Creo que la trascendencia de cumplir 100 años nos supera prácticamente a todos. Un siglo son muchas generaciones que sienten en verdiblanco.
Uno, que lee todo lo que puede, no llega a abarcar todo lo que significa. En estos años he tenido la suerte de conocer muchos entresijos y a muchos protagonistas de estos 100 años, ya sea en primera persona o con tradición "mamada" de padres a hijos.
Socios de todas las épocas, jugadores, aficionados, técnicos, presidentes, todos han sido protagonistas y son historia del Betis, son 100 años de los que me quedo las historias más pequeñas, las imágenes grabadas de aquellos que cuando las carreteras eran un tormento no dudaban en subirse a un autobús, a una motillo y seguir al Betis allá por toda la geografía.
Durante 100 años este Betis es glorioso no por los éxitos alcanzados, que aunque modestos están en la memoria colectiva, sino por su paso por la propia historia.
Sevilla no sería lo mismo sin el Betis, y el Betis quizá no existiría sino estuviese en Sevilla. Es un sentimiento que aunque nació hace 100 años seguro que entroncó con con otras pasiones a través de los siglos.
Por tanto, el Betis, mi Betis, lo que considero Betis, llega al siglo por su propia definición de club, pero esas tantas generaciones que lo acarician desde el cuarto anillo hasta la cuna más reciente siempre han sentido el pellizquito. Un pellizquito dulce que transmitieron una pasión hecha juego a través de unos locos de pantalón corto y bigote cuidado.
Matices verdiblancos son los que me recuerdan lo que somos y lo que podemos ser. Unos matices que tienen actores principales a mi vecino, a mi peña, a mis familiares y amigos que cuando nos vemos, simplemente con mirarnos, sentimos en verdiblanco.
Betis, Real, Balompié, tres palabras que lo definen y lo complementan, solas o juntas, expresan tanto en tan poco que se ve el orgullo del humilde al llevarlas. Porque aunan orgullo y humildad de forma tan sorprendente y tan liviana que a algunos sólo hay que mirarlos para comprenderlo. Ese Betis que se ve reflejado en las manos entrelazadas de abuelo y nieto una tarde de partido palmera abajo, carretara de Cádiz arriba, Bermejales callejeando, Heliópolis lleno. Familia verdiblanca bocata en mano, verdiblancos uniformes de todas las épocas y con no pocas batallas vividas, más recordadas las perdidas que las ganadas por ese amargo resquemor que tiene el bético.
100 años de quien quiso hacer historia y ha hecho leyenda. Leyenda de mitos que se unen a la memoria colectiva de niños y mayores, que pasa de abuelos a hijos y de estos a nietos en forma de tortillas, de viajes imposibles, de presidentes míticos, de sinsabores hechos victorias, de lo más grande y lo más triste. Un bético, una forma de ser, una bandera que representa el centenario ha perdido allá en un quinto piso su lustre verde, pero no ha dejado de lucir ni un día desde que fue recogida con cariño la demostración de que el Betis no nació hace 100 años, simplemente apareció en un registro.
El Betis ha estado ahí siempre, impregnado de su río, de sus gentes, y que el balón que le ha dado cuerpo a este alma inmortal tan sólo ha sido parte de un todo vestido de verde y blanco, algo que ya sentían desde muchos siglos antes las buenas gentes de Hispalis, de Ishbiliya, de Sevilla. Y que ahora sienten no sólo sus vecinos, cientos de miles sino millones repartidos por todo el mundo, en provincias cercanas y lejanas que son una parte más de nuestro universo, el universo bético que se regenera constantemente, que se demuestra a cada paso del viajero por tierras que en principio parecen extrañas pero que una bufanda, un escudo o una bandera hacen cercanas y cálidas.
Felicidades a todos los béticos, felicidades al Real Betis Balompié, felicidades al mundo.
Ahora es tiempo de congratularnos de nuestros 100 años, de sentirse más bético si cabe, de mirar el escudo y sentir el calambre de las mil historias que nos invaden, de las que tenemos la obligación de transmitir a nuestros niños para que la llama verde, esa que no quema pero que da calor, siga por los siglos de los siglos.
Uno, que lee todo lo que puede, no llega a abarcar todo lo que significa. En estos años he tenido la suerte de conocer muchos entresijos y a muchos protagonistas de estos 100 años, ya sea en primera persona o con tradición "mamada" de padres a hijos.
Socios de todas las épocas, jugadores, aficionados, técnicos, presidentes, todos han sido protagonistas y son historia del Betis, son 100 años de los que me quedo las historias más pequeñas, las imágenes grabadas de aquellos que cuando las carreteras eran un tormento no dudaban en subirse a un autobús, a una motillo y seguir al Betis allá por toda la geografía.
Durante 100 años este Betis es glorioso no por los éxitos alcanzados, que aunque modestos están en la memoria colectiva, sino por su paso por la propia historia.
Sevilla no sería lo mismo sin el Betis, y el Betis quizá no existiría sino estuviese en Sevilla. Es un sentimiento que aunque nació hace 100 años seguro que entroncó con con otras pasiones a través de los siglos.
Por tanto, el Betis, mi Betis, lo que considero Betis, llega al siglo por su propia definición de club, pero esas tantas generaciones que lo acarician desde el cuarto anillo hasta la cuna más reciente siempre han sentido el pellizquito. Un pellizquito dulce que transmitieron una pasión hecha juego a través de unos locos de pantalón corto y bigote cuidado.
Matices verdiblancos son los que me recuerdan lo que somos y lo que podemos ser. Unos matices que tienen actores principales a mi vecino, a mi peña, a mis familiares y amigos que cuando nos vemos, simplemente con mirarnos, sentimos en verdiblanco.
Betis, Real, Balompié, tres palabras que lo definen y lo complementan, solas o juntas, expresan tanto en tan poco que se ve el orgullo del humilde al llevarlas. Porque aunan orgullo y humildad de forma tan sorprendente y tan liviana que a algunos sólo hay que mirarlos para comprenderlo. Ese Betis que se ve reflejado en las manos entrelazadas de abuelo y nieto una tarde de partido palmera abajo, carretara de Cádiz arriba, Bermejales callejeando, Heliópolis lleno. Familia verdiblanca bocata en mano, verdiblancos uniformes de todas las épocas y con no pocas batallas vividas, más recordadas las perdidas que las ganadas por ese amargo resquemor que tiene el bético.
100 años de quien quiso hacer historia y ha hecho leyenda. Leyenda de mitos que se unen a la memoria colectiva de niños y mayores, que pasa de abuelos a hijos y de estos a nietos en forma de tortillas, de viajes imposibles, de presidentes míticos, de sinsabores hechos victorias, de lo más grande y lo más triste. Un bético, una forma de ser, una bandera que representa el centenario ha perdido allá en un quinto piso su lustre verde, pero no ha dejado de lucir ni un día desde que fue recogida con cariño la demostración de que el Betis no nació hace 100 años, simplemente apareció en un registro.
El Betis ha estado ahí siempre, impregnado de su río, de sus gentes, y que el balón que le ha dado cuerpo a este alma inmortal tan sólo ha sido parte de un todo vestido de verde y blanco, algo que ya sentían desde muchos siglos antes las buenas gentes de Hispalis, de Ishbiliya, de Sevilla. Y que ahora sienten no sólo sus vecinos, cientos de miles sino millones repartidos por todo el mundo, en provincias cercanas y lejanas que son una parte más de nuestro universo, el universo bético que se regenera constantemente, que se demuestra a cada paso del viajero por tierras que en principio parecen extrañas pero que una bufanda, un escudo o una bandera hacen cercanas y cálidas.
Felicidades a todos los béticos, felicidades al Real Betis Balompié, felicidades al mundo.
Ahora es tiempo de congratularnos de nuestros 100 años, de sentirse más bético si cabe, de mirar el escudo y sentir el calambre de las mil historias que nos invaden, de las que tenemos la obligación de transmitir a nuestros niños para que la llama verde, esa que no quema pero que da calor, siga por los siglos de los siglos.
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