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ID:	6575475El Betis vuelve a ser de Primera. Concretamente el equipo, porque la afición y la historia de la institución nunca dejaron de serlo. En eso radica el tremendo desfase entre lo deportivo y lo social que apremiaba a que la permanencia verdiblanca en Segunda fuera lo más efímera posible. Lo logrado este domingo no es más que la vuelta a la normalidad, al hábitat natural de un club centenario.

El último paso del Betis para el ascenso lo tuvo que dar él mismo. Mejor así. Nada de que Girona y Sporting pincharan. Así tuvo más lucimiento la fiesta que el Benito Villamarín vivió con el triunfo de su equipo contra el Alcorcón. Tal y como se había dado la tarde, la victoria era la única fórmula posible para retornar a Primera en esta jornada.

Los verdiblancos firmaron el prototipo de partido que tanto repitieron a lo largo del curso liguero. Ese en el que la demoledora pegada de la gente de arriba desequilibra. El resto es secundario. El juego no fue brillante, especialmente hasta que llegó el 1-0. Una genialidad más de Rubén Castro, con una vaselina propia de futbolista caro de Primera, abrió el camino. Luego otro golpe de calidad en la acción que provocó el penalti del segundo y el tercero de Molina. Listo.

El Betis, igual que tantas veces, no necesitó dominar el juego. Eso sí, como viene ocurriendo en muchos de los partidos de los últimos meses hasta, le sobró tiempo. Lo que en baloncesto serían los minutos de la ******, que esta vez sirvieron para que la afición digiriera con gusto el regreso a la élite. Mágico el ambiente del estadio en ese rato, con la inesperada lluvia como invitada.

Más allá del partido ante el Alcorcón, el cuadro bético alcanzó un ascenso tan justo como caro. Justo por la solvencia con la que se ha desenvuelto en los últimos meses de competición, con una racha increíble y despachando a los rivales con una facilidad pasmosa. Todo con el añadido de haber dado ventaja en los primeros meses de competición. Caro, por la insistencia de los rivales directos en ganar.

Hay un momento clave en la temporada. Es a finales de otoño, cuando el Betis anda perdido deportivamente con Velázquez en el banquillo y desnortado institucionalmente con un consejo de administración incapaz. El equipo estaba a ocho puntos del ascenso. El punto de inflexión coincide con la aparición de Juan Carlos Ollero. El presidente aportó sentido común y representatividad del club. Lo que debería ser normal.

Con la corta pero tremendamente eficaz etapa de Merino por delante, el nuevo consejo apostó por Mel. El peso del madrileño en el ascenso es incuestionable, tal y como dictan los números. Con sus fallos, que también los tuvo, pesa mucho más el haber que el debe. Entre sus decisiones más sabias queda la de formar el equipo en torno a las figuras de Rubén Castro y Jorge Molina, los que tienen el duro para resolver partidos.
Ollero, Mel... el ascenso del Betis tiene varios padres, pero indiscutiblemente sobresalen los dos delanteros por encima de todos. Rubén Castro sumó 32 goles y jugó todos los partidos. Su mejor temporada, independientemente de la edad. Regularidad goleadora en todo el curso, hasta en el arranque, y acabó especialmente fino. No hay más que ver los golazos de las últimas jornadas.

Luego está Jorge Molina y su recuperación con Mel. Incomprensible su ostracismo en el oscuro otoño del Betis. El de Alcoy hasta sostuvo al equipo en el único pequeño bache de su socio canario. Adán, con sus paradas, fue el tercer elemento clave en lo futbolístico. También Dani Ceballos, con quien nadie contaba al principio, y que fue el más lúcido -único- en la creación hasta la llegada de Portillo.

Con esos cimientos y el agradecimiento a todos los futbolistas que participaron en el ascenso, el Betis debe mirar al futuro. El ascenso no debe ser más que el punto de partida, la vuelta a la normalidad, de una institución que tiene la exigencia de equiparar lo deportivo a lo social. El reto es colocar al club a medio plazo entre los cinco o seis más importantes del país. Trabajo hay de por medio.