La afición verdiblanca perdió una parte intrínseca de su ser con la marcha de nuestro leopardo. Su fuerza, pundonor y magia, procedentes de uno de los mejores equipos de Europa, estaba tan arraigada en la grada que aquel genio parecía tener más de 40.000 familiares detrás. No vino para eso, pero su faceta goleadora también invocó a un gesto que permanecerá por siempre incorrupto en los corazones verdes y blancos. Ese añejo y ajado sombrero tan cordobés que pervive como si quisiera resistirse al efecto que sobre él ejercen el tiempo y las fuerzas de la pasión balompédicas. El adiós de aquel 25 sentó como cuando quien forma parte de los mejores recuerdos de tu vida, pierde el nexo contigo. Ese que cuando se va, muere algo en tu interior.
Pero el caprichoso y, en ocasiones, irónico destino, convirtió esa nostalgia en recuerdo. Y para siempre fue un referente para posteriores. Así llegó, ocho años después del adiós del leopardo por excelencia, el león. Procedente de tierras galas, despertando esa añoranza, esa lágrima sana que inunda cada corazón bético. Haciendo honor a la frase que reza que todas las comparaciones son, tarde o temprano, odiosas, el nuevo depredador no terminó de gustar. Anárquico, decían, sin faltarles razón. Pero es lo que ocurre cuando se compara a un leopardo con un león. Pese a todo, el 23 supo provocar algo raras veces visto en las proximidades del río Betis: Indecisión. Dejando claro que no se trata de un juego malvado de palabras, nuestro león era a veces blanco, y otras veces negro. La mano de un domador de plata cuyo apellido coincide con el nombre de aquel al que nunca le quitarán la libertad, supo desatar la voracidad de una bestia a veces apática, como buen león al que todo se lo da hecho su leona.
Y por si fuera poco, de entre las sombras, oculto entre el follaje, aparece un nuevo elemento. Una pantera, que desde el corazón más profundo de África, saltó como sólo su especie puede hacer para llegar a Europa y encandilar como hacen los grandes. Desde el barro. Seis meses convirtiendo su hogar en un desierto sin vida hablan bien de sus dotes. Él, a quien le dedico estas humildes e inexpertas líneas, se ha ganado la confianza de los líderes de la manada verdiblanca con sudor, esfuerzo y por qué no decirlo, también sus lágrimas. La pantera ha vuelto a dar un salto de gigante. Más importante incluso que el que separa la vida moderna de la del siglo de la colonización. Ha llegado al lugar que millones de personas en todo el mundo consideran el Olímpo que sus manos nunca podrán tocar. Su camino apenas acaba de empezar, pero la Historia vuelve a llamarnos la atención para no caer en banalidades que arriban con miles de adornos y buenas palabras de allén de los mares. “La magia sigue estando aquí, y allí”, parece decir en una contradicción que muy pocos sabrán que no lo es. Esta pantera guarda las puertas del inframundo y el infierno en sus guantes. Y estarán a buen recaudo si no se transforma en un rey de la selva acomodado. Después de la sombra juguetona del leopardo. Después del león imprevisible. Es el turno de que la estirpe africana haga temblar de pasión, emoción y alegría a esas más de 40.000 gargantas que un día dijeron adiós a ‘La gacela’. El ciclo de la vida sigue su curso. Incluso en el Real Betis Balompié.
Miguel Rolle Ortega
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El leopardo, el león y la pantera
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