Petros ayudó a darle forma y los medios a elevarla más allá del cemento que ocupa en el Villamarín.
Álvaro, nuestro Álvaro, va cada domingo con ilusión al Villamarín, ni dejándose la piel ni arrastrándose, va como cualquiera de los miles de béticos, en este caso desde su Vistazul, allá en Dos Hermanas.
Desde que conozco a Álvaro, hace ya muchos años, su beticismo ha sido casi tan normal como su sonrisa. La vida lo ha colocado en un lugar como a otros nos ha colocado en otro. Y con ello cada uno hace una desgracia, un mundo o una vida normal.
Y Álvaro, desde su silla, hace eso, vive normalmente, juega sus bazas, vive intensamente, compite, porque lo hace y bien como jugador que ha sido de baloncesto, incluso representado a España.
A veces la vida da unos guiños inesperados y una foto de otro bético que también se mojaba en manos de un jugador que quiere agarrarse a una imagen que le de fuerzas hace el resto. Pero Álvaro estaba, está y estará en la esquina donde muchos partidos lo he visto, saludado y sonreído, aunque nuestro Betis nos haya dado un disgusto.
Y al terminar, con sus amigos, volverá a Dos Hermanas, hasta el próximo partido.