Una vez más, y ya van unas cuantas, el Betis se vino de vacío del Santiago Bernabéu. De nuevo, los verdiblancos se vieron obligados a hincar la rodilla ante el Real Madrid y coger el AVE de vuelta haciendo más cuentas de las deseadas. Todo a causa del miedo y los complejos, esos que atenazaron al equipo cuando no debían y dejaron casi en bandeja a los merengues un triunfo más en esta Liga que apenas tiene historia para ellos.

La escuadra de las trece barras derrochó candidez y falta de picardía, casi como si se viese afectada por ese celebérrimo miedo escénico que tanto dicen que se siente por Chamartín. Sin confianza y sólo a través de tímidos intentos que apenas servían para cubrir el expediente, los pupilos de Pepe Mel apenas inquietaron al marco rival… hasta que por fin creyeron que podían hacerlo.

Porque tras el gol de penalti de Jorge Molina, la mejor versión bética volvió a aparecer en escena, dejando claro que el equipo, cuando quiere, puede. De hecho, rozó un empate que ni Rubén Castro ni Pabón fueron capaces de materializar, pero que, visto lo ocurrido sobre el césped, no hubiese desconcertado a nadie que hubiese estado siguiendo el partido. No obstante, la pegada blanca se encargó de ‘matar’ a la contra un duelo que, probablemente, hubiese tenido un desarrollo bien distinto si los verdiblancos hubiesen dejado a un lado sus complejos mucho antes.

Si ya de por sí es complicado vencer en el Bernabéu, donde la escuadra de las trece barras no lo hace desde 1998, cuando uno no cree en sus posibilidades es poco menos que imposible. No en vano, la única forma que existe para limar las abismales diferencias entre plantillas reside, precisamente, en ello, en tirar de ‘testiculina’, casta y actitud desde el pitido inicial con independencia del rival. Ese fue el gran secreto del triunfo de la primera vuelta ante los merengues y de la propia reacción de este fin de semana en La Castellana. Y es que ningún adversario resulta invencible, pero para eso hay que haber sabido superar antes cualquier miedo.

Sobre todo, cuando se pelea por volver a Europa y la clasificación se comprime hasta el extremo, haciendo que cada punto sea fundamental, casi sin margen de error. Cada partido cuenta como si fuese el último y cualquier concesión, por prevista que estuviese, podría complicar o, incluso, acabar con ese sueño verdiblanco de volver a los torneos continentales que se ha ido fraguándose y creciendo desde el pasado mes de septiembre.

Quedan seis jornadas en las que habrá que seguir apretando los dientes y dándolo todo para llevar la nave a buen puerto; en las que todos, afición y equipo, deberán remar en la misma dirección para hacer del Villamarín un auténtico fortín, recibiendo a clubes como el Deportivo, el Celta o el Zaragoza, que se ‘juegan la vida’, sin olvidar desplazamientos tan importantes como los que tendrán que realizarse a Barcelona, Mallorca o Valencia.

En definitiva, seis ‘finales’ en las que hay que saber demostrar por qué se ha llegado a estas alturas de Liga entre los siete primeros, un detalle que para nada es casual y que debería aportar confianza al vestuario para arrancar cada encuentro a tope, sin complejos ni concesiones. Porque para ganar, el primer paso siempre es creérselo.

J. Julián Fernández