El otro día me estaba tomando un café en una terracita de esas en las que me gusta estar para pensar en mis asuntos de catedrático cuando, me giro a un lado, y veo a un chiquillo, que sería estudiante de psicología digo yo, que estaba el pobre rabiando porque no comprendía el Condicionamiento Clásico de Pavlov. Lo miré y se justificó diciéndome que era muy complicado.
Y yo pensé, ¿complicado? Jugar al baloncesto en la playa, ¡eso sí que es complicado!
Pues eso, que resulta que había un ruso, que se llamaba Pavlov que tenía un perro que estaba siempre con muchísima hambre y que era más pesado que un teletubbie mojado todo el día pidiendo comida. El ruso se sentía ya harto del perro que no le dejaba hacer cosas de rusos (que es algo muy normal allí en Rusia) y eso le hacía sentirse más agobiado que Spiderman en un descampado.
Un día estaba Pavlov haciendo sonar una pequeña campana que le habían regalado sus primos de Moscú y mirando a su mascota que ni siquiera se inmutaba al escuchar ese sonido. Y él pensaba que era raro que su perrito no se desquiciara con el timbre de la campanita y se quedara quieto sin dar respuesta al sonido. Empezó a darle vueltas a la cabeza (como la hija del exorcista, más o menos) para ver cómo podía hacer para que su perro comiera cuando él quisiera y no estuviera todo el día detrás de él, y así poder hacer cosas de rusos porque es lo que los rusos hacen. Así que un día dijo:
- ¡Eureka! Voy a sacarle un filetaco cuando a mi me dé la gana y, a la vez, toco esta campanita que me trajeron mis primos de Moscú y así le doy algo de uso.
Y así hizo. Cuando Pavlov le mostraba a su perro el filetaco, éste salivaba de una forma desmesurada por las ganas que tenía de hincarle el diente pero, en ese mismo instante, utilizaba aquel recuerdo de sus primos de Moscú haciéndolo sonar para, después, dejar que su perro se diera un buen festín.
Entonces Pavlov repetía la misma acción tres veces al día, todos los días de la semana y continuó así hasta que se dio cuenta de algo sorprendente: llegaba un momento en que sin mostrarle a su mascota la comida, simplemente haciendo sonar esa campanita, el perro salivaba. El animal había aprendido que junto a ese sonido aparecía un jugoso filetaco. De esta forma, descubrió que algo que no provocaba ninguna reacción en su perro (la campanita de sus primos de Moscú) ahora conseguía hacerlo salivar.
- ¡Por fin he encontrado la utilidad a esta dichosa campana! – dijo Pavlov con algo de desprecio pero con un tono muy ruso.
De hecho, muchas veces se divertía engañando a su perro haciendo sonar la campanita y viendo cómo salivaba esperando a que saliera el filetaco que después no aparecía. Y es que Pavlov era un poco rencoroso. Pero no por ser ruso, sino porque él era así. Pero lo importante es que consiguió su propósito. Su perro ya comía cuando él quería y así le dejaba hacer cosas de rusos. Total que lo hizo tan bien que le otorgaron el Premio Nobel en 1904 por este descubrimiento.
Pues así de simple, ¡menos mal que está aquí el sabio del patio!
por jose1907
@contrerasrosado
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La educación según el Súper Catedrático del patio: El condicionamiento clásico
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