Muchas veces no sé si soy conejo, río o escorpión en este Betis. Muchas veces me planteo los mismos términos para otras personas. En algún que otro momento las personalidades se cruzan, se contraponen y se confunden. Pero en todas ellas veo también como quien sabiéndose conejo se transforma en escorpión y quien siendo escorpión, es cruzado a sabiendas por los conejos.
La corriente es fuerte, cruzar a la otra orilla lleva ya cinco años de crecidas, donde los puentes que se han lanzado de un lado a otro de este río Betis o han sido pusilánimes, o débiles, o incluso también en algún momento el ingeniero de caminos encargado ha intentado poner peajes a ese puente.
Ahora, de nuevo, no sabemos quién es conejo o escorpión salvo quien se considere por propia iniciativa escorpión, preparado a conciencia con el aguijón presto al ataque. Es su naturaleza. Hace tiempo que me considero conejo, conejo cobardica, conejo que quiere encontrar un puente, conejo confiado en que las soluciones pasen por fuertes pilares, pero es imposible cuando el material que lo forman es de juzgado, y no de guardia.
La desesperación es entendible, incluso cuando con ella venga una crecida que se lleve por delante lo poco bueno que haya crecido en las orillas. Es una desesperación provocada por el estancamiento que marchita cualquier verde que agarre en las orillas. Se podrá estar de acuerdo con ella o no, pero debería ser tenida en cuenta.
Yo me quedo con mi afluente, un pequeño y activo arroyo que tiene la suerte de pasar ya casi los tres lustros, un encabritado y vivo riachuelo que, como muchos, van a parar al río Betis. Es un riachuelo de libertad que incluso tiene las compuertas de entrada y salida muy activas, y tan libres que incluso quien está en absoluto en desacuerdo con sus aguas puede llegar a desesperarse al no encontrar puertas a su ira.
Menos mal que ya no es el único medio para navegar, es más recogido, sus navegantes reman para ofrecer todo lo que el río Betis puede enseñar. No se trata de luchar contracorriente, sino de dejar expresarse al que quiera hacerlo, aunque no guste, porque no hay más valor que el defender contra viento y marea el derecho de expresión, a pesar de estar en desacuerdo, en todo, en parte o viendo de cerca, cual conejo, el aguijón del escorpión.
Lo dicho, el río Betis tiene muchos afluentes donde acudir, muchas aguas donde moverse, aunque saltemos de unas a otras, las veamos de lejos, confundamos sus matices o creamos saber cómo son sus corrientes y no tener ni idea. El veneno a veces no sólo está en el aguijón del escorpión, muchas, muchas veces ya lo llevamos en la sangre y, de nuevo, el escorpión nos recuerda: ES MI NATURALEZA.