En una plaza de un barrio sevillano había un grupo de jubilados que se sentaban en sus bancos. Este grupo de jubilados siempre estaban allí. No estaban ni mal ni bien, aunque obviamente, los bancos tenían sus limitaciones, pues eran bloques de hormigón y no estaban cubiertos. La plaza tenía algunos árboles y poco más que una cubierta de albero.
Un día, tras unas elecciones donde todos votaron por el cambio, apareció el alcalde en un reluciente coche y bajó de él. Tras saludar efusivamente a cada anciano, se marchó con las promesas de cambiar el barrio y, por supuesto, su plaza.
Todos los jubilados estaban exultantes, felices, contentísimos de las promesas, todos apoyaron a ese alcalde y todos lo defendían a capa y espada.
Pasaron los meses y sólo apareció en su plaza un gran cartel donde se informaba de las futuras obras, con fecha de comienzo que fue sobrepasada con creces. Aun así, los jubilados seguían confiando en su palabra, pensaban que, bueno, que tendría otros problemas que resolver e incluso abroncaban a los vecinos que se atrevían a quejarse.
Pero pasaron los cuatro años de rigor antes de volver a ver otro vehículo magnífico de cuyo interior salió la sonrisa forzada, los saludos eufóricos y las promesas. Muchas más promesas que antes, el proyecto de la plaza se haría más y mejor. Saludos y el coche salió provocando una gran polvareda que hizo toser a los jubilados.
De nuevo, fieles, votaron a aquel simpático alcalde que no sólo iba a hacer la plaza, sino que la iba a hacer mejor. Y de nuevo cambiaron el cartel, ahora más grande, ahora con su nombre mejor situado.
Los jubilados siguieron sentados en sus bancos de cemento abrigándose en el frío sol de enero y con sus gorras en el calor mañanero de junio. Y el cartel se lo sabían de memoria. Coincidiendo con unas elecciones nacionales aparecieron unos operarios y levantaron la plaza, desplazando a los señores de sus bancos y situándolos tras la valla metálica. Al principio era divertido comentar el ir y venir de las máquinas, pero todo se paró. Y ahora sin bancos, pero con la plaza levantada.
Algunos jubilados empezaron a quejarse y mantenían duras discusiones con el resto de compañeros, que día sí y día también mantenían su fe en su palabra. Los que se quejaban exigían que las promesas se cumpliesen, como mínimo, se cumpliesen. El resto los miraba con sorpresa. Cómo van a molestar al señor alcalde??? Él sabría mejor que nadie si había que hacer y cuándo hacerlo.
La plaza siguió abandonada y el grupo que se quejaba organizó una asociación de vecinos que quería recuperar la plaza y exigir que se cumpliese simplemente la palabra dada y no pedida. El grupo que mantenía una actitud inquebrantable echaba en cara las gestiones a la naciente asociación de vecinos. Pero la asociación trabajaba, realizaba informes del barrio y se los ofrecía a los vecinos. A través de esos informes realizaba peticiones de mejora al Ayuntamiento y éste, por no ver su incompetencia en prensa respondía haciendo esas pequeñas mejoras.
Así, los jubilados incondicionales echaban en cara a los de la asociación cada uno de los pequeños cambios.
- Veis, ahí están las papeleras, a ver de qué os quejáis ahora. Veis, ahí están pintadas las calles, tanta queja, hombre. Veis, ya está arreglado el paso a nivel…
Pero la plaza seguía igual y la asociación sistemáticamente exigía ante la oficina del alcalde que cumpliese las promesas. Llegaron de nuevo las elecciones y meses antes se realizó la mitad del proyecto de la plaza con gran cobertura mediática. Allí apareció el alcalde rodeado de sus incondicionales e inauguró la plaza… y le puso su nombre. La asociación miraba de reojo mientras eran casi insultados por los jubilados que vociferaban y cantaban las excelencias del alcalde mientras quitaba la cortinilla que tapaba el nombre. Volvió a subirse a su flamante coche y desapareció.
Muchos seguían defendiendo al alcalde, pero ya no sacó la mayoría absoluta, y tuvo que apoyarse en otros grupos para sacar adelante su puesto. Los defensores loaban las excelencias de la medio plaza, de los arreglos puntuales de calles y de lo simpático que era y las fotos dedicadas. Qué sabrían esos que tanto se quejaban, el alcalde era el mejor y los otros sólo querían protagonismo, seguro que hasta el puesto. La asociación era constante, continua en sus peticiones, cuando lograban algo buscaban la mejora en lo hecho y en lo que se podía hacer mejor.
Siguieron provocando la ira de los irreductibles de la plaza, que se congratulaban y aplaudían incluso al pobre barrendero que pasaba por allí.
- Mira, mira, a ese lo trae el alcalde, y ustedes qué haceis, na más que quejaros. Ole cómo barre, ole.
Los asociados llegaron al convencimiento de que no había que hacer nada más que el bien para el barrio, que siempre habrá alguien que anteponga al alcalde que les da fotitos y, de vez en cuando, organiza actos donde habla de las mejoras de su mandato, de todo lo que había antes que él y, a veces, invita a comer a los jubilados, unas veces sí, otras no.
Un día, uno de los jubilados, harto de estar harto, dejó su puesto en la valla de la eterna obra de la plaza y cruzó la calle, miró de frente a uno de los miembros de la asociación y le dijo: dónde puedo ayudar??? Y para su sorpresa no recibió ni un desplante, ni una mala palabra, ni un mal gesto, simplemente se puso a ayudar…
Un día, tras unas elecciones donde todos votaron por el cambio, apareció el alcalde en un reluciente coche y bajó de él. Tras saludar efusivamente a cada anciano, se marchó con las promesas de cambiar el barrio y, por supuesto, su plaza.
Todos los jubilados estaban exultantes, felices, contentísimos de las promesas, todos apoyaron a ese alcalde y todos lo defendían a capa y espada.
Pasaron los meses y sólo apareció en su plaza un gran cartel donde se informaba de las futuras obras, con fecha de comienzo que fue sobrepasada con creces. Aun así, los jubilados seguían confiando en su palabra, pensaban que, bueno, que tendría otros problemas que resolver e incluso abroncaban a los vecinos que se atrevían a quejarse.
Pero pasaron los cuatro años de rigor antes de volver a ver otro vehículo magnífico de cuyo interior salió la sonrisa forzada, los saludos eufóricos y las promesas. Muchas más promesas que antes, el proyecto de la plaza se haría más y mejor. Saludos y el coche salió provocando una gran polvareda que hizo toser a los jubilados.
De nuevo, fieles, votaron a aquel simpático alcalde que no sólo iba a hacer la plaza, sino que la iba a hacer mejor. Y de nuevo cambiaron el cartel, ahora más grande, ahora con su nombre mejor situado.
Los jubilados siguieron sentados en sus bancos de cemento abrigándose en el frío sol de enero y con sus gorras en el calor mañanero de junio. Y el cartel se lo sabían de memoria. Coincidiendo con unas elecciones nacionales aparecieron unos operarios y levantaron la plaza, desplazando a los señores de sus bancos y situándolos tras la valla metálica. Al principio era divertido comentar el ir y venir de las máquinas, pero todo se paró. Y ahora sin bancos, pero con la plaza levantada.
Algunos jubilados empezaron a quejarse y mantenían duras discusiones con el resto de compañeros, que día sí y día también mantenían su fe en su palabra. Los que se quejaban exigían que las promesas se cumpliesen, como mínimo, se cumpliesen. El resto los miraba con sorpresa. Cómo van a molestar al señor alcalde??? Él sabría mejor que nadie si había que hacer y cuándo hacerlo.
La plaza siguió abandonada y el grupo que se quejaba organizó una asociación de vecinos que quería recuperar la plaza y exigir que se cumpliese simplemente la palabra dada y no pedida. El grupo que mantenía una actitud inquebrantable echaba en cara las gestiones a la naciente asociación de vecinos. Pero la asociación trabajaba, realizaba informes del barrio y se los ofrecía a los vecinos. A través de esos informes realizaba peticiones de mejora al Ayuntamiento y éste, por no ver su incompetencia en prensa respondía haciendo esas pequeñas mejoras.
Así, los jubilados incondicionales echaban en cara a los de la asociación cada uno de los pequeños cambios.
- Veis, ahí están las papeleras, a ver de qué os quejáis ahora. Veis, ahí están pintadas las calles, tanta queja, hombre. Veis, ya está arreglado el paso a nivel…
Pero la plaza seguía igual y la asociación sistemáticamente exigía ante la oficina del alcalde que cumpliese las promesas. Llegaron de nuevo las elecciones y meses antes se realizó la mitad del proyecto de la plaza con gran cobertura mediática. Allí apareció el alcalde rodeado de sus incondicionales e inauguró la plaza… y le puso su nombre. La asociación miraba de reojo mientras eran casi insultados por los jubilados que vociferaban y cantaban las excelencias del alcalde mientras quitaba la cortinilla que tapaba el nombre. Volvió a subirse a su flamante coche y desapareció.
Muchos seguían defendiendo al alcalde, pero ya no sacó la mayoría absoluta, y tuvo que apoyarse en otros grupos para sacar adelante su puesto. Los defensores loaban las excelencias de la medio plaza, de los arreglos puntuales de calles y de lo simpático que era y las fotos dedicadas. Qué sabrían esos que tanto se quejaban, el alcalde era el mejor y los otros sólo querían protagonismo, seguro que hasta el puesto. La asociación era constante, continua en sus peticiones, cuando lograban algo buscaban la mejora en lo hecho y en lo que se podía hacer mejor.
Siguieron provocando la ira de los irreductibles de la plaza, que se congratulaban y aplaudían incluso al pobre barrendero que pasaba por allí.
- Mira, mira, a ese lo trae el alcalde, y ustedes qué haceis, na más que quejaros. Ole cómo barre, ole.
Los asociados llegaron al convencimiento de que no había que hacer nada más que el bien para el barrio, que siempre habrá alguien que anteponga al alcalde que les da fotitos y, de vez en cuando, organiza actos donde habla de las mejoras de su mandato, de todo lo que había antes que él y, a veces, invita a comer a los jubilados, unas veces sí, otras no.
Un día, uno de los jubilados, harto de estar harto, dejó su puesto en la valla de la eterna obra de la plaza y cruzó la calle, miró de frente a uno de los miembros de la asociación y le dijo: dónde puedo ayudar??? Y para su sorpresa no recibió ni un desplante, ni una mala palabra, ni un mal gesto, simplemente se puso a ayudar…
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