Hace mucho, mucho tiempo, más del que las edades y épocas alcanzan a contar, existió en una lejana tierra de verdes terrenos, un pequeño reino de humildes y valientes habitantes. La historia de dicho reinado y del coraje de sus bravos caballeros, no es especialmente conocida para la gente común, pero a través del boca a boca y secretos manuscritos ha conseguido traspasar fronteras más allá de lo imaginable hasta el día de hoy.
Los ejércitos del este, no contentos con la paz existente en la zona y con el egoísta objetivo de la conquista, fruto de una ambición desmedida, preparaban el asalto al humilde reino sabiendo que sus huestes eran más numerosas y no encontrarían oposición en los pacíficos habitantes del lugar.
En pocos días las tropas enemigas cercaron el reino. Por suerte para sus fieles ciudadanos, los accidentes geográficos cercanos como el caudaloso río, impedían el avance fácil de sus rivales, y para alcanzarlos deberían atravesar un profundo abismo que tendrían que superar hasta llegar al castillo y a la ciudad que emergía a sus pies.
El Rey estaba atemorizado, no sabía como hacer frente a aquel ejército que se contaba por cientos, cuando en su humilde reino apenas contaba con una docena de caballeros capaces de manejar una espada con ciertas garantías. Sin embargo, se llenó de coraje, reunió a sus doce caballeros y salieron del castillo a lomos de sus caballos.
Sus asustados ciudadanos los vitoreaban y aplaudían mientras la reina y el joven príncipe heredero se despedían entre lágrimas desde uno de los balcones de palacio.
Todos sabían que al caer el sol, los ejércitos del este atravesarían el abismo en busca de una esperada y rápida victoria.
Cuando cayó la noche y el cielo se tiñó de oscuridad, únicamente interrumpida por la tenue luz de la luna y unas pocas estrellas lejanas, las tropas enemigas avanzaron por el despeñadero.
Seguros de sí mismos, los caballos avanzaban y entre el tímido resplandor que traspasaban las débiles nubes, las sombras de los árboles mecidos por la brisa creaban muecas a los invasores.
De repente, los doce caballeros y el rey, dispuestos a hacer frente a cualquier amenaza que intimidase a su reino, se posaron ante los cientos de soldados rivales y alzaron sus espadas con un grito aterrador que daría comienzo a la batalla.
El ejército del este atacó a los caballeros que lucharon hasta la extenuación, abatiendo a numerosos contrincantes, pero la superioridad numérica hizo mella en el ánimo combativo y poco a poco fueron cediendo terreno y rindiéndose a un cansancio inevitable. La batalla estaba desde antes de nacer, condenada a fracasar.
Pero cuando parecía que todo estaba perdido, un rayo de esperanza apareció en los rostros de los caballeros y del rey. Unos gritos y aullidos provenientes de la oscuridad, en dirección al reino retumbaban entre los ecos de la noche. Venían de todas partes.
Se trataba de los habitantes del reino que, sabiendo de la dificultad de la batalla, acudieron a animar a sus valientes guerreros. Conscientes de sus pocas habilidades en el combate, se dividieron y se escondieron entre las sombras, entre los arbustos, subidos a los árboles o entre las rocas, y utilizando discretamente los escondites nocturnos, gritaban y aullaban dando la impresión de que aquel centenar de habitantes se habían convertido en varios miles.
Muchos soldados del ejército del este huyeron despavoridos y otros tantos se quedaron congelados de terror viendo cerca su fin, temerosos por aquellos sonidos procedentes de la oscuridad. Los doce caballeros y su rey, alentados y conmovidos por la ayuda de su pueblo aunque heridos de gravedad, volvieron a alzar sus espadas en el combate mediante un grito aterrador, acabando con aquellos rivales que osaron quedarse a hacerles frente.
Por desgracia, aunque abatieron al ejército del este que jamás volvió a intentar conquistar el reino, las heridas resultaron ser mortales. Los doce caballeros y su monarca perecieron en combate.
Sus habitantes, de la mano del joven príncipe, en honor a sus guerreros, recogieron del campo de batalla las trece espadas y las situaron en un altar, sobre una pequeña colina junto al reino. De esa manera todo aquel ejército que intentase conquistar o que osase luchar en aquel lugar, recordaría la legendaria leyenda de sus trece héroes, de cómo acabaron con cientos de enemigos en una noche mágica, alentados por los espíritus de la noche que no eran otros que sus fieles ciudadanos.
Esta historia, por supuesto, es solo una leyenda, un cuento para niños. Aunque algunos dicen que aquel reino de valerosos caballeros se erigía sobre la ciudad anteriormente conocida como Hispalis… Sevilla en la actualidad. Y cuentan, que aquel caudaloso río por el que no pudieron franquear el reino, se trataba del Guadalquivir, estandarte de Andalucía.
También cuentan algunos, que aquel reino de valerosos habitantes, estaba situado sobre el barrio de Heliópolis, y que la imagen de aquellas trece espadas sobre la colina que ahuyentó durante siglos a las tropas enemigas, inspiró la creación de un escudo admirado en todo el mundo, el del Real Betis Balompié. Trece barras verdiblancas que infunden respeto a quien lo mira.
Algunos incluso comentan y susurran entre sí, que sobre el campo de batalla en el que se sucedió aquel combate nocturno, se construyó el estadio Benito Villamarín y que el espíritu de aquellos caballeros y de su rey, el coraje, la casta y el afán de superación, la capacidad de no desistir en la batalla y luchar hasta las últimas consecuencias, sigue entre la brisa del lugar. Un sentimiento heredado por los jugadores que visten la elástica verdiblanca.
Se comenta, que cada dos domingos en la zona, las voces y gritos que desde la oscuridad apoyaron a sus trece guerreros vuelven a retumbar entre los cimientos del estadio, aportando fuerzas a sus nuevos caballeros, aquellos que los llevarían a la victoria. Gritos de pasión y de esperanza, que otorgan fuerzas a todo aquel guerrero para que jamás reine el desánimo y para que luchen hasta la extenuación para ganar. Ahora no utilizan las sombras y ecos de la noche, pero esta vez, no son cientos, son miles de voces levantando a los suyos de verdad.
Algunos dicen incluso, que aquellos caballeros ganaron y consiguieron su objetivo, aunque les costase perder la vida y que ese es el origen del “manquepierda”, a veces perder, cuando lo diste todo por conseguir tu objetivo, no puede considerarse una derrota. Es la filosofía de aquel reino, es la filosofía del Real Betis Balompié, pero esta historia, por supuesto, es solo una leyenda, un cuento para niños… ¿O quizás no?
Relatos en pagina oficial Real Betis Balompié
http://www.betisweb.com/real-betis-b...illamarin.html
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"El reinado del beticismo", de Jorge González
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