Porque la escuadra de las trece barras, independientemente de dónde compita, siempre es de Primera, aunque habría que intentar por todos los medios que jamás abandonase una máxima categoría que está de enhorabuena por su regreso. Porque se ha conseguido el objetivo marcado al inicio de esta temporada, sobreponiéndose a un mal inicio y firmando un segundo tramo de Liga sencillamente espectacular, pero el trabajo continúa, poniendo las miras en dar continuidad a este arreón que devuelve a la entidad a su sitio natural.
A partir de ahora, todos los estamentos verdiblancos deben aunar esfuerzos para conformar un proyecto serio, viable y de futuro que consolide al Betis entre los mejores del fútbol español, haciendo que, a medio plazo, si hay algo que celebrar sean títulos. Con trece ascensos en su historial (12 a la elite y uno a Segunda), ha llegado el momento de conseguir que el equipo esté por fin a la altura de una afición para la que se queda corto cualquier calificativo y que da cada semana recitales de fidelidad ya sea en el Villamarín o en el resto de campos.
Tras un año y medio de decepciones y sufrimiento, que en noviembre amenazaba con prolongar la estancia en el ‘infierno’ más allá de esta campaña, la escuadra de las trece barras debe aprender de los cientos de errores que ha cometido en su pasado reciente y mirar al futuro con tanta exigencia como ilusión, sabiendo de dónde se viene, cuál es la meta que se persigue y descubriendo el camino que permita llegar a ella.
Porque no se trata de quitarle méritos a este ascenso merecido y trabajado, en el que al Betis le costó Dios y ayuda ganarse ese rol de máximo favorito que todos le atribuían desde antes incluso del inicio de Liga. Un traje que le vino demasiado grande mientras Velázquez estuvo al mando, pero que supo ir ajustando a su figura gracias a la intensidad y el trabajo de dos modistos de sangre ‘verde’ como Merino y Mel. Ellos, la seguridad de Adán, la calidad de Ceballos, la clarividencia de Portillo, la brega de N’Diaye (sobre todo en la recta final) y la eterna pólvora de Rubén Castro y Jorge Molina han conducido a la máxima categoría a un equipo que jamás debería abandonarla.
Para conseguirlo, será necesario reforzar una plantilla que ha dado la cara en Segunda, pero que resulta demasiado corta para afrontar las ‘Bodas de Oro’ del club heliopolitano en Primera. Una efeméride que exigirá la mejor versión de un Eduardo Macià que debe hacer honor a su currículum deportivo, una directiva experimentada en la gestión de clubes y un cuerpo técnico que ya sabe qué fallos no debe cometer.
Todos llevados en volandas por una hinchada que sueña con que a partir de ahora se vivan tiempos mejores al final de la avenida de La Palmera, donde se afronta el inicio de una nueva etapa tras ver cómo una de las deudas más grandes de los últimos años por fin quedaba saldada.