Yo tengo un gran concepto de la infidelidad, lo que no quiere decir que defienda esta conducta, sino todo lo contrario; pienso que la infidelidad debe de practicarse lo menos posible y en casos que merezcan la pena. Esto es casi una reflexión moral. Para mí, la moral inteligente está basada en la exigencia. La mejor manera de defenderse de la infidelidad es marcarse unas cotas muy altas.

Para ser infiel, el hombre debe de exigir un tipo de mujer que sea muy difícil de encontrar. Con estos principios, lo nórmal es quedarse como la zorra de la Fábula de Fontaine, que siempre consideraba verdes las uvas que no podía alcanzar. Cuando la infidelidad se toma de esta manera y sólo se comete con mujeres excepcionales puede que no sea ni pecado. A este respecto recuerdo el chiste del joven que se confesó de que había tenido una aventura con Sofía Loren. El cura le comentó: No me dirás hijo mío, que estás arrepentido.

El perfecto infiel es el marido feliz. También esto parece una contradicción pero tiene una explicación clara. El marido que es desgraciado en su matrimonio se convierte en un hombre muy peligroso. Siempre estará buscando o dispuesto a relacionarse con cualquier mujer que le dé un poco de felicidad. Sus deseos le traicionarán con frecuencia, porque la necesidad de encontrar una mujer que lo realice le llevará a cometer numerosos errores.

En cambio, el marido que es plenamente feliz en su matrimonio no corre peligro alguno, porque preferirá el refugio de su mujer a cualquier otro y, como está espiritualmente colmado, puede ser un buen amante, ya que, en vez de pedir, estará en condiciones de dar parte de lo bueno que lleva dentro.