A raiz de nuestro descenso a segunda, tan trágico como previsible, una de las consecuencias que se derivan es, por supuesto, que esta temporada no habrá derbis en la ciudad, esos partidos tan especiales por tantas razones. Eso, lejos de ser un alivio, es una pérdida importante, por mucho que las estadísticas en los derbis nos sean poco favorables históricamente, ya que incluso en los peores momentos puede suceder cualquier cosa, como bien pudimos saborear el pasado mes de febrero en Nervión... Dicho esto, los derbis en los terrenos de juego quizás no se disputen hasta (esperemos) finales de 2010, pero hay otro derby, más sutil y menos presente en medios y en conversaciones, que se está jugando de un tiempo a esta parte. Los protagonistas no son los jugadores, sino los aficionados, y no son goles lo que se suman, el marcador recoge otro tipo de cosas.

Y ese tipo de cosas están en el día a día, en lo cotidiano. No me referiré al ostracismo, quizás lógico pero no por ello menos lamentable, al que se condena desde los medios locales a nuestros asuntos, como si la diferencia de categoría de los clubes llevara consigo también una diferencia de categoría de las aficiones y de las audiencias. No hablaré de tiempo y tinta dedicados a unos y otros en los medios, pues en cómo quieran cuidar de una audiencia que siempre puede girar el dial, pasar de página o apretar un botón en un mando no es lícito meterse, cada cual sabrá lo que hace, la línea que mantiene y su manera de mantener las cifras que les hacen ganar dinero en publicidad. Es algo más visible que eso, algo que está literalmente en la calle. Me refiero a la predisposición a portar los colores que uno siente, ni más ni menos.

Y sólo hay que salir a la calle, evitando las horas centrales del día que estamos en agosto, y en los parques, en las calles y avenidas, en los centros comerciales, en todas las partes públicas de la ciudad, y también en ámbitos algo más privados como los centros de trabajo, se puede observar que en el derby de enfundarse la camiseta del club que uno ama, estamos perdiendo, por goleada. Es legítimo y comprensible que los vecinos nuestros que viven momentos de bonanza deportiva luzcan orgullosos su escudo (y me podréis llamar paranoico si opino que nuestro descenso ha sido un estímulo añadido para multiplicar esa proliferación de vestimentas rivales), pero no alcanzo a comprender (y me preocupa más que lo que hagan ellos) qué nos está pasando a nosotros en ese sentido. Incondicionales y fieles que somos, aun en los malos momentos y en los peores, y por la calle por donde pasa bastante gente cuento siempre diez camisetas del eterno rival por cada una de las nuestras verdiblancas. Es más probable incluso ver una camiseta azulgrana o merengue antes que una nuestra... ¿Dónde están nuestras camisetas? ¿Por qué ya no nos la ponemos? ¿Fuimos capaces de juntarnos por miles un 15 de junio con y por nuestros colores y ahora esos colores los escondemos? No sé qué nos está pasando, de verdad. ¿Es por Ruiz Avalos, es por protestar por su gestión, o por los mal llamados representantes de nuestro club que nos averguenzan a diario, que llegamos al punto de no sentir ya el más mínimo orgullo de ser béticos? ¿De verdad no sabemos distinguir una cosa de la otra y no somos capaces de enfundarnos las barras verdes y blancas o nuestros emblemas porque nos abruma la vergüenza de sentir lo que sentimos? Pues yo creo firmemente que, precisamente porque nos duele el Betis, porque nos duele ver cómo lo llevan estropeando y degradando desde hace mucho tiempo, porque nos duele que intenten silenciarnos a los que estamos ampliamente disconformes con nuestra situación, precisamente por eso, por motivos muy distintos sin duda a los de los otros pero tan legítimos como los suyos, tenemos más que razones para demostrar nuestro beticismo a la vista de todos, a la vista de quienes ni les va ni les viene, a la vista de quienes profesan la fe eternamente rival, a la vista de esta ciudad al completo, de la que no podemos permitir que nos arrebaten nuestra pertenencia a ella.

Es tan fácil como eso, se trata de no perder nuestra identidad ni nuestro orgullo, se trata de defender nuestros símbolos centenarios, de aferrarnos a ellos y no soltarlos, esconderlos ni cambiarlos por otros, se trata de ir a ese armario y coger esa camiseta, o ese polo, o esas calzonas, de este año o del pasado o del otro, y volver a portar ese escudo, nuestro escudo, ese que nadie jamás, ni desde dentro ni desde fuera, será capaz de hacer resquebrajar. Porque en estas cosas, y a nivel de calle y afición, también hay que disputar un derby, aunque ahora sea todo tan desigual, aunque ahora nuestro panorama sea cuanto menos incierto, pero demostremos que en eso del sentimiento, aunque sea sólo en eso, no hemos perdido aún ni nos vamos a dejar perder tan abrumadoramente. No nos dejemos vencer moralmente ni sentimentalmente por los sátrapas que malgobiernan nuestro club ni por los bendecidos del de enfrente. Se lo debemos a un sentimiento centenario con el que un día nuestros corazones sintonizaron para siempre. ¿Vamos a seguir escondiendo eso?

Ánimo y orgullo, aquí hay Betis, que se vea, que se note, que se sienta, le pese a quien le pese y a pesar de los que nos lo quieren arrebatar por sus propios intereses y de los que, que también los hay, lo quieren destruir y borrar de nuestra ciudad aprovechando las adversas circunstancias. No esperemos a ser cenizas para ver resurgir al fénix, no nos dejemos consumir, no lo dejemos todo en un bello recuerdo de un quincejota... ¡béticos... PRESENTES! ¡Viva el Real Betis Balompié centenario, incombustible, indestructible y bien visible, en primera o en segunda!




POR NUESTRA CAMISETA!!!