Nacida en Madrid en el seno de una humilde familia de trabajadores el 12 de febrero de 1888, Clara Campoamor descubrió su vocación política cuando, después de ejercer varios oficios entró a trabajar como secretaria del director del periódico “La Tribuna”. En 1920 empezó a estudiar en la escuela secundaria, obteniendo su título apenas un par de años después, para luego ingresar en la Facultad de Derecho, donde obtuvo su licenciatura también con cierta rapidez.

Excelente estudiante, sus ideas políticas le acercan al Partido Socialista Obrero Español, y colabora escribiendo el prólogo del libro de María Cambrils titulado “Feminismo Socialista”. Sin embargo, Clara Campoamor se aleja de las siglas socialistas durante la Dictadura de Miguel Primo de Rivera (1923-1930) debido a sus discrepancias con el papel que el partido jugó en la oposición al dictador, que terminará dimitiendo de su cargo en enero de 1930.

Campoamor encuentra cobijo político en la Agrupación Liberal Socialista, aunque también abandonará dicha agrupación poco después al discrepar de nuevo con el papel opositor ante la Dictadura. Sin embargo, su actividad profesional y académica no se detiene, y participa activamente en la Asociación Femenina Universitaria y en la Academia de Jurisprudencia, siendo la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer y la libertad política sus temas principales de disertación.

Formó parte activa en la creación del partido Acción Republicana al ser miembro de su Consejo Nacional, y tras la rebelión militar de Jaca del 12 de diciembre de 1930 -antesala de la caída de la Monarquía pocos meses después- ejerció de abogada de su propio hermano, Ignacio, encausado en el procedimiento.

La II República y vida parlamentaria

Tras la proclamación de la II República, Clara es elegida como diputada -las mujeres tenían derecho al sufragio pasivo, pero no activo- y desde el primer momento en el que toma posesión, y en el seno del Partido Radical, lucha por obtener el voto femenino, al mismo tiempo que forma parte de la Comisión Constitucional para la elaboración de una nueva Carta Magna.

Las reticencias de ciertos sectores de izquierdas para otorgar el voto femenino complican la aprobación del proyecto, que ya había recogido avances tales como el divorcio o la igualdad de hijos e hijas nacidos/as dentro o fuera del matrimonio. Al frente del debate con Campoamor, el Partido Radical Socialista, contrario al voto femenino “en ese momento” pone a Victoria Kent, otra brillante diputada que sería la primera mujer en ostentar el cargo de Directora de Instituciones Penitenciarias. Al final, el apoyo de la mayoría del Partido Socialista Obrero Español, de algunos republicanos, y la minoría conservadora consiguen que el voto femenino sea una realidad.

En 1933 abandona el Partido Radical al no estar conforme con la subordinación de su partido a la CEDA, confederación de derechas que gobernó el país durante dos años de excesos represores y sabotajes internos a la propia Constitución republicana. Su petición de unirse a Izquierda Republicana es rechazada; es el tiempo de aparición de su obra “Mi pecado mortal. El voto femenino y yo, un testimonio de luchas parlamentarias” (1935).

El golpe de estado fascista

El 18 de julio de 1936 tiene lugar el levantamiento de las tropas del Norte de África contra la República. La confusión, el desórden y la revancha campean a sus anchas por las calles del Madrid revolucionario. Clara siente su vida amenazada y se traslada a Alicante, y de ahí embarca para Génova para luego pasar a Suiza.

En Ginebra se instala en casa de Antoinette Quinche y escribe “La revolución española vista por una republicana” (1937), obra fascinante en la que manifiesta su repulsión por los desmanes cometidos en Madrid en nombre de la libertad y la emancipación del proletariado y que publica traducida al francés por su amiga Quinche. En esta obra, Clara no sólo se muestra como siempre lo fue, liberal e independiente, sino que proporciona el primer análisis histórico de la Revolución española y de la Guerra Civil, y nos da su sincero testimonio.

En 1938 se instala en Argentina, y en Buenos Aires vivirá una década de su vida, dedicada a la traducción de libros, escribiendo biografías y dictando conferencias. Este mismo año publica “La situación jurídica de la mujer española”, y, al año siguiente, en colaboración con Federico Fernández-Castillejo, “Heroismo criollo”, en el que proporciona más detalles acerca de su huida de España. Consigue trabajar de tapadillo como abogada en un bufete, donde también se dedica a la literatura, escribiendo obras como “El pensamiento vivo de Concepción Arenal”, en 1939;”Sor Juana Inés de la Cruz en 1944, y “Vida y obra de Quevedo” en 1945. Por esa época contacta con republicanos españoles también exiliados, como Niceto Alcalá-Zamora.

El fin de su vida

Nueve años más tarde, en las Navidades de 1947, regresa a Madrid, donde se aloja en casa de Elisa Soriano. No la detienen; sin embargo, ya está fichada por el Tribunal de Represión de la Masonería. En febrero del año siguiente, Clara deja Madrid y regresa a Buenos Aires. En 1950 o en 1951 (de este dato no se tiene más constancia), Clara viaja de nuevo a Madrid y logra que Concha Espina le escriba una carta de presentación ante las autoridades del Tribunal de Represión de la Masonería. Se le comunica que puede optar entre 12 años de cárcel o bien proporcionar los nombres de antiguos ‘hermanos’ en la logia Reivindicación de la que ella había formado parte. A diferencia de otros exiliados, se niega a prestar declaración por un delito que no lo era en el momento de haberse cometido. Clara regresa a su hotel y se dirige directamente al aeropuerto para volver a Argentina. Tiene 67 años. Ya no regresará nunca a su patria. En 1955 abandona Argentina definitivamente y se traslada de nuevo en Suiza. Se instala en Lausanne, en la misma casa que ya había ocupado antes. Allí se encontraba más cercana de su patria, de España. Trabaja en un bufete hasta que pierde la vista.

En esa localidad suiza, tras diecisiete años de tristeza y nostalgia, Clara Campoamor muere de cáncer el 30 de abril de 1972, a los 84 años de edad. Dejó escrito que sus restos fueran incinerados en San Sebastián (en el cementerio de Polloe), donde se hallaba al instaurarse la II República.

[Tras la Transición se llevaron a cabo homenajes y reconocimientos que son valorados como escasos por organizaciones pro igualdad de la mujer. Institutos, colegios, centros culturales, asociaciones de mujeres, parques y calles recibieron su nombre. La Secretaría de Igualdad del PSOE instituyó los Premios Clara Campoamor que reconocen anualmente a aquellas personalidades o colectivos que se hayan significado en la defensa de la igualdad de la mujer. ]