Después del derbi, la euforia campó a sus anchas por los graderíos del Villamarín. Las sonrisas iluminaban los rostros de casi todos los béticos, tras consumarse una de esas reacciones que tan sólo puede protagonizar la escuadra de las trece barras. El equipo había sido capaz de rescatar un punto ‘in extremis’ tras neutralizar una desventaja de tres goles ante el eterno rival. Por eso, muchos no dudaron en tirar de bocina en el camino de vuelta a casa, festejando una alegría que, en cualquier caso, no merecía celebración.
Porque esta épica igualada no debe enmascarar lo que también ocurrió sobre el césped heliopolitano, donde los pupilos de Pepe Mel volvieron a no estar a la altura de las circunstancias. Sobre todo, en el primer tiempo, donde el Sevilla hizo lo que quiso y estuvo en condiciones de repetir la ‘manita’ de la primera vuelta. Con una medular sobrepasada y una defensa que a duras penas podía hacer frente a las acometidas nervionenses, los de La Palmera se quedaron a años luz del nivel al que nos tienen acostumbrados, volviendo a exhibir errores sin solución de continuidad.
Y eso, jugando en casa y con la grada a rebosar, resulta inconcebible. Sobre todo, cuando el vestuario se había concentrado durante los días previos al partido en Montecastillo, aislándose del mundanal ruido y centrándose en no repetir los mismos fallos que le costaron tan caro en el Sánchez Pizjuán. Pero, una vez más, los verdiblancos no dieron la talla, saliendo acomplejados y temerosos frente a un adversario que sólo tuvo que aprovechar las facilidades que se le concedían para poner tierra de por medio en el marcador.
Sólo cuando ya se habían encajado tres goles y después de que Pabón recortase distancias el equipo comenzó a dar señales de vida. El penalti, su transformación por parte de Rubén Castro y la expulsión de Medel terminaron de sacarlo de su letargo, haciéndole buscar la meta contraria con más corazón que cabeza, sin demasiadas ideas, pero sí con una casta que trajo consigo el tanto de Nosa en el último suspiro, pero que de haber estado presente en el campo desde el pitido inicial habría deparado una historia bien distinta.
No en vano, habrá quien se jacte de decir que el Betis está seis puntos por encima de su eterno rival y que le quitó un triunfo que daba por hecho y hasta celebraba, pero cuando se quiere crecer hay que ver más allá, asumiendo que, pese a que la reacción fue encomiable, no se puede permitir que nadie te ‘pinte la cara’ ante tu público y con la gente llevándote en volandas. Que puede que la idiosincrasia heliopolitana haya sido así siempre, pero nunca está de más pulir detalles como ese, máxime cuando se pelea por entrar en competición europea.
Porque, peinetas aparte (injustificables y vergonzosas tanto la de Mel como la de Nosa), este derbi pasará a la historia como el de una igualada épica en verdiblanco, esa que dejó tan buen sabor de boca en el Villamarín y tan amargo en Nervión, pero que, a la vista de lo sucedido sobre el césped, aplaza un año más un cambio de ciclo que, pese a que se lleva anunciando mucho tiempo, sigue sin llegar. Y es que con esta reacción no basta, sobre todo después de ver cómo el vestuario no tiene lecciones aprendidas y, cuando llega la hora de la verdad, vuelve a ganarse un ‘Necesita Mejorar’. Ojalá el plus de moral que ha traído consigo este punto sirva para conseguirlo frente a rivales como Real Madrid o Barcelona, con los que habrá que verse las caras en esta recta final en la que la exigencia seguirá siendo máxima y nadie regalará nada.
J. Julián Fernández
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Con la épica no basta
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