Quizá la última vez que se vio imaginación aplicada al Betis en nuestro club fuese en las maravillosas jornadas del Centenario, donde béticos de toda condición ponían todos sus recursos en la consecución de metas exentas de euros y del cariño de los que mandan.
Esa imaginación es la que echo en falta en el Betis. A fuerza de dividir entre buenos y malos, a fuerza de expulsar de su lado a cualquier voz discordante, a fuerza de tratar a los béticos como meras comparsas, la creatividad ha ido marchitándose con ella.
Alguno me dirá que con imaginación no se meten goles… Puede ser, no digo que no. Pero también digo que gracias a ella se abren los caminos necesarios para que, en un porcentaje importante, influyan en ellos. Esa imaginación no nace de los árboles, es un patrimonio que hay que cultivar a través de múltiples disciplinas y de la excelencia de los mejores preparados. Y de esos tiene el Betis en sus filas magníficos ejemplos. Pero no en el sitio adecuado.
Con los años, el máximo accionista (presidente, consejero, etc. etc.) ha ido prescindiendo de todo aquel cuya imaginación dejase ver otro Betis posible. Cualquier interpretación no personalista del hecho bético no era bien recibida tras la consecución de una leyenda forjada a sangre y fuego. Una leyenda sobre la que, si es necesario, se pudiese eclipsar incluso años anteriores, muchos, al 92. Agotada las pocas muestras de fantasía en esos hechos, desde entonces ha habido tan pocas muestras de creatividad aplicada al Betis que el encefalograma plano verdiblanco no muestra mucho sobre el tema.
Por supuesto que prominentes béticos se han acercado a la barandilla de este Betis post 92 a intentar hacer algo, muchos que lo intentaron con todas sus fuerzas ahora son llamados destructores (un término que va camino de ser hasta simpático y que muestra también eso, la falta de imaginación). Muchos entraron ilusionados y salieron espantados. Cualquier muestra de clarividencia se quedó en el camino o a medio hacer. Todo tenía que pasar por un embudo que parecía tener una boca muy grande pero que, en realidad dejaba poco margen a la novedad.
Y en ello estamos, el Betis del siglo XXI se parece tanto al Betis de mediados de los 90 que no ayuda al optimismo. No hay en sus filas gentes con la imaginación suficiente, más bien campan béticos que confunden el privilegio con el beticismo. Por supuesto no todo el mundo dentro del club es así, pero sí es cierto que cuando se entra en las entrañas más tristes tras esas puertas de cristales uno sabe que si hay algo que deben sacrificar, es precisamente la imaginación.
Por supuesto, si alguien ve en este mensaje algo negativo para el Betis, me niego a reconocerlo, es una forma de ver una carencia crónica que sé de más cómo podría solucionarse, y no es cambiando peones a todas luces poco apropiados para espolear la nave verdiblanca, sino sacudiendo los más profundos resortes del Betis, que, precisamente, no están en Heliópolis.
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La Imaginación, esa gran ausente.
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