Es más, el gol de Durmisi parecía allanar por completo el camino hacia un triunfo que podía cambiarlo todo, marcando ese punto de inflexión que por más que se espere nunca llega. Sin embargo, a la escuadra de las trece barras le sobró el segundo tiempo, en el que le faltó la actitud y el amor propio que exhibió en el primero.
Porque tras la reanudación el Betis desapareció por completo, quedando a merced de un Sevilla que se supo reinventar con el cambio de dibujo que puso en práctica Sampaoli y que dio la vuelta al marcador con dos tantos a balón parado y algo de polémica, puesto que N’Zonzi estaba en fuera de juego en el definitivo 1-2.
Pero ni siquiera ese detalle puede ‘maquillar’ la ridícula actuación verdiblanca después del descanso. El equipo se olvidó de cómo podía hacerle daño a su eterno rival en cuanto entró en el vestuario, pensando que ya todo estaba hecho y que apenas quedaba contemporizar y esperar al pitido final ¡Como si no estuviese delante un adversario especialista en jugar este tipo de duelos, aspirante a todo y que, para más inri, jamás se rinde!
Y esta vez no fue una excepción. Sin Ceballos al cien por cien, los nervionenses se apoderaron del centro del campo y supieron sacar partido de la candidez de una zaga que parece que nunca sabrá defender a balón parado. Para colmo, Víctor Sánchez del Amo tardó un mundo en darse cuenta que las cosas no funcionaban y cuando lo hizo cometió un error de infantiles: cambiar a un defensa justo cuando se va a sacar una falta en contra.
Así las cosas, el partido no lo ganó el Sevilla, sino que lo perdió un Betis que sigue en caída libre, viendo cada vez más lejos esas diez primeras plazas a las que decía aspirar. Ahora, una derrota en Málaga se encargaría de reavivar el miedo por caer en una zona de descenso en la que se quería evitar caer a toda costa.
Esa es la triste realidad de una escuadra de las trece barras que ni viendo en primera persona que el único camino de plantarle cara a cualquiera pasa por apretar los dientes, pelear cada balón como si fuese el último y correr más que el rival es capaz de llevarlo a la práctica durante noventa minutos. Ya sea por cuestiones técnicas, físicas o tácticas no tiene argumentos para hacer soñar a su afición.
La competición avanza y la posibilidad de dar ese tan cacareado estirón desaparece. Si ni en un derbi es capaz de dar la cara el equipo, ¿cuándo lo hará? Si hasta habiendo encontrado el modo de tener contra las cuerdas al eterno adversario se acaba bajando los brazos ¿cómo se puede pensar en algo más que la salvación? Cada vez quedan menos partidos por disputarse, el margen de error se estrecha, las palabras y las promesas pierden su valor y los hechos, lo único creíble a estas alturas, confirman que una temporada más en el Betis solo hay mediocridad.