Todo ello, adornado con una plantilla ilusionante, con la base de la pasada campaña y fichajes que, sobre el papel, suponían un salto de calidad. Es más, incluso el inicio de la competición, en especial después del primer parón, dio rienda suelta al optimismo de una fiel infantería verdiblanca que no sólo sueña con recuperar tiempos mejores, sino que incluso necesita vivirlos por fin en primera persona.
Sin embargo, apenas ha hecho falta que se compliquen un poco las cosas para rebajar las expectativas y el discurso institucional. En especial por parte de un Pepe Mel que sigue sin dar con la tecla de cómo debe jugar el equipo en casa, donde todo visitante que ‘moja’ acaba llevándose puntos. Da igual que se sepa que desde hace mucho al Betis le sienta fatal salir de vestuarios, encajando goles con suma facilidad en ese momento. Se trata de un mal endémico con el madrileño en el banquillo (ahí están las estadísticas para demostrarlo), pero lejos de encontrarle solución al problema éste continúa agravándose jornada a jornada.
Ni el trabajo que se debe hacer durante la semana para corregir ese déficit (tarea única y exclusiva del míster) ni el hecho de salir extramotivados ante más de 41.000 almas que lleven en volandas a los futbolistas ha puesto fin a una sangría que complica en exceso los partidos. Sólo lejos del Villamarín parece haber margen de maniobra. En Heliópolis, en cambio, los errores a las primeras de cambio se han convertido en sinónimo de derrota.
De igual modo, el equipo aún no sabe a qué juega. Como visitante tiene claro que todo pasa por estar juntitos atrás y salir rápido para matar al contragolpe. En La Palmera, en cambio, ni sabe moverse así ni llevando la iniciativa. Intenta las cosas con más corazón que cabeza, sin ideas y cometiendo fallos que en Primera división se pagan demasiado caro. A ello, hay que unirle bajones dignos de mención como el de Piccini, que se ha diluido como un azucarillo, exigiéndole más aún a un Joaquín que, pese a intentarlo sin descanso, sufre los rigores de tener 34 años. Y, mientras, el único jugador que ofrece algo diferente, Ceballos, continúa calentando banquillo pese a que quienes ocupan su sitio en el campo no mejoran en absoluto lo que él aportaría.
Entre tanto, la excusa de Mel sigue siendo la misma: falta un extremo izquierdo. Como si eso pudiese arreglarlo todo. Da igual que este Betis no esté trabajado y tropiece ante la misma piedra una y otra vez. La culpa es del mercado, que no permitió encontrar refuerzos para una banda por la que, aunque parezca olvidarlo, podrían desenvolverse tanto Vadillo como Kadir. Quizás ambos no estén a la altura de lo que el madrileño quiere, pero con tanto que alude a la optimización de recursos no debería obviar que, hasta que llegue enero, es lo que hay.
Da lo mismo que el Villamarín, lejos de convertirse en un fortín, sea un auténtico vergel para los rivales. Se está cumpliendo con el objetivo, con cinco puntos sobre el descenso, por lo que el técnico no entiende por qué existe tanto nerviosismo. Es más, perder contra el Atlético entraba en el guión, así que todo va según lo esperado.
Aunque también es una pena que se olvide de la autoexigencia que se pregonaba desde el club y que viene intrínseca en el ‘Manquepierda’. Se puede caer, por supuesto, pero siempre dando la cara, algo que lleva sin hacer el Betis en casa demasiado tiempo, siendo el peor local de la máxima categoría. Pasa por alto que la grada cumple con su cometido y que, probablemente, él no esté haciendo lo propio. Pese a que los males del equipo están claros, éstos no se subsanan, sino que se agravan.
Mientras, Mel mira para otro lado, escudándose en lesiones y contratiempos que existen, por supuesto, pero que no son ni mucho menos la clave de lo que está pasando. Todo el mundo lo sabe, incluso él mismo, incapaz de hacer autocrítica pese a que los hechos se lo exijan continuamente. No obstante, prefiere defender lo indefendible, con un discurso cada vez más vacío y que está años luz de lo que la directiva venía pregonando. Lo único positivo es que la solución a todo esto está a su alcance. Todo pasa por poner en práctica la ‘triple T’: trabajo, trabajo y trabajo.