando por entonces la vida y el trabajo se centraban en el campo, donde la lucha era para no pasar hambre debido a los importantes problemas sociales y económicos que por aquel entonces aplastaban al país, y por supuesto, ni qué decir tiene el escaso nivel tecnológico de aquellos días en comparación con la actual. Año en que escritores conocidos, como el español Camilo José Cela, publicaban importantes obras como “La Colmena”; o el mismo año en que una nueva España comenzaba a nacer, con acontecimientos tan importantes como la primera huelga general en el país desde la cruel guerra civil –prohibidas por el Régimen y motivo de aversión para Francisco Franco–, iniciada en Barcelona contra la “Compañía de Tranvías”, llegando a ser considerada como la última batalla de la generación que perdió la guerra.

    Aunque para la causa, un hecho nos interesa a todos aún más: año en que el Real Betis Balompié militaba en 3ª División.

    Un joven procedente de la tierra sevillana de Dos Hermanas, llamado Miguel González Díaz, destacaba por aquel entonces por su arte en el deporte, concretamente en el ámbito futbolístico. Allí, la gente le admiraba muchísimo por ello cada vez que disputaba partidos con el equipo oficial del pueblo, jugando como interior izquierda. Aquellos paisanos le conocían por “Mechora”, debido al apodo familiar que por aquel entonces les caracterizaba.

    Tal era su celebridad en aquel lugar, que colocaban su nombre en la pizarra que anunciaba los partidos para atraer a más gente a los encuentros.


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    Miguel González Díaz en el Dos Hermanas


    A diferencia de hoy, muy singulares eran los casos en los que la familia apoyaba a la persona en su ambición y práctica en el deporte, pues eso no aportaba dinero alguno con seguridad, tan sólo el trabajo en el campo lo hacía. En el caso de este hombre, su trabajo residía en el taller de la “Colonia penitenciaria militarizada”, acompañado de su hermano Curro, donde tantas horas de trabajo llegó a dedicar.

    En aquel lugar, entre la multitud de personas con las que pudo tratar, tuvo la suerte de conocer a un tipo llamado Cortés, un preso político que, tras verle jugar, le ofreció la posibilidad de hablar con el entrenador Pepe Varela para meterlo en el Juventud Balompié, o al menos, que le viera jugar.

    Este equipo, para quienes no lo conozcan, es como antiguamente se llamaba a la cantera del Real Betis Balompié.

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    Escudo del "Juventud Balompié"

    Cuando este hombre pronunció aquellas palabras, a Miguel le latía el corazón con más fuerza que nunca, fue un momento de shock, aquello era un sueño para él, y más siendo un verdadero bético desde el mismo momento en que nació. En cuanto el humilde bético volvió en sí, aceptó sin dudar en absoluto. El mundo, en aquellos tiempos tan difíciles, se había detenido frente a él para ofrecerle vivir una de las experiencias más importantes de su vida.

    Aquel preso, al verle tan ilusionado, seguidamente le aconsejó:

    - Pues además de preguntar por Pepe Varela, pregunta por Peral y por el vasco Saro. –quienes fueron campeones de liga allá en el 1934, y a quienes Cortés, por suerte para Miguel, conocía del propio bar de Saro.


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    Saro. Campeón de liga con el RBB.

    Ese día fue inolvidable, trabajó más animado que nunca. Al concluir la jornada regresó a su casa corriendo de la misma alegría que le recorría todo el cuerpo, sin atender al cansancio que su cuerpo sufría tras una dura jornada de trabajo, y a su vez, dedicando una gran sonrisa a todo aquel que se cruzara en su camino.

    Qué fácil hubiera todo sido si por aquel entonces la familia hubiera apoyado tanto como lo haría hoy un padre o una madre, o dicho de otro modo, si se hubieran podido permitir apoyar…

    Por supuesto, no pudo mencionar nada en casa, ya que si a su padre no le gustaba ni que jugara a fútbol cerca de su hogar–pues era tiempo que Miguel debía de estar dedicando a cuidar el ganado que poseía su familia–, menos aún le gustaría que tuviera que desplazarse a Sevilla para jugar a fútbol, situación que requeriría de unos gastos de transporte, del que de antemano sabía que no iba a poder disponer.

    No obstante, aquello no le supondría ningún impedimento, se desplazaría aunque fuese andando para luchar por una oportunidad única, la de jugar en la cantera verdiblanca.

    Cuando llegó el día que Cortés previamente le había citado para su prueba ante el míster, tuvo la suerte de poder desplazarse al estadio Heliópolis –actual estadio Benito Villamarín– a través de un conductor conocido de camiones, quien le dejó muy cerca del lugar. La noche anterior apenas había podido pegar ojo de la misma emoción que tenía.

    Tal y como Cortés le había prometido, allí estaban los dos jugadores míticos cuando el joven de 17 años se adentró en el estadio con la ilusión similar a la que un Rey tendría el mismo día de su coronación. Al llegar, se encontró con un gran grupo de jóvenes jugadores tocando balón, a quienes tímidamente les preguntó:

    - Disculpad, ¿podéis decirme donde está Peral?


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    Peral. Campeón de liga con el Real Betis Balompié

    Sin problema alguno los jóvenes se lo dijeron, y al dar con el mítico jugador, quien por aquel entonces era un divertido taxista, quiso verle jugar para asegurarse de que realmente valía la pena, antes de presentarlo al entrenador Pepe Varela.

    Era su momento, el viento soplaba a su favor y ahora de él mismo dependería que aquella oportunidad, que curiosamente el destino le había presentado, pudiera hacerse realidad.

    Le mandó al encargado de dar las botas de fútbol, y una vez colacadas, se dispuso a jugar junto al resto de jugadores. Atentamente, Peral observaba a aquel muchacho del que tanto le había hablado Cortés, ¿sería cierto que valdría la pena meterlo en el equipo?, o de lo contrario, ¿se trababa simplemente de un joven ilusionado y aficionado al que le estaba concediendo algún tipo de favor?

    Cuando le vio jugar, se dio cuenta de que la respuesta a aquellas preguntas que se le pasaban sigilosamente por la cabeza tenían algo en común: Era un joven ilusionado y aficionado bético que valía la pena presentar a Pepe Varela.

    Peral habló con el míster, mientras que Saro se quedaba con el resto de chavales que jugaban junto a Miguel. Pepe Varela no dudaba de las palabras de su amigo Peral, y mandó al nuevo muchacho a equiparse con el uniforme completo, para así seguidamente pasar a entrenar junto a los jugadores del Juventud, al igual que el soldado que es mandado a equipar para adentrarse en la batalla.

    Cuando el joven se vio con el uniforme puesto no podía contenerse de la emoción, lo estaba consiguiendo, el sueño de cualquier joven, el que él mismo siempre había tenido, se hacía realidad paso a paso.

    Varela mantenía la mirada firme hacia el muchacho durante el entrenamiento, observando cada movimiento que éste desempeñaba. Era justo lo que cualquier equipo necesitaría: Un joven que por aquel entonces era capaz de manejar y chutar el balón con ambas piernas no se encontraba en cualquier lugar.

    Miguel se puso muy nervioso tras concluir el entrenamiento, pues era el momento en que le dirían si podría o no continuar con ellos. Así que delante de todos, le comunicaron que les podría acompañar en los entrenamientos, los cuales eran concretamente los miércoles y viernes. Mientras se lo comunicaban, intentó contenerse como pudo ante aquellas ansiadas palabras, mientras que en su interior, lloraba de la alegría que al momento correspondía.

    Ese día, aunque el trayecto de vuelta a casa tuviera que hacerlo a pié durante horas y horas, a él se le pasaron volando tras no dejar de dar vueltas a lo que le había ocurrido. Las ganas por contarlo en casa le consumían, pero era algo que debería de ocultar sino quería que aquello tuviera fin antes de disfrutar completamente de su comienzo.

    Un silencio difícil de contener, y más tratándose del sueño de su vida, la cual había quedado dividida en varias partes que debería de mantener a flote: La vida en su hogar junto a sus padres; su trabajo; el equipo oficial de Dos Hermanas; y finalmente, el Real Betis Balompié.

    A partir de entonces, en este nuevo equipo le conocerían por “González”.




    Publicado por: Juan Miguel González


    Una leyenda oculta: MIGUEL GONZÁLEZ DÍAZ - PARTE I | NuestroBetis / Noticias y comunidad del Real Betis.

  • #2
    Re: Una leyenda oculta: Miguel González Díaz

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    Una leyenda oculta: MIGUEL GONZÁLEZ DÍAZ.

    PARTE II


    Resulta insólito el modo en que la vida va esparciendo por nuestro camino los restos de nuestro destino, o cómo en ocasiones juega con las personas mientras éste destino queda disperso en varios senderos, cada cual con su encanto, y cuya elección se basa en el susurro inconmovible de nuestro corazón, en la presión del injusto mundo que nos rodea, o bien en el uso de la razón.

    Cada mañana al madrugar, Miguel podía sentir cómo su cuerpo requería más horas de descanso, pues el que se tomaba cada noche era insuficiente en torno al desgaste que cada día soportaba, o dicho de otro modo, incompatible a los senderos que había decidido cruzar conjuntamente. Su rutina diaria se basaba en: el trabajo en el taller; entrenar los miércoles y viernes con el Juventud Balompié; disputar los partidos correspondientes con el equipo verdiblanco; jugar partidos con el Dos Hermanas C.F.; y cada día que fuera necesario, cuidar del ganado cuando su padre no pudiera hacerse cargo de él. Y cómo no, desplazarse andando de un sitio a otro –incluyendo cuando el equipo disputaba partidos fuera–, donde en muchas travesías el buen temporal no acompañaba. El fútbol podía concederle ilusión, satisfacción, incluso vivir lo que en su día pudiera parecer una quimera, pero ni una peseta.

    Por supuesto, el hecho de que tuviera que desplazarse a pié de un lado para otro era desconocido por todos y cada uno de los miembros del conjunto verdiblanco. Ni siquiera su entrenador lo sabía, para quien González había pasado a ser su ojito derecho junto a otro jugador que por aquel entonces también poseía un prometedor futuro como futbolista, Víctor. Ambos eran utilizados por el míster como ejemplo a seguir para el resto de jugadores, especialmente para quienes no sabían dar al balón con ambas piernas, tal y como era el caso de Casero, a quien el entrenador constantemente le insistía en que debía de aprender de ellos.

    Entre los jugadores que le acompañaron durante su aventura verdiblanca se encontraban: Estévez, quien entró en el equipo casi a la par que Miguel; Portu, defensa estrella del Real Betis Balompié años posteriores; Mesa; Casero; Berro, con quien tenía mucho trato en los entrenamientos; Valentín; Arreciado, quien era capaz de marcar goles chutando desde su propia área; Luque; Jiménez; Segundo; Prado; Mateo; Carmona; etc.

    Con ellos compartió inolvidables experiencias en partidos disputados, como por ejemplo, frente al “Agrupación Macarena“, donde el joven González llegó a marcar un gol desde el mismo centro de campo, vistiendo la equipación de las trece barras verdiblancas. Fue una sensación única cuando el balón entró y la afición se alzó a la par cantando el gol. Girarte y que allá por donde mires todos te estén aplaudiendo, abrazando y alabando, sin duda son acontecimientos únicos capaces de emocionar a uno y dejar huella para el resto de tu vida. Momentos en los que un joven y humilde muchacho, a base de casta y coraje, puede hacer vibrar montones de corazones en un solo momento, levantar a cada persona de sus asientos, e incluso llegar a convertirse en todo un héroe para ellos. El arte del fútbol. El arte del corazón bético.

    En un partido disputado ante el “Patronato“, tuvo la tentación de guardar para el recuerdo un camisolín verdiblanco que ese mismo día vistió. Tan sólo habría bastado con habérselo dejado puesto debajo de la ropa personal con la que iba y regresaba del partido. Pero son ocasiones que por diversas circunstancias, inconscientemente uno las deja pasar. Le encantaba aquel camisolín. Cada vez que se lo ponía dejaba de ser persona, para sumergirse en el equipo y pasar a ser una leyenda verdiblanca.

    Por aquel entonces, un hecho que motivaba aún más a los jóvenes del filial del Real Betis Balompié, era la presencia de numerosos jugadores del primer equipo en los entrenamientos, quienes por aquel entonces, ante la crisis que había en el club, tenían que vivir dentro del estadio Heliópolis –concretamente, en la actual zona de Gol Sur–. Así pues, los jugadores aprovechaban para salir en los entrenamientos y contemplar a las jóvenes promesas.

    En muchas ocasiones, organizaban partidos de la cantera verdiblanca contra el primer equipo del Real Betis, donde además de poner a prueba a la cantera, servía para entrenar a ambos equipos.

    Al concluir cada jornada, Pepe Varela solía acercarse a los jugadores y charlar personalmente con ellos. En una de esas ocasiones, el míster se acercó a Miguel tras observar un duro rostro de cansancio en él. Y mientras le posaba su mano en el hombro, le decía:

    - Ahora te comes el bocadillo y te quedarás nuevo.

    El joven nazareno sonreía ante aquellas palabras mientras asentía con la cabeza, pero no con su mente: “¿nuevo?, nuevo me voy a quedar por el camino de vuelta a casa, ¡madre mía!…” – pensaba Miguel.


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    Entrenador, José Valera Nocera, “Pepe Valera”

    Había ocasiones, como aquel día, en las que el propio entrenador –quien por aquel entonces era además capitán de artillería– le acercaba a la parada de autobús en la moto, donde supuestamente Miguel cogería “el amarillo” para desplazarse a Dos Hermanas. Ojalá hubiera sido así. La realidad era que, como diariamente hacía, se disponía a recorrer numerosos kilómetros andando tras un duro día de trabajo y entrenamiento, bajo el atardecer de Sevilla. Un camino de vuelta que le servía para reflexionar sobre muchas cosas, entre las que destacaban: las jugadas ensayadas, las palabras del míster, los retos a superar, y cómo no, el modo de evitar aquel largo camino a pié. Para la ida, encontraba siempre a alguien que le llevara, pues se iba con cualquier camión que saliera rumbo a Sevilla desde el taller donde trabajaba, a lo cual su jefe no mostraba oposición alguna. El problema estaba a la vuelta, la cual se pasaba mirando hacia atrás cada vez que escuchaba un camión por si casualmente se trataba de algún conocido del taller. No había dinero que sobrara en casa para ningún tipo de transporte, y tampoco quería comprometer a conocidos. Era difícil poder luchar aquel sueño de ese modo. Se sentía totalmente impotente ante tal situación, pues el sueño apareció en una época complicada para él. Y aún más si no se contaba con el apoyo familiar. Era duro, y muy difícil de soportar. Sin embargo, una montaña no se derriba por muy fuerte que sople el viento. Y así era su corazón.

    Aquel sueño no podía tener fin, era impensable. Nada ni nadie le quitaría eso de la cabeza, y menos aún cuando los rumores sobre su ascenso crecían. Por lo que estaba decidido a seguir con ello a pesar de las caminatas o de las broncas familiares que ello le pudiera repercutir. Mantenía la esperanza en que aquella situación cambiase, y que en cualquier momento, el apoyo anímico y económico llegase. Hasta entonces, el silencio seguiría en pié en el joven futbolista de Dos Hermanas.

    Tanto es así, que un día, tras un duro partido disputado con el Juventud Balompié –donde la mayoría de los jugadores eran mayores que él, a diferencia del equipo amateur, donde tenían edades similares–, llegó a lesionarse de un pié en una desafortunada jugada. A pesar del dolor que la lesión le causaba, era aún mayor la preocupación por los problemas que ello le supondría para ocultarlo en casa.

    Poco más tarde de haber concluido el partido, cada jugador partió a sus correspondientes hogares, y una vez que se aseguró de que ninguno rondaba por allí, se dispuso a partir andando hasta casa. El dolor incrementaba conforme avanzaba en su trayecto, por lo que tuvo que dar alguna pausa en varias ocasiones, sin extenderse demasiado para no llegar demasiado tarde.

    Tras horas de camino y, por supuesto, de tormento, por fin llegó a su hogar. Tenía la esperanza de que sus padres estuvieran durmiendo, y así poder meterse en la cama disimuladamente sin problema alguno. Una vez dentro, tras cerrar cautelosamente el pomo de la puerta, se encontró con alguien que parecía estar esperándole. Por suerte, se trataba de su madre, Dolores, quien no le daba tanta importancia al asunto del fútbol tal y como lo hacía su padre, Curro. Sin embargo, respetaba la opinión y decisión de su marido con respecto al tema. No dudó en atender la lesión de su hijo. Por supuesto, ella sabía que su hijo jugaba en el filial del Real Betis a través de los comentarios que abundaban en el pueblo sobre ello, tan sólo guardaba silencio en casa por el bien de todos.

    Al día siguiente, la empresa le había concedido permiso para reposar. Antes de que su padre volviera a casa sobre las 12 del medio día, su madre le aconsejó que se escondiera fuera para que no le viera. Y así lo hizo, salió de casa para esconderse al final de la calle, donde estuvo vigilando todo el tiempo hasta que logró distinguir cómo su padre se marchaba. Tras ello, tranquilamente pudo continuar con el reposo en casa.

    A pesar de los numerosos rumores que llegaban a Curro sobre las altas habilidades de su hijo para jugar a fútbol, era algo a lo que siempre se había mostrado totalmente desinteresado. Y si algo le hacía sentir, era un rotundo disgusto hacia él por practicarlo. Pero lo que resulta incoherente para algunos, es a su vez gratificante y apasionante para otros. Él jugaba por amor al fútbol y, ante todo, al Real Betis Balompié. Era pura devoción. Algo que hoy en día se echa bastante en falta en el mundo del deporte.

    Por ello, Miguel nunca llegó a firmar ningún tipo de contrato con el club. No le convenía que la realidad llegara a manos de su padre.

    Inevitablemente, conforme su fama crecía, mayor era su leyenda en la tierra de Sevilla, y por consiguiente, mayores eran las posibilidades de que el secreto llegara a su padre. Y de hecho, fue en el almacén donde Curro trabajaba cuando por primera vez escuchó las hazañas de su hijo en el Juventud Balompié, y la posibilidad de que ascendiera al primer equipo. Aunque en el fondo se alegrara por él, y estuviera orgulloso, no mostró la más mínima intención de ayudarle de algún modo. Todo lo contrario, le intentó hacer ver que aquello no le llevaría a ninguna parte; que le estaba costando parte de su tiempo y rendimiento, y era tiempo que debería pasar trabajando, pues el deporte no le aportaría con seguridad nada de lo que, por el contrario, el trabajo sí le podía conceder.

    Habían pasado cuatro años ya desde que Miguel había entrado en el equipo. Y en este momento, las palabras de su padre resonaban en su mente con más fuerza que nunca, pues además pudo contemplar cómo la más mínima esperanza que tenía de que le apoyase económicamente –si es que algún día las hubo–, se desvanecía por completo.

    ¿Era el momento de dejarlo?

    Durante un tranquilo paseo por la calle Real de Dos Hermanas, mientras meditaba sobre su presente y, especialmente sobre su futuro, conoció a una joven mujer llamada María Soto Sosa, quien logró captar la atención de Miguel al instante. Ese rostro consiguió iluminar su camino y ser capaz de dividir su corazón en dos partes, y a quien le regalaría una parte de él sin duda. Pudo sentir cómo un nuevo sendero se abría ante él, y estaba dispuesto a sumergirse en él igual que había luchado por su sueño durante todo ese tiempo, y conforme la iba conociendo, mayor era su deseo por entregarse a este camino, y aún más resueltas quedaban sus dudas en torno al deporte.

    Lo que restaba de temporada, la disfrutó como nunca antes lo había hecho –lo cual era difícil–, llenó su mente de innumerables recuerdos, de infinitas experiencias, de grandes celebridades junto a la afición, aumentando su amor hacia el club y hacia los colores que lo representan.


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    Miguel González Díaz en el Campo del Subcomité. Temporada 1954-55.


    Aquel verano, tras concluir la temporada 1954/55, tomó la decisión de no volver al equipo para la siguiente temporada, a pesar de haber oído los rumores de su posible ascenso al primer equipo. Igual que en su momento sentía que tenía que jugar, ahora su corazón le susurraba que era el momento de dejarlo. Dejó a un lado tanto el filial del Real Betis Balompié como al Dos Hermanas C.F., y a partir de entonces, su tiempo libre quedaría distribuido trabajando en el taller de la “Colonia penitenciaria militarizada”; en María, quien sería su esposa; así como en asegurar y formar su propia familia.

    Así pues, una calurosa noche de verano, cuyo cielo estaba cubierto por un reluciente manto de estrellas que contemplaban a Miguel – o lo que es lo mismo, a toda una leyenda que se ofrecía a una nueva vida–, miraba al cielo con la sensación de dejar atrás una inolvidable etapa, y decía a su vez:

    - Tal vez en otra vida.

    Se había ganado una gran reputación entre todos los miembros del equipo, quienes sin duda le echaron en falta cada día, así como los seguidores que tuvieron el honor de verle jugar. Vivió miles de aventuras en cada partido, en cada entrenamiento. Se llevó consigo cada detalle vivido. Sin embargo, la aventura futbolística que tuvo sus inicios en equipos como “Textiles del Sur”, “Barrios del Saco”, “Los Amarillos”, o “Ciento veinte”, había llegado a su fin en el histórico club del Real Betis Balompié, jugando tanto en el Juventud Balompié –que en los últimos años había pasado a llamarse “Balompédica Trianera”, para renombrarse años más tarde como el mítico “Triana Balompié”–, así como en el equipo amateur. Algo a lo que no cualquier persona ha podido llegar.

    Ahora se adentraba en una nueva aventura de la que aún tiene el privilegio de seguir viviendo, cincuenta y siete años después de aquella difícil decisión. La aventura de vivir por y para su familia.

    Nunca sabremos si la elección que tomó fue la más acertada, si al final hubiera alcanzado la cima o no. Pero cuando el corazón manda, hay que obedecer sin dudar. Y lo que nadie puede discutir, es la brillantez de esta persona tras contemplar la honradez, el valor, el esfuerzo y el amor con el que se entregaba en aquel sendero verdiblanco. Exactamente del mismo modo en el que se ha entregado en la aventura que decidió vivir el resto de su vida, en la que decidió amar en silencio al Real Betis Balompié, mientras entregaba toda su grandeza como persona hacia su amada familia.

    Un día inesperado, un periódico llegó a nuestras manos, en cuyo contenido aparecía una imagen suya donde se le citaba como “jugador desconocido”. Personalmente, os puedo asegurar que ese “desconocido” se trata de alguien cuyo nombre y apellidos merecen ser recordados; alguien que el mundo necesitaría y desearía poseer a millones; alguien al que la vida le dio la oportunidad de vivir un sueño, y con casta y coraje así lo hizo; alguien por el que siempre estaré orgulloso y presumiré por cada rincón del universo; alguien al que admiro y quiero con locura…


    Se trata de mi abuelo.

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    Publicado por: Juan Miguel González

    Una leyenda oculta: MIGUEL GONZÁLEZ DÍAZ

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    • #3
      Re: Una leyenda oculta: Miguel González Díaz

      Muy emotivo,un relato de diez.

      Grande también Pepe Valera (qepd),campeón de liga y el principal creador de la cantera bética allá por los dificiles 50 con el nombrado Juventud Balompié.

      Honor a cuarto anillo.

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